Cercana, atenta, humilde y cariñosa, Maribel López (Barcelona, 1973) está muy lejos de la imagen elitista que en ocasiones se asocia al entorno del arte ... contemporáneo. Ese carácter humilde de la directora de ARCO -Madrid y Lisboa- tal vez sea 'culpa' de sus padres, pescaderos. Trabajando con ellos mientras se sacaba la carrera de Historia del Arte, descubrió un «trabajo precioso, maravilloso, del que aprendí todo sobre el esfuerzo y todo sobre la generosidad de mis padres, pero muy duro» y al que no se quería dedicar. Asegura no tener habilidades para crear obras de arte y por eso disfruta tanto del contacto con los artista y de la creación a través de sus obras. Directora desde 2019 la Feria Internacional de Arte Contemporáneo que se celebra cada año, desde 1982, en Madrid y, desde hace ocho ediciones, también en Lisboa, charló con LA VERDAD este viernes antes de presentar, en el Centro Párraga de Murcia, la 44 edición del evento, que se celebrará del 5 al 9 de marzo en IFEMA y contará con la presencia de 214 galerías, entre ellas las murcianas T20 y Artnueve. Este año, el proyecto central de la feria es el Amazonas. El programa comisariado por Denilson Baniwa y María Wills, en colaboración con el Institute for Postnatural Studies, 'Wametisé: ideas para un amazofuturismo', reflexionará sobre nuevos modos de creación que representan existencias híbridas entre cuerpos humanos, vegetales, físicos y metafísicos.
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-¿Por qué decide estudiar historia del arte?
-La idea no vino de ningún lugar y eso creo que es interesante. En mi casa no había ningún contexto artístico pero de adolescente, cuando empiezo a hacerme algunas preguntas, tuve la suerte en esos momentos de formación tan importantes, de tener a algunos profesores que me despertaron intereses tanto en arte como en literatura, y en ese momento fui hacia el arte. Y el resto de las decisiones de mi vida se basaron en el día que puse Historia del Arte en ese papel [para elegir la carrera]. Y lo que me llevó al arte contemporáneo creo que fue mi pasión por los cuadros de los primitivos flamencos, en concreto 'El Matrimonio Arnolfini', de Jan van Eyck, del que seguimos hablando mucho hoy en día. Es un cuadro con un montón de símbolos ocultos. Hay mucho más de lo que vemos en esa obra de arte. Pensé: «Si en estas obras, que pareces estar entendiéndolas, hay unos sentidos ocultos, imagínate todo lo que tiene que haber detrás del arte contemporáneo».
-¿Y qué pasó durante la carrera?
-En el último año de carrera hablábamos, sobre todo, de que no iba a haber trabajo. Subía el índice de paro, la Guerra del Golfo... estábamos aterrorizadas las estudiantes de historia, que además éramos muchas mujeres. Mi familia tenía un puesto de pescado en un mercado, en la Sagrada Familia, y, durante toda la carrera, yo trabajé con ellos un par de tardes a la semana y los sábados por la mañana. Yo tenía que ponerme mucho las pilas, porque no quería ese futuro. Es un trabajo precioso, maravilloso, del que aprendí todo sobre el esfuerzo y todo sobre la generosidad de mis padres, pero muy duro. Fui a un curso llamado 'El futuro profesional de los historiadores del arte' y ahí habló Ángeles de la Mota, que después fue mi jefa, y Gloria Picazo, con la que di mis primerísimos pasos y quien habló del comisariado de exposiciones, que yo no sabía lo que era.
-¿Qué pensó al descubrir el comisariado de exposiciones?
-Dije: «Wow, esto es lo máximo». Yo no tengo ninguna capacidad manual para crear. Mi respeto a los artistas es ya de solemnidad absoluta, porque yo no hago arte.
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Entonces pensé que este era el lugar donde ser creativo y trabajar con los artistas directamente, el lugar de pensar sobre el arte cuando no eres capaz de hacerlo. Hice un curso y después llegó, por un lado, mi trabajo con Ángeles de la Mota, durante diez años, y otra de las cosas de las que estoy más orgullosa en mi vida: fundamos un colectivo curatorial, Creatures.
-¿Qué les permitió hacer el colectivo Creatures?
-Formamos un equipo, tres mujeres de Historia del Arte y un hombre, el artista Francesc Ruiz. Estuvimos desde el 94 hasta el 2000 y fue un equipo de curadoría superexperimental, del que yo aprendí muchísimo sobre pensar de otras maneras. Yo me di cuenta ahí de que no iba a ser una comisaria al uso, académica, investigadora, precisa... sino que era una persona más intuitiva. Hicimos cosas increíbles. Acabamos cuando los proyectos que se nos pedían no se podían realizar, porque los planteamientos que hacíamos siempre se pasaban de los límites. Y eso fue genial, nunca cedimos terreno. Paralelamente, yo estaba trabajando en la galería, donde me di cuenta también de que me encantaba el trabajo con los artistas.
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-En su currículum aparece también una escapada a Berlín.
-Sí. De mi enorme amor hacia las galerías que nació trabajando, surgieron las ganas de abrir una galería. La idea se materializa en 2007: me voy a Berlín y abro Maribel López Gallery. En 2006 hubo una Bienal increíble y encontré que la ciudad estaba muy próxima a mi manera de entender el arte. Nunca había salido de Barcelona, era libre y me marché a Berlín. La aventura con la galería fue increíble. Mi plan fue realizar un programa internacional con cinco artistas españoles y cinco internacionales. Por otra parte, hice un grupo de amigas, todas ellas comisarias, y montamos otro colectivo curatorial: The Office. Con ellas realicé otro proyecto muy experimental, muy basado en la performance. Además, empecé a llevar a cabo otros proyectos no comerciales en la ciudad.
-Y, ¿cómo llega a ARCO?
-En 2010 decidí cerrar mi galería en Berlín, con pena y con responsabilidad. Cuando Carlos Urroz fue nombrado director, le llamé para felicitarle, porque nos conocíamos. Le avisé de que ese año no iría y él me propuso comisariar la sección de galerías jóvenes. Dije que sí. Ese proyecto fue muy bonito.
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-Este año el proyecto central de ARCOmadrid es el Amazonas. ¿Por qué?
-Cuando yo cogí la dirección de ARCO la gente me preguntaba qué iba a cambiar, pero Carlos era un director y un jefe increíble. Yo no estaba en desacuerdo con ninguna de sus decisiones, con lo cual, pensaba que iba a seguir haciendo algo similar. Pero es verdad que ya con Carlos empezamos a alternar país y concepto pero para mí, el tema del país ya no me entusiasmaba porque está muy bien pero acababa siendo una visión parcial de una persona -un comisario- sobre un contexto y generaba cierto malestar sobre lo que era lo representativo y no. Con la pandemia y la guerra de Ucrania pensé que ya no íbamos a hacer un país con sus limitaciones territoriales. Ahí empieza la idea del agua, que era todo lo contrario: buscar contextos conectados por el agua, como masa que va y viene. El primer proyecto fue el Mediterráneo. Cuando hablas de este mar no estás hablando solo de un lugar de confort, sino de muchas cosas. Al hablar del Amazonas quiero explorar la idea del agua como conector para intentar dejar las fronteras a un lado. Y a partir de ahí empecé a hablar con el equipo curatorial. María Wills me dio la idea y armó el equipo con Denilson Baniwa. El proyecto habla de un 'amazofuturismo' que coge las prácticas, las maneras de conexión, la comprensión holística de las comunidades del Amazonas como una posible idea para un futuro mejor.
-Con la cantidad de solicitudes que reciben para formar parte cada año de la feria, ¿es duro decirle 'no' a una galería?
-Eso es lo más difícil, siempre. Ahora hay muchas galerías que quieren venir, porque es un buen momento para la feria. Eso es genial, pero ahora lo complicado es cómo realizar esa selección. Es una responsabilidad del proyecto, cómo representar la pluralidad de la escena de arte español. Nos preocupamos de que estén presentes las galerías de Murcia, de Gijón, de Santiago de Compostela, de Badajoz... esto es superimportante para mí porque no son tantos los países que pueden presumir de tener galerías en lugares que no son la capital ni la segunda ciudad más grande. Y si hay una galería, hay unos artistas; si hay unos artistas, hay pensamiento crítico; si hay pensamiento crítico, hay posibilidades de mejores conexiones entre la ciudadanía. Creo, de verdad, que una galería es como una especie de bola poderosa que hay que proteger. Es verdad que ARCO no trabaja con cupos, pero al comité se les traslada un mensaje para tratar de cuidarlas.
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-¿Cómo se enfrentan a las polémicas que cada año surgen con las obras expuestas en ARCO? ¿Las ven venir?
-Muchas veces no las vemos venir. Realmente pienso que hace un par de años que no hay una obra polémica, o incluso más. Es verdad que cuando eso pasa, no lo sabemos, porque si lo supiéramos no es que fuésemos a pararlo, pero igual yo tendría una conversación. Y hay otros casos, como el año del vaso [un vaso de agua medio lleno, obra del cubano Wilfredo Prieto, que se expuso en la feria en 2015 y cuyo precio era de 20.000 euros] en el que esta era una obra conceptual que puedes entender o no, pero ahí la gente quiso poner en ridículo el entorno del arte contemporáneo, y a eso no le veo tanto sentido. Los artistas, a veces, chillan un poquito más y hay que dejarles expresarse. A mí, como directora de la feria, lo que me ocurre es que me da pena cuando eso hace que no se hable de los dos mil artistas, sino solo de uno. Eso es lo único.
-¿Qué piensa sobre el uso de la inteligencia artificial en el arte?
-La inteligencia artificial produce un poco de terror, pero no creo que para la creatividad. Ahora mismo se está empezando a regular, pero se tendrá que avisar cuando una imagen ha sido creada con inteligencia artificial. A mí lo que me da miedo es que llegue el día en el que se baje la guardia y ya no sepamos lo que es real y creo que no estamos tan lejos de que eso ocurra porque cada vez se consigue una mejor simulación de la voz, del movimiento... Ahora, para el arte es una herramienta increíble. La capacidad de autogeneración de imagen de la IA sin una idea detrás no vale nada, con lo cual, yo no le veo riesgo para el arte, sino una herramienta más. Como sociedad, ya lo estamos usando todos.
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-¿Por qué han decidido presentar esta nueva edición de ARCO en Murcia?
-Se celebraba el aniversario de T20, que cumple 25 años y 25 años en ARCO y, hablando con Nacho [Ruiz], le propuse hacer algo. Pensé que era una oportunidad estupenda. ARCO existe por sus galerías y para sus galerías. Me pareció que era bonito. Aquí hay una escena artística que está sucediendo ahora mismo. Está Artnueve, está T20, estuvo Espacio Mínimo, que es un referente, y más en el pasado estuvo Yerba. Aquí hay también coleccionistas muy comprometidos. Me parece que es bonito venir a vuestra casa y deciros: «Os esperamos en la nuestra».
-¿Puede dar alguna clave para entender el arte contemporáneo?
-Es difícil, son muchas cosas, pero, sobre todo, no hay que tenerle miedo al arte contemporáneo. Si hay una obra que ves y te llama la atención, ahí ya hay algo interesante. Es verdad que los primeros contactos con algunas de las obras que más amas nunca son los más fáciles, y que cuando la pregunta que te surge sea más fuerte, o sea, más incómoda, yo animaría a buscar qué pasa con esa obra. Es verdad que el arte contemporáneo no es inmediato, pero es que el arte del renacimiento no era inmediato, ni el arte del barroco, pero nuestra cultura nos hace entender esas obras ahora. Confiemos en que culturas posteriores puedan entender mejor nuestro arte, aunque es diferente, pues los códigos no vienen marcados por la Iglesia o por ideologías, aunque siempre hay códigos. Ahora esos códigos son múltiples, son personales, y llevan una capa de historia, de filosofía y de cultura enorme. Eso lo puede hacer un poco más complicado, pero no dejemos de pensar que este es nuestro presente hablándonos de nosotros mismos, que esa persona [el artista] comparte un espacio-tiempo con nosotros y que se está preguntando algo que nos compete. Y, sobre todo, que no tengan miedo a investigar. ¡Y que vengan a ARCO! Hacemos ese trabajo tan difícil de selección. Nada garantiza que una obra de ARCO vaya a formar parte de la historia del arte, pero sí estamos intentando identificar a aquellos artistas que están comprometidos con su trabajo, que son responsables con la historia, con el presente y que entienden que lo que están haciendo tiene mucha responsabilidad. Además, su deseo de expresarse no es solo personal, es mucho más.
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