Como la gran señora que fue, Margarita Lozano se nos ha ido con su peculiar discreción. Aquí cerca, en Puntas de Calnegre, en su casa mirando al mar, cerca del sillón en donde leía y recordaba. Recordaba y leía. La visité muy a primeros de 2015, de la mano de su íntimo Joaquín Cánovas, compañero mío de Facultad y de quehaceres culturales, con la intención de convencerla para que aceptara ser Doctora Honoris Causa por nuestra Universidad. Nos costó; ella estaba retirada desde hacía años de teatros y platós. Precisamente ese día nos dijo que acababa de rechazar el papel de madre de Nino Moretti, director con el que le unía una gran amistad. A nosotros no pudo negarse. Y nos regaló además un arroz salpicado de aromas de mar. No fue este su último gran reconocimiento artístico: en 2018 recibió la Medalla de Oro de Bellas Artes, a mi modo de ver, un poco tarde para sus méritos. De hecho, el acto de entrega se pospuso hasta 2021 por culpa de la pandemia, cuando Margarita ya no estaba en condiciones de asistir.
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Conocí a la famosa actriz años atrás. Pepe Hervás, director del Romea, le propuso hacer 'La Celestina' en una producción propia, que saldría de gira por toda España. Comimos con ella y con su marido, a dos pasos del Teatro, pues yo iba a tener la fortuna de dirigirla. Nos dijo que ya no estaba para trotes, cosa totalmente plausible, aunque luego no pudo negarle a Miguel Narros el que sería su regreso a los escenarios, tras una gran carrera cinematográfica en Italia. Y en España. Recordamos aquel episodio celestinesco entre risas en nuestra visita a Puntas de Calnegre. En mayo de 2015, y en el Paraninfo de la Universidad, la recibimos como Doctora, con Cánovas de padrino, yo de testigo, y el profesor Orihuela de rector. Día memorable, como memorable fue el Doctorado de Paco Rabal, veinte años antes. Mire usted por dónde, dos de los tres personajes que terminan la película 'Viridiana', de Buñuel, sentados a la mesa cenando en amor y compaña, son de la tierra, y reconocidos como Doctores Honoris Causa. Nos faltó la mejicana Silvia Pinar.
Empezó Margarita Lozano con Miguel Narros en los años cincuenta, y se retiró de su mano en los noventa: 'Largo viaje hacia la noche' (1988), de O'Neill, y 'La vida que te di' (1998), de Pirandello, ambas presentadas en el Romea. 'La casa de Bernarda Alba' (2007), de García Lorca, fue su despedida. No podía ser con mejor título y personaje. Esto, en lo referente a los escenarios, señal inequívoca de su gran vocación teatral. Porque, en medio, fama y mérito vienen del cine. Firmas hay más relevantes que la mía para evocar ese largo y fructífero período. Sin embargo, no puedo olvidar cuando la vi en 'Los tarantos' (1963), de Rovira Veleta, junto a Carmen Amaya; y en la citada 'Viridiana', en el papel de la criada Ramona. Tampoco me olvido del personaje de 'Los farsantes' (1963), la primera película de Mario Camus: una joven actriz de vida errante y desgraciada. Quizás por no caer en eso, eligió trabajar en el gran cine italiano, y con los mejores: Sergio Leone, Pasolini, los Taviani, Ferrara, Bolognini, el mismo Moretti...
Y era de aquí, de Tetuán por azar, pero criada y recriada en Lorca, con la que nunca rompió sus raíces. Estamos hablando de Margarita Lozano, una actriz de raza. De esas que no necesitaron de más técnicas ni escuelas que su excelsa sensibilidad artística. Una señora de la escena.
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