Pertenezco a una generación que heredó las grandes expectativas de la revolución sexual y la revolución feminista, que pasó del VHS a ese jolgorio de contenidos que es internet, que vivió el desplazamiento de la producción y acumulación capitalista al consumo desmedido e irresponsable. Ahí ... crecí yo, en la normalización del consumo pornográfico por parte del Canal+ y los videoclubs, entre revistas juveniles (y para mujeres) que te enseñaban cómo masturbarte y complacer al 'chico de tus sueños', con el miedo a que mi reputación fuera arrasada por la etiqueta de 'zorra' y con algunas contradicciones sobre mi identidad y el mundo.

Publicidad

¿Por qué mi madre ponía tanto interés en esconder en casa los libros del embarazo y el parto si me fascinaban y eran mis favoritos? ¿Qué Hugh Hefner le hubiera puesto a las mujeres orejas y rabo era algo perturbador o simplemente, provocador y divertido? ¿Era aquello una forma de humillación o un gesto a favor de la liberación sexual de las mujeres? Si el sexo parecía ser una experiencia llena de aventuras para los chicos, ¿por qué en el caso de las chicas las mismas actitudes y conductas influían negativamente en su imagen pública, en cómo eran miradas y valoradas? ¿Mis necesidades sexuales eran una amenaza para mis necesidades intelectuales? ¿Minimizaba mi atracción por las chicas por miedo al estigma o solo por inseguridades personales? ¿Por qué me sentía tan culpable al renunciar al calificativo eterno de víctima de violencia sexual? ¿Debía preocuparme más esa agresión de mi pasado que cómo volver a recuperar el control y la seguridad de mi sexualidad y el goce erótico en el presente?

En un contexto donde la sexualidad se representaba de una forma más permisiva e incluso se animaba a la sociedad a crear y normalizar una nueva moral sexual, ¿por qué todavía se nos exigía vigilar nuestros cuerpos y conservar, a través de ello, nuestra respetabilidad? Mientras que los encuentros sexuales otorgaban a los chicos prestigio, a nosotras nos atravesaba un doble estándar: había que tener sexo, pero había que tenerlo con disimulo. El embarazo no deseado era lo peor que le podía pasar a una adolescente. Después de suceder aquello, había que prepararse para lo peor: no tener futuro. Quedarte embarazada a temprana edad te presentaba como una tonta. En cambio, el mismo acontecimiento en los chicos se vivía de forma muy distinta. Para ellos era un mero descuido, como si acaso fueran ajenos a la conciencia y la voluntariedad. Se les justificaba, se minimizaba su responsabilidad. El impulso sexual masculino parecía un comodín para sus malas decisiones… y malos actos.

Puede que, entonces, las citas fueran más igualitarias. Pero los efectos de las normas sexuales en razón de género y los guiones heteronormativos continuaban perfilando nuestra identidad, conducta y autoestima. Las diferencias de género no eran ajenas al sexo casual. En el caso de las chicas, si deseábamos tener sexo, nunca debíamos mostrar iniciativa sexual. ¡Y nada de ser tú quien llevase los condones!

Publicidad

Los chicos soñaban con la promiscuidad femenina y, a la vez, reafirmaban su misoginia cuando nuestra conducta sexual era similar a la de sus colegas. Quizá nuestro interés sexual solamente estaba bien visto cuando existía una motivación romántica. El amor no nos convertía en unas putas, solo en unas ingenuas apasionadas. Era como un juego de costos y recompensas: el sexo podría ser fácil de conseguir, pero el amor era muy difícil de encontrar. Así que, si Cupido llamaba a tu puerta, no tenías que preocuparte excesivamente por cómo sería tu reputación si abrías las piernas. Cuestión que, a día de hoy, no parece tan diferente.

El debut sexual de mi generación también estaba marcado por otras inquietudes. La crisis del sida todavía persistía en nuestro imaginario social. Nos alertaban bajo el lema 'Póntelo, pónselo', pero más allá de esto nadie nos había educado para entender el consentimiento, para sentirnos seguras con nuestros cuerpos, para decir 'no' y otra vez 'no' a los amores tóxicos, para desarrollar habilidades sociales también en el ámbito de las relaciones íntimas.

Publicidad

Aunque el feminismo llamó a mi conciencia al poco de cumplir los 20, antes de ello yo ya intuía que la sexualidad era para las mujeres una zona conflictiva y, a la vez, llena de oportunidades. A falta de educación sexual y referentes, es cierto que en mi juventud tuve claro que mis hábitos sexuales no eran diabólicos. Eso sí: me habría gustado tener más información para comprender, decidir y celebrar los placeres sin sexismo.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Infórmate con LA VERDAD: 1 año x 29,95€

Publicidad