Hay poemas que se quedan colgando entre poemario y poemario, entre un estilo y otro, huérfanos de contexto. Éste que viene a continuación es uno de ellos. El único hasta el momento en el que expresamente hablo de mi niñez.
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En estricto orden de sucesión estoy cansado
Ropa recién lavada
me apoyo sobre una barandilla
escucho en Spotify una canción de Aute
el sol me produce arcadas.
Mientras espero a que abran la puerta del colegio vivo la
soledad de que una tarde de enero de cielo azul desteñido
atraviese sórdidamente mi piel y tinte mi saliva con luz invernal.
La piel ya no es abrigo contra la memoria Y mi cuerpo
desnudo de cualquier olvido se inunda de la claridad
tristísima de un patio de luces con olor a ropa recién lavada
comidas de urgencia
y una niñez que se quedó atrapada en el miedo en blancuras
viscerales que sobrecogieron la inocencia.
Hay pasados que yacen vivos bajo tierra enterrados con
respiración en un ataúd de niño como ese alguien que
no eres tú un cuerpo que no prosperó que cayó al abismo
de lo indeseable
la otra vida bastarda.
Solo el sol de una tarde de enero la incisiva aguja que desciende blandamente hasta la profundidad de la tierra ilumina los ojos abiertos de una infancia
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paralizada por eternas paredes enlucidas
tendederos que airean el olor a limpio de la rutina y la decepción.
Bajo mi piel hay un niño que enterré para que nunca
se hiciera adulto Está debajo no porque habite mi
esencia sino porque escondí su cuerpo más allá
de mis ojos concretamente en los de él llenos de
pánico unos ojos débiles que debían desaparecer
para yo sobrevivir y que el olor rancio a suavizante
no interiorizase el vómito como mi intimidad más secreta.
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Aquellos ojos que creía muertos todavía viven Y tienen su propio yo mi propio yo que aguardaba
a la luz de una tarde de enero para apartar la tierra
de sus pupilas y volverme a encerrar en aquel
patio de luces en el que su infancia vuelve a ser la mía.
Mi cuerpo es un ataúd abierto un cielo azul de invierno
que seca la ropa de hace millones de miradas
Los ojos que tengo dentro amortajados donde el aire
nunca alcanza y lo vivido está tan quieto que no es
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memoria
Los ojos que estaban antes que yo son ahora los míos y observan desde lo más extraño la misma
puerta de todos los días.
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