Me fijé en el libro por la portada y la dirección que le sirve de título. '209 rue Saint-Maur, París'. Todo lo que tenga que ver con la capital francesa actúa sobre mí como una catarsis. Me hiere, me reconforta. Lo esquivo y lo ... necesito a la vez. La portada, la ilustración del edificio en tonos azulados, decantaría aquella mañana el recuerdo por el lado de la melancolía, y no del dolor. Así que lo compré y decidí dejarlo madurar unas semanas. No es fácil volver a París cuando uno lleva tantos años sin ir.

Publicidad

Viví una temporada en rue Vicq-d'Azir, a escasos cuatrocientos metros de la mencionada rue Saint-Maur, así que la obligación moral de comprar el libro estaba justificada. Soy consciente de que las calles de París están llenas de cicatrices, algunas aún abiertas, y mucho más ciertos barrios, como el distrito X, siempre a medio camino entre lo burgués y lo popular, combinando en apenas unos metros el aire cosmopolita de la inmigración con el esfuerzo sórdido de las clases bajas que intentan sobrevivir en una ciudad desagradecida. Por eso le di la oportunidad al libro, porque buscaba que me hablase de aquellos días en los que fui feliz, y sobre todo que contara la historia de lo que había sido la ciudad antes de que la paseara.

'209 rue Saint-Maur, París', escrito por la cineasta francesa Ruth Zylberman y editado en España por Errata Naturae, es un libro que cuenta la historia de París a través de una cotidianidad pasada. No necesita la autora de grandes acontecimientos para tocar el alma de la ciudad, para mostrar a los lectores lo que fueron los últimos 150 años en la vida de una urbe que ha caído y se ha levantado en numerosas ocasiones. Le basta la voz de los habitantes de un edificio cualquiera, la sucesión de estirpes y soledades que se han ido acumulando en el rellano, en la escalera, en los apartamentos a lo largo del tiempo, y que hoy sirven de testimonio humano frente a las enciclopedias.

Sigue Zylberman el linaje de Perec en 'La vida instrucciones de uso'. Llega a la totalidad del relato a través de pequeños fragmentos prestados. El 209 de la rue Saint-Maur sufrió los estragos de la Comuna de 1871, las barricadas, las cargas versallescas, el miedo de la represión, la partida de los jóvenes para enterrarse en las trincheras de Verdun, los años bárbaros del fascismo, las redadas, las desapariciones en mitad de la noche, la ausencia como una herida que nunca termina de cerrarse. La historia que nos cuenta la autora totaliza la ciudad y sirve de cura, porque reconstruye decenas de vidas que estaban a punto de perderse en la memoria de los hombres. Les pone nombre y apellidos a las identidades difusas. Reclama la parte de humanidad de quien sufrió en ese inmueble, y solo por eso el libro ya merece su puesto en la biblioteca personal de cada lector.

Publicidad

Esa mezcla de historias actúa como un mosaico. Las vidas se van entrelazando, perdiendo, ganando. Son ríos que fluyen y que Zylberman invoca en el rellano del edificio. Tal vez las páginas más sentidas, donde se alcanza mayor rigor investigador y una escritura más profunda, sean las referentes a la II Guerra Mundial. El 209 de la rue Saint-Maur, como todo el distrito X, fue un edificio en el que se refugiaron decenas de judíos a finales de los años treinta. Con la ocupación nazi de París, el 209 pasa a ser el epicentro de la desgracia. La autora escruta las vida de forma individual y muchas de ellas conducen hasta el Velodrome d'Hiver, la deportación masiva de judíos en la noche del 16 al 17 de julio de 1942.

Pero no se rinde. Hija también de la deportación, sabe de la importancia capital de la memoria para entender y evitar la repetición de los hechos. Su labor de rescate es encomiable. Su producto literario fascina, entre la modernidad del relato fragmentario y el espacio que concede a las víctimas, con su voz, con su dolor y empeño por no guardar silencio ante lo ocurrido.

Publicidad

Pasan las generaciones, 150 años de historia que son un trasunto de París, de Europa, desde Napoleón III hasta el Bataclan. Cada vida, piensa Ruth Zylberman, merece la pena ser contada. En cada historia hay una salvación, por intrascendente que parezca. Larga vida a los discípulos de Perec, los que han entendido que hay más ciudad en un bloque de edificios que en los cimientos de Notre Dame.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Infórmate con LA VERDAD: 1 año x 29,95€

Publicidad