Nada tengo en contra del lujo. Del oropel. Del alabastro. Nada de nada. Nada en contra del brillo. La estructura mastodóntica. El dintel sobrecargado. Absolutamente nada de nada contra los jets (bueno, la contaminación y eso), pero nada de nada, de verdad que nada contra ... los premios, las galas, los mets, las entrevistas, los fastos, fuegos fatuos, redobles, fanfarrias y concertinas de alfombra roja y photocall.
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El otro día estuve en los Grammy. Los latinos. Los B. Resulta que apenas llevan dándose desde el año 2001 y yo pensaba que eran tan viejos como la salsa. Pues no. Son recientes. Lo cual tampoco resta ni suma mérito, es un dato. Estuve en los Grammy con los que la industria americana deja jugar a los que ellos llaman latinos. Que por cierto le han comido la tostada comercial hace años. Pero bueno, ellos siguen haciendo esta forma de apartheid musical que todos llamamos los Grammy latinos, como si nos dejaran un balón verde de Caja Rural Central, de esos apepinados que se lanzaban en el Entierro de la Sardina para que juguemos con él, pobres ilusos, mientras ellos tienen el balón de reglamento.
Me estoy yendo por las ramas. Vuelvo.
El brillo. La distinción. La medalla. De oro o de chocolate, Adidas o Caja Rural, no me molesta. No me intimida. Me da gustito y está todo de verdad lleno de grandísimos artistas, lo digo como lo siento.
Pero la verdad es que tampoco me ciega. Nunca estuvo en mis planes. Creo que por un exceso absoluto de humildad. Que es tan malo como cualquier exceso, que además se vuelve confortable y peligroso: piensa en pequeño y no te hagas daño.
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La edad me ha dado otras ínfulas, y creo que soy ambicioso, pero de otra manera.
Me estoy yendo por las ramas de las ramas.
Los Grammy son muy guays, Sergio de Miss Caffeina, con esa sorna inteligente que calza, me dijo: «Es la boda más bonita en la que he estado».
Algo de razón tenía.
Sin entrar a discutir qué pinta el marqués de Irujo y su cuadrilla torera mirando a los 'musicachos' con desprecio, lo digo lo como lo vi, o por qué nos empeñamos en vender al universo una imagen verbenera mal y jaranosa sin clase, es cierto que el espectáculo en sí, por enorme y atado, resulta algo tedioso.
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Pero insisto, esto no va de los Grammy (y llevo 400 palabras dale que dale con el tema). Va de la magia de cerca, no habíais visto venir el truco, ¿verdad?
Los Grammy se ven de lejos. Se realizan con cámaras. Se postproducen. Se filtran. Como en los festivales. Ves el concierto a través de una pantalla grande. Produces una película en directo. Creas un espectáculo para ver por una ventanita como deciden que lo veas.
Y llevo unos días actuando de seguido con Carey (alerta promo), en sitios pequeños, para 60, 80 personas a lo sumo, donde no cabe nadie más. Y sabéis qué, esa es la magia de cerca.
Ven mis manos. Ven mi voz y mis letras. Cómo mastico. Cómo me equivoco. Cómo Turro, el guitarrista del proyecto, mueve sus deditos contra las cuerdas, y pueden incluso ver si son las de nylon o las entorchadas. Pueden mirarme a los ojos. Y yo a ellos. Pueden ver mi nerviosismo escondiendo un as bajo la manga para sacarlo en el momento justo. Puedo quitarme el micro de la boca y hablaros a todos.
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Vivo de la música. Y si venís a verme mil en vez de cien, ganaré más dinero, y la comida de mi gata 'Tutú' será más cara. Agradezco a la vida llenar algunas salas con mis proyectos grandes y cobrar sumas de cinco cifras en los festivales a los que voy. Hace vivir a mucha gente y a las familias de mis amigos. Eso también es parte de los Grammy.
Pero lo otro, la magia de cerca, es otra división. Es una luz entre nosotros. Una conexión. Un remover. Un escuchar la respiración. Pelear más de una hora por cazar la atención activando los resortes ancestrales con los que buscamos presas desde las cuevas. Es lucha grecorromana. Es piel contra piel. Sin andamios ni profilaxis. Ni pantallas en las que verte lejano. Ni sonidos pregrabados. Ni realizaciones favorecedoras.
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Es hacer mis trucos de cartas, en medio de un montoncito pequeño de gente que estira el cuello y gira la cabeza para ver si cometo un error, si el truco funciona, si la magia ocurre. Es magia de cerca. Los otros, los David Copperfield de la vida, por más que me encanten, son solo ilusionistas de televisión.
Así que nunca dejen de ir a ver magia de cerca.
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