José Gabriel Cantabella, poeta
En el quinto aniversario del fallecimiento del escritor murciano
Soren Peñalver
Poeta
Jueves, 23 de mayo 2024, 00:44
Entre libros desconocidos que serán o no nuestros amigos si nos detenemos ante un montón de ellos, si los elegimos al azar o bien porque ... nos atrae la portada, el nombre de autor o autora o el título. Viejos libros que pasaron por otras manos, retenidos durante un tiempo, y después siguieron de nuevo su curso desconocido.
José Gabriel Cantabella, hombre de cultura, poeta y memorable entrevistador radiofónico, nos dejó un 22 de mayo, hace cinco años. A él le gustaba este breve texto que dediqué a Toni Inorato, el generoso librero del mercado de los domingos, junto al río, al pie del Puente de los Peligros. Entre viejos y nuevos libros de lance, sin previa cita nos encontramos aquella mañana soleada y con una fresca brisa marera. Carmen, la pintora que con el amigo compartía apellido, su esposa, le acompañaba en su búsqueda libresca. Nos gustó mucho el encuentro a los tres.
José Gabriel y yo nos entregamos a nuestras tareas codiciosas; Carmen estaba atenta a otros descubrimientos... Y de pronto Carmen me preguntó si yo sabía dónde estaba su marido. Nos sentimos angustiados por unos momentos. Buscamos, preguntamos a algunos conocidos, y al otro lado de la carretera le vimos, sentado en el zaguán de una vivienda junto al Palacio Almudí, y se abanicaba con su gorra. Nos sentamos con él, que disimulaba de su estado. Carmen me miró, antes de despedirse, y comprendí... Al día siguiente, creo, se marchaban de viaje a Marruecos; en concreto a Tánger. También me marché yo del mercado, con la sensación de que la despedida de mi amigo era definitiva. Así fue.
Nunca llegaron a cruzar el estrecho. Recibo la noticia mientras yo también viajo, a Roma vía Viterbo. Me embarco hacia Estambul, en una travesía larga, la más triste de mi vida, pese a los amigos que van conmigo e intentan distraerme. Escribo una larga carta a Carmen Cantabella, desde donde no lo sé –ella me asegura que desde Turquía–, tal era mi estado. Yo quería y admiraba a José Gabriel, él a mí me lo demostraba a menudo: lo que me quería y valoraba mi hacer literario. Estuvimos muy unidos, en Mazarrón, unos años durante los actos de la Universidad Popular, con su director, José María López Ballesta, y los amigos de allí, y participando como vocal del jurado en el Premio Segado del Olmo. Estaba feliz, pues amaba la literatura, la poesía, como no he conocido a nadie. Era un lector voraz, amplio. A la escritora Teresa Vicente siempre la sorprendía con un libro que él consideraba digno de la atención de su amiga. A mí me visitaba durante mis estancias en el hospital, también con el obsequio de un libro cuya calidad literaria compartíamos.
Amigos compartidos: los poetas Sánchez Rosillo, Pascual García, Robert Pocklington, Consuelo Ruiz Montero, Carmen Gallego, Rubén Castillo, Ginés Aniorte; Teresa, Carmen Barberá, Pepe López Martí, Marili; la gran Dionisia García, el 'ario errante' Harry Marcus... Cuando me dijeron ambos, Carmen y José Gabriel –siempre él aceptó mi osadía de llamarle por sus dos nombres–, que viajarían a Tánger, les dije que en un local junto al mar, antaño llamado Café Negresco (después se ha ido cambiando de nombre a menudo), sigue mi imagen juvenil en una fotografía colgada en la pared, junto al escritor Mohamed Chukri, entonces de lectura prohibida...
Cantabella estaba fascinado con el relato de mi Marruecos. Le prometí un poema en el que exponía mi paso tránsfuga por Marruecos; señalando que la pobre foto del café moruno no nos la hizo Cecil Beaton, pero que nosotros, los pobres, éramos más guapos y jóvenes que los Bowles, Tennessee Williams o la princesa Martha Ruspoli.
A Cantabella, en su memoria, y por su amor por los libros, evoco una alegre conversación, motivada por la segunda égloga de Virgilio, en la que el poeta trata acerca de la pasión del pastor Coridón por el bello Alexis. Mi amigo me preguntaba, intrigado, como la traducción de Fray Luis de León no estaba expurgada. Estábamos en mi habitación, en el Morales Meseguer, donde él me visitaba. Le había yo enseñado una rara edición de 1872: 'Poesías del Maestro Fray Luis de León', «coleccionadas, corregidas y publicadas a la vista de todas las ediciones anteriores y de muchos manuscritos» por un tal Don Francisco Besalú, bla, bla, bla... En el apartado de las 'Traducciones profanas', el poeta y sabio fraile, cauto –si no fue víctima de censura previa– tradujo este sabroso fragmento en el que Corridón refiere sus penas amorosas: «En pos de la retama y cambronera / La cabra golosísima prosigue, / Yo en pos de ti, ¡ó Alexis! y de consumo / En pos de su deleite cada uno». Los versos virgilianos acentúan con su belleza la belleza intrínseca del latín: «florentem cytisum sequitur lasciua capella, / te Corydon, o Alexis; trahit sua quemque uoloptas».
Entonces yo improvisé mi versión para mi amigo: «La cabrilla traviesa persigue el cantueso florido; / a ti, oh Alexis, se sigue Coridón: no hay quien no vaya de su afición en pos». Reímos considerando serios que 'uoluptas' –voluptuosidad– es un concepto de amplia interpretación... Todavía siento la caricia de su mirada inteligente y bondadosa, en el momento de nuestra despedida esa tarde. Parece que ocurrió ayer mismo.
O quizás fuera una miríada atrás en el tiempo.
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