La huerta es la misma para todos. Tiene sus cosas, sus recovecos y árboles, distintos, pero iguales para todos. La huerta es la misma para todos. Da igual que cayera tu familia de un lado del reguerón o del otro, que cayera al sur o ... al norte de la linde, que lo llamen Murcia, o que le digan Orihuela. Abras mucho las vocales, o cambies las C por S, la huerta es la misma para todos. MariCarmen era una niña en la huerta, no importa qué lado de la huerta, de una huerta, y en esa huerta había un camino, que luego fue una calle, y al final una carretera, de dos carriles. La casa de la huerta de MariCarmen era una casa de la huerta como todas las casas de la huerta, y sus ventanas daban a todos lados menos al izquierdo, porque al izquierdo quedaba pared con pared con la casa del tío José, que se fue a trabajar a Francia y solo volvía en verano, como todos los tíos José que se fueron a trabajar a Francia, y no volvieron más, salvo en los veranos.
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MariCarmen al principio cantaba en la ventana. Cantaba fuerte. Cantaba porque lo que más le gustaba del mundo, además de jugar al fútbol aunque nadie la dejara, era cantar. Tenía una guitarra, pero en el pueblo nadie sabía afinarla, y hasta que no llegaba el tío José de Francia, que afinaba de oído, la guitarra sonaba siempre mal. Así que se ponía en la ventana y cantaba fuerte mientras la guitarra, que no sabía afinar, se moría de envidia de verla cantar tan bien desde el sofá.
MariCarmen escuchaba música, esa música que escuchaba todo el mundo porque entonces la música, como la huerta, como los caminos y fiestas patronales, eran iguales, iguales, iguales para todos. Y cantaba esas músicas de la tele cuando salían, de la radio cuando tocaba, porque la música, igual para todos, solo sonaba cuando la radio quería, cuando la tele decidía, o cuando cantaba Enrique, su padre, al volver del trabajo, o Josefa, su madre, tendiendo las sábanas blancas al sol entre los limoneros, o el tío José, con dos vinos de más, antes de dormir la siesta, en los veranos eternos de cada regreso.
Pero la niña, MariCarmen, quería cantar y que la escucharan y por eso un día, de tanto cantarle a los cristales, salió al 'pisaor'. Los 'pisaores' son los mismos para todos. Un poquito de tierra delante de una puerta, casi pegada a la vereda, que luego fue calle, que acabó en carretera.
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Y ahí cantaba un día con otro MariCarmen. Las canciones de moda. Delante de la casa, mientras los carros, que luego fueron motos, que al final acabaron siendo autobuses, pasaban por delante de la casa, mientras una y otra vez MariCarmen cantaba y pensaba que un día, de un carro, de una moto, o de un autobús, alguien bajaría, como en las películas de Marisol, o de Joselito, y le diría, tú cantas muy bien niña, vamos a grabarte un disco, porque vas a ser cantante.
Y cantaba, y esperaba, y cantaba y cantaba otra vez hasta que se hacía de noche, hasta que dejaban de pasar los carros, las motos, los coches, hasta que pasaba el otoño, la primavera, el verano con los primos de Francia, hasta que guardaban la guitarra afinada poco y mal. Esa guitarra que al final, de insistencia y pundonor, también aprendió a tocar lo suficiente para acompañar sus cantos. Pero nadie pasaba. Nadie pasó nunca. Nadie bajó de ningún sitio y le dijo niña vamos que te voy a hacer cantante.
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Mi madre, MariCarmen, me dice desde que soy pequeño: «Aaron, nadie va a venir a por ti si te quedas cantando en el 'pisaor'». Y yo, que siempre he sido el más obediente de los hijos, empecé con 14 años a irme por ahí con la guitarra, que ella misma me enseñó a tocar cuando no me llegaban ni los dedos a las cuerdas.
Porque la vida no va a por ti, tú tienes que irle a la vida. Tienes que saltarle encima, con tus armas, tu guitarra o tus ganas, y ponerla en su sitio. Porque nadie va a ir a buscarte a la puerta de tu casa. La niña MariCarmen, mi mamá, me lo dijo, porque lo aprendió de pequeña, y luego se fue, año tras año a buscar la vida, y ahí continúa, con los 62 años que ha cumplido esta semana, buscándose la ilusión, porque nadie va a ir a buscarla si se queda quieta en el 'pisaor', y yo, que soy el hijo más obediente del mundo, llevo siguiendo sus pasos toda la vida, y donde quiera yo esté, será como si hubiera llegado ella.
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