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Fotografía de Juan Francisco Cerezo, en una de sus aventuras en bici por las dunas del Sáhara.
Lugares a los que volverán

Lugares a los que volverán

Diez viajes cuyo recuerdo nos hace más ameno este confinamiento: Lanzarote, Buenos Aires, Tokio, Grecia, La Habana...

Sábado, 18 de abril 2020, 00:47

El viaje es vida y todo lo demás. Escribir de experiencias viajeras nos permitir vivir de sopetón, y con una intensidad desaforada, y, sobre todo, nos hace recordar la suerte que tenemos. Ahora que nos toca estar confinados, ¿cuántas veces no hemos envidiado la libertad de tordos, cucalas y gorriones? Hoy, más que nunca, la memoria se ha tornado en excelente aliada para evocar momentos que tuvieron su protagonismo, lugares a los que desearíamos volver, historias de personas y confines que han regresado a nosotros estos días de cuarentena con el rostro desfigurado del tiempo.

LA VERDAD comparte hoy algunos de esos proyectos viajeros que, desde la limitación de movimiento, han asaltado estos días a poetas como Ángel Paniagua, Juana J. Marín Saura, María Teresa Cervantes y Charo Guarino. Desde una vista de las derribadas Torres Gemelas de Nueva York a la sencillez de un judío de Bonn, el descubrimiento del amor verdadero en un pueblo de Córdoba o el sentimiento de pertenecencia a la historia de Grecia.

El periodista Jacabo Fernández Aguilar, hombre de teatro, por encima de todo, nos conduce a Buenos Aires, y Ginés Sánchez a un paladar de La Habana. Asensio Piqueras, director de la Feria del Libro de Murcia, nos descubre por qué su hogar no está en el maletero de una mudanza. José Manuel López Nicolás se ofrece a cubrir las Olimpiadas de Tokio. La pintora Miriam Martínez Abellán busca a Van Gogh en Francia. Juan Francisco Cerezo volvería una y otra vez al Sahara. En laverdad.es encontrarán también testimonios de Claudio Cerdán (escritor), Inés Hellín Rubio (bailarina), Pilar Sola (actriz) y Manuel Segura (periodista).

¡Buen viaje!

Jacobo Fernández Aguilar, periodista y director de escena

Volver a Buenos Aires. ¡El manido asunto para un tango!

Jacobo Fernández Aguilar. Guillermo Carrión / AGM

Volver, ¡ay! Volver. ¡El manido asunto para un tango! Quisiera hoy, en pleno confinamiento y cárcel de nostalgia, volver a Corrientes, al corazón mismo de Buenos Aires, Distrito Federal, volver a Tortoni adonde te esperé… casi una hora y me enredé ante ti hablando sin parar de García Lorca, en el rincón del Café dedicado al granaíno, junto al busto que se exhibe. Y luego nos movimos a otra mesa, aquella de la vieja tertulia en la que se sentaba Alfonsina Storni, donde me recitaste un rosario de poemas que aún terminaría, días más tarde, en Mar del Plata en la playa de la Perla, cuando dijiste: «Tú seguirás tu ruta, yo la mía, y ambos libertos, como mariposas, perderemos el polen de las alas…». Hoy anclado en el Mediterráneo más sonoro, en frente de otra tempestad que se arrodilla bajo El Faro, vuelvo a esa tarde, ese lugar, con sabor a vino y a tango, cuando intentabas, por todos los medios, enseñarme a bailar a izquierdas, para que no pudiera hacerlo con nadie más, y cenamos en el mismo Tortoni. Yo un churrasco que no he vuelto a tener sobre mi mesa, y tú me quitaste un pedacito porque, me dijiste, querías romper ese día con lo vegano… Hoy, digo, cuando vuelvo a oír en mi memoria el altoparlante que avisa de mi vuelo, te recuerdo en ese abrazo largo, largo, largo, y me siento que vuelvo también a la otra orilla.

Ginés Sánchez, novelista

Bajando buchitos en La Habana

Ginés Sánchez. Martínez Bueso

Había en La Habana vieja (había porque lo he mirado en internet y ahora es otra cosa), concretamente en la esquina entre O'Reilly y Villegas, un bar/paladar de nombre irrecordable para mí. Allí por las noches se juntaba la cubanada con los yumas a hacer negocios. Todo era madera y plantas. Y había grupo todas las noches, con las guitarras y las maracas y el son y aquello del Che. Olía a ron viejo. La atmósfera era una tensión de seda y sal. Y siempre se estaba listo, atento. Las horas pasaban despacio, pero porque estaban llenas de demasiadas cosas.

Juana J. Marín Saura, poeta

Con los dioses en Nueva York

Juana Marín. Javier Carrión / AGM

Sucedió en agosto-septiembre de 1995. Por fin ese vuelo deseado a lo largo del tiempo: Nueva York. Libros, un plano y la ruta diaria de mis pasos. En ninguna otra ciudad del mundo me sentí tan cerca de las estrellas. Ingrávida, feliz. El privilegio de otear el horizonte igual que un pájaro. Días de intensa cultura y festivas noches. Regresar, regresar. Agradezco a los dioses, la oportunidad de ser aquellos días uno de ellos.

Foto de Juana J. Marín, desde las desaparecidas Torres Gemelas de Nueva York.

Asensio Piqueras, escritor y director de la Feria del Libro de Murcia

Lanzarote y un hogar

Asensio Piqueras. Juan Carlos Caval

Viendo el panorama, solo me queda la imaginación para poder viajar. Algo que lo llevo haciendo desde que tengo conocimiento. Me pasa como a Julio Verne que, sin haberse movido de su casa casi, viajó por el mundo entero y nos hizo viajar con él, desde 'La vuelta al mundo en 80 días'. A la Luna ida y vuelta. O recorrer toda África casi de tirón. Por trabajo o por placer he dormido en todas las capitales de provincia de España y en más de 2.000 ciudades. Pero es Lanzarote donde volveré una y otra vez hasta que deje de volver. Me quedaré a vivir algún día allí. En unos de los traslados de casa, me di cuenta que toda mi fortuna estaba en el maletero del coche. Mi hogar no era ese patrimonio. Mi hogar, de verdad, era mi cabeza, mis conocimientos, mi experiencia, mis sentimientos... Hoy he oído esta frase en boca de Albert Espinosa, y creo que tampoco era suya. «Vivir es aprender lo que ganaste». He ganado mucho en mi vida, y he perdido, hasta la vida. Por eso vivo y quisiera vivir más en la paz y tranquilidad de esa isla, Lanzarote.

Miriam Martínez Abellán, pintora

Una 'road movie' en la Provenza

Miriam Martínez Abellán.

Estos días extraños me han llevado de forma recurrente al sol de la Provenza. Aquella 'road movie' impregnaría para siempre de un color amarillo intenso mis memorias: hospedarnos junto al Café La Nuit pintado por Van Gogh en Arlés; caminar por los senderos colmados de olivos en Saint- Rémy-de-Provence, que tantas veces pintó el genio holandés, hasta llegar al sanatorio donde pasaría sus últimos y sombríos días. Sentir la noche estrellada como un manto de esperanza, no solo conmueve, sino que te hace comprender el hechizo que estas luces provocaron en los impresionistas. La lavanda ya quedaba marchita y el tumulto de girasoles despedía el verano.

Juan Francisco Cerezo, aventurero en bici y presidente de honor de la Sociedad Geográfica de la Región

Sahara, una y otra vez

Juan Francisco Cerezo. Vicente Vicéns / AGM

Si las selvas no me dejan ver ni respirar aunque me intrigan, las montañas son espacios inacabados que me empequeñecen y los desiertos templos de silencio que me expanden, ¿dónde está entonces mi lugar? Allí el viento es huérfano de humedad y viaja con el sol, la arena tiene el sabor del tiempo, y este se detiene. Allí la vista no tiene límites, pero sí espejismos, y el día con la noche juegan con la temperatura. El desierto ha conseguido cautivarme como ningún otro ecosistema. Tras atravesar una decena de ellos, a golpe de pedal, uno solo me había motivado para conocer el resto. Aquel que, como una matrioska, alberga otros más extremos, el que redunda su propia etimología y al pronunciarlo se acentúa y reverbera la misma vocal, un desierto tropical creado por la selva ecuatorial africana, el más grande y cercano donde volvería una y otra vez: el Sahara.

Ángel Paniagua, poeta

Córdoba: arte, amor, juventud...

Ángel Paniagua. Nacho García / AGM

Fue en agosto de 1985, al terminar segundo de carrera. Un profesor nos habló de un curso de verano en Cabra sobre arte barroco andaluz y nos apuntamos varios compañeros de clase, entre ellos aquel segundo primer amor que siempre cala más hondo que el primero real, en el bachillerato. Recuerdo el viaje desde el pueblo en Extremadura, con mi tío primero en su furgón hasta Mérida y de allí en bus a Córdoba, donde recorrí la judería, comí algo y me fui a la Mezquita; la sensación de mareo al toparme de repente con la catedral, allí en medio incrustada; los jóvenes turistas extranjeros sesteando en los soportales del Patio de los Naranjos (salieron después en un poema); los días de clases y emociones encontradas ya en el pueblo de Valera; los baños en la piscina, el sexo con el sabor del cloro en la piel… También recuerdo bien la tarde-noche del último día, esperando que partiera en el autobús de vuelta: sonaba fuerte en el bar cercano 'El adiós' de Manuel Garrido por los Amigos de Ginés y el joven-adulto que se despedía del postadolescente no pudo reprimir unas lágrimas.

María Teresa Cervantes, escritora

La alegría de un pintor de Bonn

María Teresa Cervantes. Pablo Sánchez / AGM

La vida me ha enseñado muchas cosas y hoy me siento feliz entre mis cuatro paredes. Decía César Vallejo, en otras circunstancias bien diferentes: «Oh, las cuatro paredes de la celda. Ah las cuatro paredes albicantes que sin remedio dan al mismo número». Aquí en Cartagena tengo mis libros, lo que me gusta. Yo conocí Praga y me entristeció aquella ciudad sin luz antes de la caída del Muro; las ventanas de las casas no tenían cortinas. Esa vida era dura, sin duda... Viví en París ocho años, y 32 años en Alemania. En Bonn, en los años 80, conocí a un judío, Manfred Weel, que estuvo escondido cuando la deportación, un hombre único, torturado y perseguido, que tenía una alegría fuera de lo normal. Una alumna, en unas clases de pintura, había pintado un gato, y él lo transformó en un tigre, y nos hizo reír a todos. Era optimista, nos invitaba a la sinagoga... en fin, marcó las vidas de quienes lo conocimos y yo le voy a dedicar uno de los próximos libros. Ha muerto a los 96 años, y hasta el último día de su vida pintó. Esas cosas pasaban en aquella vida mía en Alemania.

José Manuel López Nicolás, catedrático y vicerrector de la UMU

Terremoto en Tokio

José Manuel López Nicolás. Vicente Vicéns / AGM

Siempre me ha gustado conocer estilos de vida diferentes al occidental. Por eso hace años fuimos a Japón. Un viaje muy intenso. Quedé impresionado por su cultura, sus paisajes y, sobre todo, por su gente. Sus costumbres son maravillosas; me impactó el profundo respeto con el que los japoneses tratan a sus compatriotas y a los visitantes. Era para ellos un orgullo que gente de España, un país tan lejano, visitase su país. Aquel viaje nos tenía deparada una sorpresa poco agradable. Estando en Tokio la ciudad sufrió un pequeño terremoto. Aunque están preparados, hubo muchos daños materiales e incluso una víctima. Nuestra salida de la capital nipona fue precipitada y quiero terminar de visitarla. Aprovecharía la estancia para hablar con científicos nipones acerca de cómo han vivido ellos la Covid-19. ¿Cuándo? Como gran aficionado al deporte me gustaría estar allí para la Ceremonia de Apertura de los Juegos de la XXXII Olimpiada. Sería un sueño. Por ello, si LA VERDAD quiere, me ofrezco a cubrir los JJ OO. Abrazos confinados. #quédateencasa.

Charo Guarino, profesora de la UMU y poeta

Resurrección del anhelo por Grecia

Charo Guarino. Martínez Bueso

Con creciente intensidad me asalta últimamente el íntimo deseo de volver a Grecia y perderme por alguna de sus cerca de dos mil islas: tal vez Naxos o Paros, e ir saltando de isla en isla, no como turista al uso, sino viviendo y respirando la Hélade. Me encantaría también revisitar la Acrópolis, que pisé por primera vez en el ya lejano 92, y volver a Cabo Sounion para disfrutar desde el templo de Poseidón de uno de sus legendarios atardeceres y dejar vagar el pensamiento y la mirada por el mar de Homero. Me acompaña estos días la relectura de 'Las islas griegas', de Lawrence Durrell, que en su día recibiera el primer premio del concurso internacional como mejor libro turístico sobre Grecia, y creo que tiene mucha culpa de la resurrección de este permanente anhelo.

Charo Guarino, de amarillo, en su primer viaje a Atenas en el año 1992.

Claudio Cerdán, escritor

Suecia de día y de noche

Claudio Cerdán. Antonio Gil / AGM

Mi elección, sin duda, es Suecia. Tras vivir allí seis años no puedo evitar la nostalgia de los bosques reflejados en los lagos, de sus días eternos de verano donde apenas se ponía el sol, o los vistazos a las negras noches de invierno en busca de una aurora boreal. Junto con la atmósfera hogareña y la amabilidad de sus gentes es, quizá, el segundo lugar en el que puedo sentirme como en casa.

Inés Hellín Rubio, doctora en Artes Escénicas, coreógrafa y bailarina

Danzando en La Habana

Inés Hellín Rubio.



La primera vez que fui a Cuba tenía diecisiete años, bailábamos con el Ballet Español de Murcia en el Festival Internacional de Danza de la Habana. Luego he regresado dos veces más: una para bailar en la siguiente edición del festival y otra para participar en un congreso de la Universidad de las Artes. Lo mágico de La Habana es su inmensa alegría y vitalidad, dando igual las circunstancias económicas o sociales. La gente da vivo ejemplo del dicho «no es más rico el que más tiene, sino el que menos necesita». Regresé a España cada una de esas tres veces valorando una partida de cartas, sentarme junto a un amigo en unos escalones a hablar, abrazar a mi abuela… La vida está llena de lujos de los que no somos conscientes muchas veces. La Habana me enseñó algunos de ellos.

Pilar Sola, actriz

Teatro en el campamento de Dajla

Pilar Sola. Vicente Vicéns / AGM

Durante este confinamiento ha sido imposible no recordar Dajla, uno de los campamentos de refugiados saharauis donde estuve dos años consecutivos con mis compañeras/os de El Hechizo Teatro. Vivir allí es lo más parecido a estar confinados. Pero sin plataformas digitales y permanentemente.

Manuel Segura, periodista

Tras los pasos de Hemingway

Manuel Segura.



En 1984, con apenas 22 años, viajé a Cuba. Fueron once días inolvidables en aquel país tan lejano pero tan cercano a la vez. Nunca olvidaré su olor, su música, sus playas y, sobre todo, su gente. Pude comprobar que La Habana aún conservaba el encanto que yo le había leído describir a Hemingway. Difícil de olvidar aquel viaje que, por otra parte, resultó muy asequible para mi entonces debilitada economía.

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