Todos conocemos como es el ritual de salir, por primera vez, con alguien. A grandes rasgos, la euforia, el deseo, las expectativas y sobre todo, las ganas de pasarlo bien definen la experiencia romántica. La conexión con una persona pone nuestro mundo patas arriba, nos ... llena de energía a la vez que nos desconcierta. Cuando ocurre, a menudo nos preguntamos si es lo que merecemos, si será la persona definitiva, si sus secretos no esconden un cadáver, un afán por las conspiraciones o una relación paralela. No constituyen estas cavilaciones una expresión de la paranoia. Ilusionarse es reafirmar quienes somos en el momento presente, pero también avizorar quienes podremos ser en el futuro.

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Casi de forma inevitable, como si no pudiéramos controlar nuestros pensamientos, nos replanteamos nuestras prioridades, valores, experiencias pasadas, hábitos… Pensamos en la posibilidad de que salga bien y lo hacemos no porque estemos evaluando al sujeto en cuestión, sino porque cuando sentimos y queremos, tememos ser más vulnerables. El amor altera nuestra trayectoria vital y es lo contrario a aburrirse. No viene a salvarte, pero es una buena excusa para hacer del mundo un lugar menos feo. Al menos, esta es mi teoría.

Para bien o para mal, las redes sociales han cambiado las reglas del romance. Antes de esa primera cita, es muy probable que los candidatos se hayan sometido a la lógica del Cupido moderno: Tinder. El proceso de conocerse y seducirse tiene su epicentro en esta app. Allí muchos buscan la inmediatez, la variedad y la utilidad. Pero estos valores, los cuales también son muy frecuentes cuando uno visita un centro comercial, también se acompañan de profundos anhelos. La gente desea calidad, conexión, sentirse especial.

El sexo se ha convertido en una experiencia segura y confiable, más asequible que en otros tiempos. Ya no lo ponemos tan difícil. Se extinguió eso de prometer amor eterno para decidir entonces sobre si tener sexo (o no). Si te sientes una 'zorra' por tener más amantes que zapatos, no te preocupes, ahí va el feminismo para decirte que no pasa nada, que todo está bien: ya sabes, tu cuerpo, tus reglas. También se ha quedado desfasado eso de fingir que eres interesante para follar, como si por haber leído a Welsh y a Kerouac, eso fuera garantía de un apoteósico encuentro erótico. Creo que de esa estupidez, pocos pueden salir indemnes. Es mejor ser honesto y no dar vergüenza después. Asimismo, quienes vieron en lo erótico un antídoto contra la muerte han reformulado sus aspiraciones: es preferible tener mejor sexo que más sexo. El amor, sin embargo, sigue siendo todo un misterio.

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Hoy nos dicen que el amor necesita de individualismo y autoconocimiento, que primero te tienes que querer y cuidar tú y que después ya vendrá lo de buscar el amor e ir guiñando el ojo. Es decir, que te priorices y eso está bien, al menos siempre y cuando no se pierda otra cuestión esencial: somos seres relacionales y no podemos ser ni comprendernos sin los otros. Curiosamente, la retórica era bien distinta en la generación de mis abuelos e incluso en la de mis padres: uno se conoce durante el matrimonio, uno se perfecciona como ser humano, como compañero y amante, a medida que convive con el otro.

Cuando hoy se habla de satisfacción en la pareja, se observa como el valor de la intimidad y el valor del deseo se han equilibrado en la balanza. El concepto tradicional sobre el amor ha muerto. Nos enamoramos para cruzar un puente, confiando en que estaremos conectados de forma intensa y durante mucho tiempo. Se desea la combinación explosiva de Apolo y Dionisio, pero pasado el tiempo, cuando la familiaridad se convierte en rutina y la rutina en asedio, muchos se preguntan: ¿por qué amo a quién no deseo?

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Después de la fase de la luna de miel, el amor es crudo y extraño. Creemos que la seducción se reduce al enamoramiento, así como a los diez minutos previos antes de una relación erótica. Tinder nos obliga a ser activos, a estar presentes. Quizá por eso resulta tan excitante para algunas personas. En cambio, iniciada la relación, atravesada sus diferentes fases, conviene no olvidar la premeditación y el foco. Para ser felices, las parejas necesitan voluntad, responsabilidad afectiva, intimidad y mucha chispa. Amar a alguien y comprometerse, implica desechar las nociones antiguas sobre el sexo y el amor, pero también incorporar nuevas lecciones: la seducción siempre empieza después del último polvo.

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