Como una buena enamorada de Chaikovski, me alegró ser testigo del doblete en el Auditorio Regional Víctor Villegas: el jueves de la mano de la OSRM y, el viernes, con la representación de su obra más reconocida popularmente: 'El Lago de los Cisnes'.
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Ese público, ... que al igual que yo, está hambriento de clásicos (o de títulos, según quién), encontró en el Ballet Clásico Internacional su tentempié. Esta es la segunda cita del ciclo de danza de la temporada 24/25, después del accidentado inicio en diciembre con 'El Cascanueces de Laura Alonso' (dos semanas más tarde y la temporada habría sido 25/25). Sin entrar en detalles, la temporada no comenzó con buen pie, pero la segunda velada fue más agradable. Dirigido por Andrey Sharaev, el Ballet Clásico Internacional nos acercó al remanso de su lago, tranquilo y sin demasiado oleaje que lo perturbe. Es respetuoso con sus referentes (con una clara visión hacia Gregorovich) y muy estable en su esencia, que no es poco decir para una compañía privada e itinerante.
Ofrece una coreografía que no arriesga y va a lo esencial. El cuerpo de baile peca más de estático y arquitectónico que de dinámico, pero debo concederle lo que es suyo: Tatiana y Nikolay Nazarchevici son la clave. Ella nos transporta a la fragilidad y tristeza de una Odette sin ningún poder ante su destino, y a la arrogancia y picaresca de la hechicera Odile. Nikolay es muy elegante, y sus extensiones te hacen observarlo detenidamente, aunque solo esté oteando con el brazo la hilera de cisnes para encontrar a su amada. En ocasiones pasa algo desapercibido, lo cual puede ser un halago si se entiende como el síntoma de un buen partenaire, pero una a veces espera un mayor conflicto de un Sigfrido que acaba de condenar a la mujer que desea a una maldición eterna por no haber sabido diferenciarla de otra mujer. La química de la pareja hace que el aire que separa las manos de Sigfrido y Odette se espese mientras von Rothbart la obliga a marcharse. Es una energía que atrapa, pero que se pierde cuando los solistas están en solitario. Nikolay es capaz de sobrevolar todo el escenario con un simple assemblé y, sin embargo, se veía coartado. Culpo a los telones pintados, que, aunque vestían el espacio con ostentosidad y peso, limitaban la velocidad de las diagonales y el desplazamiento general de los bailarines.
Veo 'El Lago' de Sharaev como una tierna iniciación para los que aún piensan que Sigfrido baila con un cisne mágico, y no con una mujer maldita a ser pájaro, aunque probablemente se vayan con la misma cantinela. Y está muy bien para los que se acercan con curiosidad a ver de qué va eso de los tutús y los cisnes. Ya solo queda esperar que las ondas de agua que nos lleguen al final de la temporada puedan abarcar realmente todo el potencial que aún tiene por ofrecer nuestro auditorio.
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