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El periodista y escritor Gregorio León, ayer, fotografiado en el balcón de su domicilio, en Murcia. Vicente Vicéns / AGM

Gregorio León: «Me noto muy sensible»

La cultura en cuarentena ·

El periodista y escritor confía en que «las radios y las televisiones les quiten minutos a los charlatanes y se los den a la gente con conocimientos»

Jueves, 16 de abril 2020, 00:55

Noventa años tiene su padre, «uno de esos hombres de campo que dicen verdades como puños», y que cada vez que, estos días, cuelga el teléfono, le desea a su hijo «¡suerte!». El padre está en Balsicas, su hijo es el periodista y escritor Gregorio León, nacido en 1971 y autor de novelas como 'Estación Sol' y 'La emperatriz de jade', ambas publicadas por Algaida. Confinado en Murcia.

–¿Qué no es?

–Catastrofista. He dejado aparcado un rato a [Eduardo] Mendoza y estoy leyendo artículos de economía. En 2013 teníamos una tasa de paro del 26%, y hoy las previsiones más pesimistas hablan del 20% para este año. Lo que vivimos de 2008 a 2013 fue muy gordo, y remontamos. Ahora también saldremos de esta crisis; lo más terrible son los muertos que está dejando.

–¿Cómo está?

–En casa, solo; toda mi tropa familiar vive en Balsicas, encabezada por mi padre, que tiene 90 años. Yo soy un tipo casero y tengo la suerte de ser muy lector. Además, cuando escribo novelas me habitúo a la reclusión. He vuelto a Julio Verne, he releído 'Juegos de la edad tardía', de Luis Landero...; estoy leyendo de una forma más reposada, sin estar, como hace un mes, corriendo de un lado para otro y siempre pendiente del móvil. Creo que con este confinamiento se van a recuperar lectores, gente que está volviendo a sentir el placer que provoca la inmersión en un libro. Yo ese placer lo busco, aunque tengo claro que no puedo pasar sin el periodismo, que me permite tener los pies en el suelo. Me gusta estar a solas conmigo mismo, por la mañana, y por la tarde sentir el bullicio y el latido de la búsqueda de información.

–¿Qué se dice para animarse?

–Que no nos están cayendo bombas, aunque ya le digo que las muertes me provocan una gran tristeza. Que vivimos un paréntesis, no un punto y final, y que aparecerá una vacuna y el mundo no se acabará. El otro día, escuchando a Freddie Mercury, recordé cómo en su día la gente caía como moscas a causa del sida.

–¿Qué no hace?

–Consumir información de forma desmesurada, la busco de calidad.

–¿A su padre qué le cuenta?

–Él sabe que para mí es oxigenante ver a mi familia todas las semanas, y que los echo de menos. Lo llamo casi todos los días, ¡de cabeza está perfectamente! Es uno de esos hombres de campo que dicen verdades como puños. Me ha enseñado a sobrellevar las cosas cuando vienen torcidas, porque él y su generación sí que conocieron lo que son las penurias de verdad. Me ha educado en la cultura del esfuerzo. Cuando murió mi madre, con 56 años, fue un golpe muy duro para él, pero supo rehacer su vida, levantarse. Yo me parezco mucho a ella, y le agradezco que me inculcase la importancia de mejorar en la vida por medio del estudio, del conocimiento; creo que llegué a los libros gracias a mi madre. Pensamos que estamos jugando el minuto cuarenta del partido, por ejemplo, y quién sabe si estás ya en la prórroga de tu vida. La muerte de mi madre me llevó a intentar vivir el día a día, que es lo único seguro que tenemos... Mi padre cada día se despide de mí diciéndome: «¡Suerte!». Se preocupa mucho por mi salud [risas].

Individualistas

–¿Qué está comprobando?

–Me llevo bien conmigo mismo, no caigo en depresión; soy capaz de controlar toda mi inquietud, que nunca para quieta, que no deja de revolotear, y mi tendencia a ser muy impulsivo. Y me noto muy sensible, me emociono con mucha facilidad. En el momento de los aplausos [cada tarde], o cuando veo a un abuelito saliendo de un hospital, me echo a llorar; eso es algo muy novedoso para mí.

«Confío en volver a Nueva York, y de nuevo cruzar el puente de Brooklyn, y comerme una hamburguesa lo más grande que pueda»

–¿Dónde sueña con volver?

–¡A Nueva York! La adoro, y me resulta muy impresionante ver ahora vacía Times Square, con sus neones brillando para nadie. Tenía una reserva de hotel para el 27 de julio, que he cancelado. Pero confío en volver y, de nuevo, cruzar el puente de Brooklyn, y comerme una hamburguesa lo más grande que pueda; y visitar, que tengo pendiente, el Museo de la Imagen en Movimiento, en Queens.

–¿Cambiaremos?

–Somos egoístas e individualistas por naturaleza, y solo las circunstancias extremas nos hacen juntarnos, y apoyarnos, por necesidad. Por desgracia, cuando superemos esto, no creo que vayamos a ser mejores personas, ni que se invierta más en ciencia y en conocimiento. Lo que espero, al menos, es que las radios y las televisiones les quiten minutos a los charlatanes y se los den a la gente con conocimientos, a la que merece la pena escuchar.

–¿Qué será lo próximo que escriba usted?

–¡Un policíaco!

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