Nerea Adly García
Miércoles, 3 de enero 2024, 00:32
El filme 'Zombi' ('Dawn of the dead', 1978) se hizo célebre por sus alegóricas imágenes de muertos vivientes deambulando por un centro comercial. El paralelismo estaba claro: nosotros éramos los zombis que frecuentábamos los espacios compuestos por concatenaciones de tiendas como cuerpos sin voluntad, únicamente ... guiados por el dinero y el consumo. «Fuimos moldeados como zombis hace mucho, cuando pusieron el dinero a pie de calle para que fuéramos de cajero en cajero a consumir aunque no necesitáramos nada. Ahora solo tenemos que enseñar el móvil. El truco está en hacerlo cada vez más fácil», asegura el periodista y crítico de cine Ramón Monedero (Murcia, 1976) en su nuevo ensayo, 'Mundo Zombi. El cine de muertos vivientes' (Chaplin/Berenice). En este volumen pone de manifiesto las conexiones que hay entre nuestra sociedad y el cine zombi, revisando los títulos clásicos junto a los menos conocidos y extrayendo claves que dejarán al lector sorprendido.
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«En 2008, los informativos estaban repletos de imágenes de huelgas por la crisis financiera. Europa se incendió y llenó sus calles con masas de personas protestando, y eso me recordó irremediablemente a una película de zombis», sugiere Monedero, que considera que tanto el zombi como los que protestaban eran víctimas: el zombi por ser condenado a comer carne humana, y las personas por ser utilizadas por el sistema económico capitalista.
«A partir de esa primera idea creé este ensayo, que al final habla de nuestra relación como sociedad a través del cine zombi», afirma el autor de 'M. Night Shyamalan. En ocasiones veo muertos' (Ediciones Encuentro, 2012).
La caída de Lehman Brothers en Nueva York –empresa global de servicios financieros de Estados Unidos– es uno de los primeros paralelismos que establece el periodista. «Me di cuenta que cuando nos manifestamos, lo hacemos alrededor de grandes zonas financieras», cita.
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En la madrugada del 14 al 15 de septiembre de 2008, en uno de los despachos más grandes y lujosos de la sede de Lehman Brothers, Richard Fuld, presidente y consejero delegado de una de las compañías financieras más importantes de América, se pasó pegado al teléfono esperando que alguien le echara una mano para evitar el desplome del imperio y por consiguiente, que él perdiese su sueldo millonario de 35 millones de euros al año. Más de ciento cincuenta años de historia se iban a ir al traste por una de esas hipotecas de riesgo. «¿Por qué cuatro gárrulos quisieron comprar la casa de sus sueños y ahora no la pueden pagar?», reflexiona. Finalmente, mientras Fuld estaba en su torre de marfil, el imperio cayó miserablemente. «Hay una película, 'La tierra de los muertos vivientes' (2005), de George A. Romero, en la que se recrea una escena muy parecida. Los zombis se encuentran cercando un edificio de lujo, donde viven personas adineradas, que están ajenas a todo lo que está ocurriendo. Finalmente, los zombis consiguen entrar en el rascacielos y acaban de un plumazo con su bucólica existencia de cristales y moquetas. Los mismos gárrulos (o zombis) que soñaron con comprarse una casa por encima de sus posibilidades, derrumbaron el impostado sueño de ser feliz, rico y vivir en otra liga ajena al populacho», relata el escritor. «Sin saberlo, Romero en esa película había hecho una metáfora sobre la crisis económica, antes incluso de que se produjera», afirma Monedero, licenciado en Comunicación Audiovisual en la Universidad Católica de Murcia y máster en Comunicación Social por la Universidad de Almería y colaborador de diversas revistas como 'Imágenes de actualidad' y 'Scifiworld', que admite que al leer 'El extraño caso de Dr. Jekyll y Mr. Hyde', de Stevenson, «algo cambió en mí».
Monedero considera que desde el estreno de 'La noche de los muertos vivientes' (George A. Romero, 1968) este tipo de películas se han convertido en un fiel reflejo de nuestra sociedad. «1968 fue un año convulso, por la protestas de la Guerra de Vietnam, o por los derechos civiles en Estados Unidos. El mundo estaba turbulento en general, y qué casualidad que en ese momento socioeconómico nacen los zombis. Y cuando se vuelven a poner de moda, vuelve a pasar algo parecido, después del 11S, o de la Primavera Árabe. Me percaté de estos detalles, y eso me hizo preguntarme qué relación existe entre estos acontecimientos», reflexiona el comunicador, que piensa que desde el estreno de esta película «cambió todo el patrón existente». Los zombis son seres heredados de la cultura vudú, principalmente de Haití. Eran personajes que morían y eran despertados por un brujo, con una poción mágica, que los solía utilizar como esclavos, sin ningún tipo de autonomía. Un ejemplo de esto es la obra de Wiliam Seabrook, un periodista y singular aventurero, quién, según parece, llegó a probar la carne humana.
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Por otra parte, 'La isla mágica' (1929) «no es el mejor ejemplo de relato periodístico, pero tampoco llega a encajar como relato de ficción». Se trata de una mezcolanza de géneros, que relata como en Haití se utilizaban los zombis como peones para trabajar en campos de azúcar. «Puede que para el público del siglo XXI semejante revelación no resulte emocionante, pero para el americano medio del 'crack' del 29 (otra crisis económica de telón de fondo) hizo de este libro un 'best seller'».
Después del estreno de la película de Romero, los zombis se convirtieron en autónomos, pero con una obsesión; comer carne humana. «Es más, el director no llamaba a esas criaturas zombis sino espectros. No fue hasta su estreno, que la crítica lo calificó así. A partir de 'La noche de los muertos vivientes' yo diría que casi el 100% de las películas de este género han seguido el mismo patrón de Romero», afirma.
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Un amigo del autor, tras leer el ensayo, le dijo que había escrito un libro antisistema. Pero «mi libro no era antisistema, sino crítico con él. Es un sistema imperfecto, que tiene debilidades», asegura el periodista, que creé que buena parte de ese engranaje que deberíamos mejorar somos nosotros mismos. Ya que cada vez más, el apetito de los zombis por la carne humana se asemeja al nuestro por producir y gastar dinero. «Es un poco deprimente», opina.
Este ensayo culmina con una reflexión sobre la covid. «Miraba la calle y pensaba: esto es una película de zombis, solo que faltan los zombis». Durante el estado de alarma algo cambió en nuestra sociedad. «Seguíamos siendo zombis, pero ya no podíamos consumir y fagocitar bienes necesarios e innecesarios. Ya no podíamos aglomerarnos en hordas y exigir justicia. No podíamos salir ni relacionarnos». «Estábamos encorsetados, esclavos de un brujo que nos dominaba desde la lejanía, como los hechiceros de las primeras películas zombis. El confinamiento nos arrebató nuestra capacidad de consumir o deglutir. Ya no éramos tan zombis como antes, habíamos evolucionado a zombis virtuales», determina.
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