Juan Manuel de Prada (Baracaldo, Vizcaya, 1970) anda «de la ceca a la meca», y ahora todavía más con la reciente publicación de 'Mil ojos esconde la noche' (Espasa, 2024), que el miércoles 5 de junio, a las 19.30 horas, le traerá de vuelta a Murcia. El escritor y columnista de 'XL Semanal' es el próximo invitado del Aula de Cultura de LA VERDAD, donde presentará, en colaboración con la Fundación Cajamurcia y la Fundación Vocento, la primera parte, 'La ciudad sin luz'. Es, reconoce, su proyecto «más ambicioso» por la intensidad con la que ha escrito: «Suspendí todos mis viajes y rompí con el mundo. Me ha llevado las veinticuatro horas del día durante muchísimo tiempo. He vivido encerrado dentro de la novela. Creo que eso se ha transmitido al texto; tiene mucha tensión, mucha fuerza, es una escritura muy desgarrada y en la que no me he dejado nada en el tintero». ¿Qué cuenta esta vez? De Prada recupera como narrador y protagonista a Fernando Navales, personaje de su celebrada primera novela, 'Las máscaras del héroe', «un escritor tan dotado de talento para la manipulación como carente del más mínimo escrúpulo, un antihéroe pluscuamperfecto, movido por el resentimiento, la más oscura, pertinaz y alevosa de las debilidades humanas». ¿Con qué misión? Conseguir que los artistas e intelectuales españoles exiliados colaboren con las actividades que Falange desarrolla en el París ocupado. ¿Qué personajes se encontrará el lector? La colonia española en París durante la Segunda Guerra Mundial está formada por artistas, escritores e intelectuales exiliados después de la Guerra Civil, «con una abrumadora mayoría de catalanes —polaquitos, para el cáustico narrador—; otros, como Picasso, llevan ya un tiempo viviendo en la capital francesa y, finalmente, están los recién llegados, con un buen número de corresponsales de prensa». Entre ellos, por cierto, el pintor murciano Pedro Flores, sobre quien De Prada tiene una teoría y del que habla con devoción en esta entrevista.
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–'Mil ojos esconde la noche' es una novela que ofrecerá en dos entregas: 1.600 páginas en total. Su deseo con este trabajo es que volvamos a la lectura de verdad: «La lectura que reclama todas nuestras potencias espirituales, todas nuestras capacidades, requiere que rompamos con la vida apresurada que llevamos». ¿Contento por las reacciones?
–Sí, estoy contento con la salida, sí. Vamos a ver qué pasa cuando la gente lo haya leído. La salida ha estado francamente muy bien.
–¿Alguna vez pensó en dar continuidad a 'Las máscaras del héroe'? Dice Arturo Pérez-Reverte, un entusiasta de dicha obra, que es usted «quizás el más brillante prosista de su generación».
–Toda la vida me ha acompañado la idea de escribir una continuación de 'Las máscaras del héroe', la novela protagonizada por Fernando Navales, que escribí en mi juventud, y durante mucho tiempo tenía la idea de escribir una novela que transcurriera en los años de la guerra civil. Pero me parecía muy problemática una novela sobre la guerra civil contada por un falangista acérrimo como Fernando Navales. Y la fui digiriendo. Ocurrió que me metí en la investigación sobre una escritora catalana, Ana María Martínez Sagi, a la que he dedicado media vida, a la que dediqué una biografía, una gran biografía ['El derecho a soñar'], y la investigación sobre esta mujer me llevó a los archivos de todo el mundo. Y, entre otros, investigué estos años de la ocupación alemana en París. Sagi estaba allí en ese tiempo, es un personaje, de hecho, de 'Mil ojos esconde la noche'. Mientras investigaba sobre ello comprobé la cantidad de artistas que habían vivido en París en ese tiempo, y me di cuenta de que había material para muchas novelas, y que podía llevar a Fernando Navales a París. Falange tenía allí una delegación, y había desarrollado una gran actividad cultural en París. Y se me apareció de repente esta idea. En 'Las máscaras del héroe' había contado los ambientes de la bohemia madrileña de los años 20 y 30 del pasado siglo. Y se me ocurrió de repente una novela que contara los ambientes de los artistas y escritores españoles en París durante los años de la ocupación alemana.
–En aquel París de 1940 y 1941, dos de los personajes españoles más poderosos son el embajador Lequerica y el policía Urraca, que se refiere a esos artistas y escritores españoles en París como «artistillas y plumíferos».
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–Urraca es el agregado policial en la Embajada de España en París. Además, es jefe del operativo para conseguir la detención y entrega a España de destacados personajes republicanos en el exilio francés. [Entre otros, detiene y acompaña hasta Irún a Lluís Companys, expresidente de la Generalitat catalana, que sería fusilado después]. Urraca le encarga la misión a Fernando Navales de captar y engatusar a toda esta colonia, esta comunidad de artistas y escritores españoles en París, a los que trata con desprecio. Y Navales, de una u otra manera, también, aunque de un modo distinto, porque al fin y al cabo es un escritor, un escritor fracasado. Mientras que en Urraca hay desprecio, en Navales, que es el encargado de llevar a cabo la misión, está la rabia de un escritor fracasado, que la repercute sobre todos esos artistas a los que tiene que convencer para que colaboren con Falange.
–¿Cree que nos han contado y hemos creído muchas mentiras a lo largo de la historia?
–Sí, creo honestamente que la historia de España contemporánea es una sucesión de mentiras. Al menos la historia de los siglos XIX y XX. Porque son los siglos de las ideologías, y a las ideologías no les interesa la verdad histórica ni humana, sino que les interesa la creación de un relato que amolde las conciencias a los intereses de la ideología en cuestión. Lo que se busca es crear versiones de la historia que corrobores, ratifiquen los postulados de la ideología en cuestión. Esto es así. Esto ocurrió con los liberales en el XIX, que crearon un relato ficticio sobre los carlistas; ocurrió durante la República, que crearon un relato ficticio sobre la monarquía; ocurre en la dictadura de Franco, y ocurre naturalmente en nuestra época. Vamos a ver, entrar en esa selva de falsificaciones históricas es muy difícil porque los tópicos están enquistados, y la gente rechaza la verdad y prefiere vivir cómodamente instalados en estos tópicos porque su conciencia ha sido moldeada por ellos, y, por lo tanto, se encuentran más cómodos. Más que natural, eso es algo comprensible. Yo creo también que a mí como escritor me interesa la verdad humana. Y la verdad humana no admite estas casillas. Los seres humanos somos contradictorios y constantemente estamos incurriendo en errores, arrepintiéndonos, rectificando, y de todas estas cosas las visiones ideológicas de las cosas pretenden hacer tabla rasa, como si no sucediesen. En esta novela, efectivamente, se nos cuenta esta otra parte de la historia que las falsificaciones ideológicas pretenden ocultar.
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–¿Ha disfrutado la escritura de esta historia sobre tantos personajes de ese tiempo en París?
–Bueno, no te diré disfrutar porque yo de normal soy una persona que sufro escribiendo, no disfruto. Sí es una novela a la que me he entregado mucho, una novela en la que he querido dar lo mejor de mí. Me exigió una gran concentración, una gran pasión. Un estado de arrebato muy fuerte, porque era la única manera de emprender una labor así. Una novela de estas dimensiones, tan bestiales, requería una entrega máxima. Y para ello he tenido una dedicación absoluta, las 24 horas del día, durante mucho tiempo. En ese sentido, no es que me lo haya pasado bien escribiendo, sino que he entregado todo a la escritura.
–En nada se cumplirán 90 años de la guerra civil, pero hay muchas cosas todavía no superadas.
–Las cosas que no hemos superado son consecuencia de intereses ideológicos. Ahora mismo, honestamente, lo siento mucho, por mucho que haya gente que llora porque su abuelito no sé qué... ahora ya todo es fingimiento ideológico. La realidad es que los muertos de la guerra civil son muertos de hace cien años. Y, evidentemente, el amor a los antepasados permanece y dura, pero es un amor sereno. Pero no es un amor como para provocar desgarramientos sociales. Los desgarramientos sociales son interesados porque las ideologías quieren mantener vivo ese encono y sus antagonismos sociales, y que los hagan fuertes a ellos mientras destrozan a la sociedad española, mientras la avillanan, etcétera. Yo creo que la sociedad española está perfectamente preparada para asumir la verdad de la historia. Y creo que son nuestros políticos los que están interesados en crear y mantener relatos. Relatos donde unos sean los buenos y otros los malos, donde unos sean los demócratas y otros los fascistas, o donde por el contrario sean los demócratas y los comunistas... Pienso que esa labor se puede acometer, pero lo que encuentro son impedimentos políticos más que sociales.
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–La historia de Fernando Navales podría encajar en una ficción cinematográfica. ¿Aceptaría que la adaptaran a filme o a serie?
–Yo soy muy aficionado al cine, pero no quiero saber nada del cine. He tenido experiencias muy ingratas con ese mundo. Creo que una novela de estas características, que disuelve o que se burla de las mentiras históricas, de las mentiras elaboradas durante este siglo, creo que no es una obra que nadie va a querer adaptar. No lo creo. Pero, en cualquier caso, a mí me gusta escribir y si alguna vez alguien adaptara una obra mía, yo me limitaría a cobrar. No querría saber nada de la película. Como ya sé que quien se atreva me va a desgraciar la obra, por lo menos, pillar cacho, ¿no?, y me desentendería por completo. No me interesa.
–En la novela aparecen Picasso y dos de sus amantes francesas más famosas, la pintora y fotógrafa Dora Maar y la modelo Marie-Thérèse Walter. Recrea la famosa pelea entre ambas, por celos, en el taller del pintor.
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–Los seres humanos no estamos hechos de una pieza, no somos corazas sin defectos, entonces de la mitologización o la petrificación de los grandes personajes de nuestra historia cultural es absurda porque tarde o temprano asoman la patita. Nuestros grandes hombres fueron seres humanos, y como seres humanos tenían sus defectos. Es verdad que algunos tenían defectos verdaderamente creciditos, como elefantes, y Picasso es un caso de persona humanamente deplorable por lo que hemos podido saber y hasta donde podemos saber. En estos años de la Segunda Guerra Mundial, Picasso tiene años lamentables dentro de una biografía poco gloriosa, digámoslo así.
Cuándo Miércoles 5 de junio a las 19.30 horas. Entrada libre
Dónde Auditorio de la Fundación Cajamurcia. Gran Vía de Murcia, número 23
–Usted ya tiene la piel hecha a la crítica, ¿se tiene por valiente?
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–No, vamos a ver, yo considero que el escritor tiene una obligación con su tiempo, yo me identifico con escritores como Unamuno, que intervienen en los debates de su tiempo, y siempre te llevas alguna perdigonada. Pero eso forma parte de lo natural. Lo que llevo peor es que la gente, no nos engañemos, la inmensa parte de la gente, no tiene un pensamiento propio, sino un pensamiento gregario, que está encasillado por las ideologías, cuyo empeño es tener a la gente metida en rediles. Y a mí realmente lo que me apena es que en nuestra gente cada vez hay más gente así, que responde como un autómata a los impulsos o llamamientos del negociado ideológico al que está adscrita. Eso me entristece, y esto se acentúa cada vez más y la tecnología y las redes sociales lo están agigantando. Se están creando formas de pensamiento estabulado, y con la inteligencia artificial puede ser mucho peor. La inteligencia artificial es el castigo que nos merecemos por haber dimitido de la inteligencia natural.
–¿Qué valor le da a la prensa?
–La prensa cometió un error monstruoso que fue dejarse llevar por la tecnología, entrar en el juego, y ahora es prisionera de los magnates de la tecnología. Pero el futuro de la prensa está ligado a la palabra, y tendrá que replantearse florecer a través de la palabra para un desciframiento de la realidad. Quienes quieran tener una prensa libre tendrán que pagarla: con gorrones, la prensa no tiene futuro. Con estos gorrones que están en internet y las redes sociales, la prensa no tiene futuro. Por tanto, la prensa libre tiene que recuperar la palabra, y que sea una prensa por la que la gente pague, porque aquello que es valioso hay que pagarlo.
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–¿Cómo imagina que será el mundo en esta próxima década?
–Se impondrán personajes audaces, demagogos, populistas, con máscara democrática, y gobernarán a las naciones de Occidente. Es el destino de los países que se entregan por un plato de lentejas es la sumisión. No digo que sea el futuro solo de España sino de los países europeos hasta que despierten. Despertar significa recuperar la tradición, el legado de tus ancestros, y construir una sociedad que no se cimiente sobre la división, sobre la cizaña, sobre el laconismo, sino sobre la comunidad, sobre la comunidad humana.
–En la novela aparece el pintor Pedro Flores (Murcia, 1897-París, 1967), que es descrito por Navales como «pequeñín y con la cabeza dantoniana, como un australopiteco socarrado por las insolaciones, con algo de torerillo o gitano de feria, que era el tipo más abundante de sus cuadros goyescos».
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–Muy probablemente, Pedro Flores formó parte de un núcleo de pintores que se dedicaron a falsificar cuadros durante esos años de la ocupación alemana, que era un negocio que adquirió gran auge, porque la moneda se devaluaba mucho y la gente quería invertir en algo que no perdiera valor, y empezaron a comprar arte. Ese negocio creció como la espuma. No es seguro que Pedro Flores se dedicara a eso, pero tenía mucha cercanía a César González-Ruano, que habla muchísimo de él, y siempre lo cita entre las personas con las que tenía más intimidad. Es un pintor bastante olvidado hoy, la verdad, y yo diría que de manera muy injusta. A mí me parece que está entre Gutiérrez Solana y Picasso, es bastante interesante.
-¿Qué cariño siente hacia la palabra, hacia el lenguaje? Dice que en esta novela hay una constante lucha con el idioma.
-Para mí, que soy pobre, el lenguaje es como una posesión. Trato de cuidarlo, lo amo profundamente, a veces me encabrona y me duele, y mantengo una lucha con él. El lenguaje es lo mejor que tenemos. Es algo grande, un tesoro inmenso. Gregorio Marañón, en una conferencia que da y que yo narro en la novela, dice con motivo del Día de la Raza, que luego pasó a ser el Día de la Hispanidad y después la fiesta nacional del 12 de octubre, que para el español la raza es la lengua, que el español no es racista, y que toda persona que habla español, da igual que sea un moro de Tetuán o un indio del Altiplano boliviano, pasa a ser de la raza española. Entonces, yo creo que tenemos una obligación con ese tesoro que tenemos y que une a tantos pueblos en el mundo. Hoy está muy maltratado, lo estamos vendiendo de mala manera, lo estamos empobreciendo, lo estamos arrastrando por el fango, nos estamos acostumbrando a hablar con 5.000 palabras, las mismas con las que hablamos en inglés, y esto es lamentable. Yo sí quiero que cuando escribo mi lengua reluzca con todo su brillo. Yo lo intento, al menos. [Escribir esta novela coral, con tantos personajes y un trasfondo histórico, le ha exigido un trabajo de documentación inmenso, ha contado. Como curiosidad, la escribió a mano. «El bolígrafo te duele al terminar la escritura; el dedo pulgar de mi mano derecha acabó deforme y, en el corazón, tenía un callo»].
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