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«La muerte de mi madre me ha dado paz», dice el artista Emilio Pascual (Yecla, 1961), siempre atendiendo a su desbordante capacidad de trabajo. Pintor, escultor, músico, profesor, vive alejado por completo de polémicas. Sus obras alivian de tanta decepción en este contexto sórdido y confuso por el que vagamos, ahora entre cuatro paredes la mayor parte del tiempo.
–¿En Yecla qué ha visto?
–A la gente comportándose muy bien, de un modo solidario, con respeto, con cuidado. Esa está siendo mi experiencia.
–¿Qué ha decidido?
–No sigo nada las redes sociales, especialmente Twitter. Es un grave problema la cantidad de desinformación que circula por las redes, la proliferación de bulos, de noticias falsas, interesadas...; tanta crispación y violencia llegan a acribillarte. Yo he desconectado, no me interesa la opinión de cualquiera que habla como si tuviese en sus manos toda la verdad, ni soy de seguirle el juego a nadie, ni de alimentar discusiones absurdas y malgastar el tiempo con tonterías.
–¿Cómo es su día a día?
–Nos aislamos un viernes, con nuestros dos hijos en casa, y a mí enseguida me preocupó que ninguno de mis alumnos se quedase descolgado. Me puse en contacto con ellos, diseñé nuevas estrategias... Les enseño cine, fotografía y publicidad. Las tardes procuro pasarlas en el estudio, trabajando en una serie de esculturas que parten de esas ventanas cubistas de Picasso y Matisse. El tema de las sombras me interesa mucho, un interés que reforzó la lectura de 'Elogio de la sombra', de Junichiro Tanizak. Es liberador este trabajo físico a ratos: soldar, pulir, retorcer hierros...
–¿Qué hace ahora más?
–Tocar el violín [sonríe]. Lo tengo junto a mí, y de vez en cuando me atrevo con algo de Corelli. Lo tenía muy olvidado porque necesita mucho tiempo. Me interesan muchas cosas; ahora, por ejemplo, he vuelto a leer 'El cine según Hitchcock', de Truffaut, y eso me ha hecho ver de nuevo 'Con la muerte en los talones' [1959] y 'Encadenados' [1946]. Estoy disfrutando mucho con la cultura.
–¿Cómo es usted?
–Los artistas somos gente callada, solitaria. Necesitamos el silencio y la soledad para crear. Le decía el otro día a un amigo músico, y él estaba de acuerdo, que tengo la impresión de que esta crisis del coronavirus va a dar paso a una explosión creativa. Estos días han sido más de silencio, en mitad de una época llena por todos lados de ruidos molestos que distraen, aturden, incluso te confunden sobre lo que verdaderamente es importante.
–¿No ha sentido temor?
–Por mí, ninguno. Estaba preocupado por mi madre: que llevase todo el cuidado posible y estuviese en las mejores condiciones. Me preocupaba que pudiera contagiarse... y ya ve, sufrió un ictus hace unos días y falleció.
–[...]
–Estoy en paz. Muchas veces no observamos la vida con atención, y no nos damos cuenta de que ocurren cosas delante de nosotros que son verdaderos milagros. Procuro vivir siendo positivo y útil a los demás. Soy una persona bastante religiosa, bastante espiritual. Creo que no todo sucede por Dios, pero sí que nada sucede sin Él. La muerte de mi madre me ha dado paz; yo sufría por ella, como le decía, por si se contagiaba, y se ha ido en paz, con tranquilidad. Me pasó algo...; yo la llamaba muchas veces, por la tarde, y el día en el que excepcionalmente no lo hice, fue ella la que me llamó, que nunca lo hacía. Y no fue una llamada por el fijo, sino por el móvil que utilizaba mi padre; fue como una despedida. 'Cuídate mucho', me dijo. 'Nos veremos'... Y esa noche le dio el ictus. Lo vivo de una manera esperanzadora, un poco como decía San Agustín, como si tu padre –el mío falleció también no hace mucho– y tu madre estuviesen en la habitación de al lado; no los puedes ver, pero los sientes y los llevas dentro. Mi madre, en su juventud, tocaba el piano, y ahora escucho a mi hijo, que está todo el día preparando su ingreso en el Conservatorio, interpretando a Schubert, a Bach...
–¿Y después?
–No creo que esta pandemia pueda cambiar a las personas, pero espero que, al menos, haga pensar a los que dirigen los distintos países. Ojalá haya gente con cabeza, que sepa lo que hace y que quiera de verdad lo mejor para todos. Hay mucho desorden, mucho caos.
–¿Tiene alguna fórmula para no agobiarse?
–Mantengo la cabeza ocupada, huyo de la rutina, siempre tengo activa la curiosidad y me pongo retos que me impulsen a conseguirlos. Eso me ayuda, también ahora, a encontrarme bien, pese a que siento mucho la pérdida de vidas humanas, el sufrimiento de tanta gente... y echo en falta los abrazos de los amigos... Esa es mi fórmula.
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