Mesa para cinco

Modos de verlo

Lo que yo estaba llamando esculturas, para él no eran más que elementos arquitectónicos prescindibles: paredes

Domingo, 26 de marzo 2023, 08:47

Mi sobrino Pedro es miembro del Museo de Arte del Condado de Los Ángeles (LACMA), así que cada vez que voy a visitarlo emulamos las ... tres horas en el Prado de D'Ors en modo podcast privado. De mis conversaciones con él he llegado a algunas de las conclusiones más profundas y honestas en relación con el arte. Sé que semejante afirmación es sentenciosa e imprecisa, por lo que intentaré explicarme. No crean que me refiero al tópico de que la mirada de un niño con su capacidad de sorpresa intacta puede detectar aquello que al resto nos pasa desapercibido, sino a otro tipo de respuestas más complejas. En uno de nuestros paseos, cuando él tendría unos cuatro años, me tocó medirme con el que resultaría ser el crítico más exigente y reaccionario al que me había enfrentado. Yo me estaba limitando a desplegar una especie de écfrasis de 0,60, explicándole las intenciones de los artistas y demostrándole que podía decirle el nombre del autor antes de mirar la cartela. Pero el vacile de la tita doctora en Arte duró bien poco. Sus impugnaciones se tornaban cada vez más severas, hasta el punto de llevarlo al enfado.

Publicidad

Todo empezó con Richard Serra. Lo que yo estaba llamando esculturas, para él no eran más que elementos arquitectónicos prescindibles: paredes. No podía seguir avanzando en mis argumentos porque él en ningún caso cedía. Jamás una pared podría ser una obra de arte. Nunca. Después de la merienda nos detuvimos en unas piezas de Dan Flavin. Aquí él estuvo de acuerdo en que eran «bonitas», esto es, atisbó un sentido estético, pero no hizo ni una concesión más. Eso no es arte, tita, son luces. Ante su cerrazón, puse rumbo hacia 'Metropolis II' de Chris Burden, para que presenciara el momento preciso en el que se activaba esta colosal escultura cinética que reproduce una ciudad masificada, atravesada por circuitos imposibles de trenes y autopistas de decenas de carriles con vehículos en miniatura recorriéndola a toda velocidad. Vi la fascinación en sus ojos y pensé que lo tenía. Yo ya estaba preparando mi discursito sobre la metáfora que aquello encerraba, sobre el autor, que si era el mismo que había hecho la instalación de farolas en la que habíamos jugado en la entrada, o que si unos años antes se había hecho disparar en el brazo (aunque fuera en realidad un error de cálculo). Mi intención era aprovechar su 'stendhalazo' para hacerle entender que las obras de arte no son más que manifestaciones culturales que nos ayudan a analizar el mundo y que, aunque pueden ser muy diversas dependiendo del momento en el que se realicen, siempre podemos detectar en ellas una serie de rasgos diferenciales. Qué error el mío. Su veredicto: es imposible que algo lúdico sea arte. Menos aún cuando el autor no lo ha hecho con sus propias manos. No importa ni su objetivo ni los años que tardara en diseñarlo, ni mucho menos los millones que costó. Eso no era más que un juguete a gran escala. Le pedí entonces que me dijera qué se debía esperar de un objeto para poder ser considerado artístico, ya que él tenía una carpeta donde guardaba sus propias 'obras de arte'. Su criterio se centraba –les traduzco– en el placer visual, el uso del color, la inutilidad del artefacto, el esfuerzo y el trabajo manual. Bajo esta definición intenté retomar el análisis de una de las obras defenestradas por su duro juicio, una bandera pintada de Jasper Johns, y aquí mi pequeña victoria: se me concendió, al menos provisional y parcialmente, que eso era un cuadro, y que 'podría' ser arte. Ay, la mímesis.

Pues bien, últimamente veo cómo el tierno –y sensato– discurso de mi sobrino se extiende en otros contextos supuestamente especializados que no dejan de denunciar el eterno retorno del cuento del traje nuevo del emperador. Bueno, es patente que en el mundo del arte hay mucha bazofia. Will Gompertz se atreve a cuantificar la insignificancia o intrascendencia de las obras de arte contemporáneo en un 95%. Puede que se quede corto. El que fue director de arte de la BBC, que actualmente dirige la Barbican, acaba de publicar 'Mira lo que te pierdes', un manual muy útil para hacer ver –nunca mejor dicho– que algunos artistas son aquellos adultos que, sin embargo, aún saben dónde hay que prestar atención y cómo hacernos mirar el mundo. Tan importante es cuestionarlo todo, disentir, someterlo al juicio de la razón, como no despachar con ligereza o atribuir malas intenciones a aquellas obras que no terminamos de comprender, porque los modos de ver de Berger no se refieren exclusivamente a lo visual: el arte es una forma de filosofar.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Primer mes por 1€

Publicidad