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A mi regreso de Alcalá de Henares, donde he participado durante tres días, en distintos actos de homenaje al último Premio Cervantes, alguien vinculado a LA VERDAD, con quien coincidí en el tren hacia Murcia, me sugirió: ¿Por qué no escribes esto que me estás ... contando para que lo conozcan los lectores del periódico? Le prometí hacerlo y en eso estoy.
Aquello que le refería a la periodista es que me di cuenta como nunca antes, de lo mucho que la gente quiere a Luis Mateo. Centenares de lectores reunió en los diferentes actos de los días 23, 24 y 25 de abril en Alcalá de Henares, pero otros muchos asistentes que no eran lectores o conocían poco de él, le escuchaban admirados, como todo el mundo pudo observar en el discurso pronunciado en el acto solemne de recepción del Premio. Admiraban oír su verbo preciso, bien sea irónico, como cervantino, bien sea profundamente reflexivo, dicho con una voz cálida, que habla a todos como si lo estuviera haciendo a cada uno. Y, sobre todo, cuando habla de la importancia de la imaginación, de la memoria y la fantasía (o del humor), sabe que está dando la gran lección que su literatura nos ha entregado, en decenas de novelas largas, cuentos o novelas cortas.
Algunos lectores de LA VERDAD refrendarán quizá cuanto digo, pues Luis Mateo Díez ha visitado Murcia al menos tres veces invitado en diferentes ciclos, en especial aquel que reunió en 'Voces de la literatura', organizado por la Fundacion Cajamurcia, a los que podrían considerarse tres tenores de nuestras letras: Javier Marías, Arturo Perez-Reverte y Luis Mateo Díez. Una vez anterior había venido a un ciclo que organicé en Águilas, cuando mi mujer y yo le conocimos a comienzos de los años 90. Si me refiero a esa fidelidad a Murcia, es para que puedan los lectores que lo recuerden rememorar conmigo ese calor del habla suya, alimentada en su respeto a la tradición oral, pero sobre todo una dimensión insólita, por rara, de cuando el lenguaje, la palabra, se siente verdadera, dicha con sentido, nunca a humo de pajas por servirme de una locución cervantina.
Tuve el honor de participar en una mesa redonda sobre su literatura junto a las profesoras Ángeles Encinar y Ana Casas, grandes especialistas en su obra. Era acto previo a la inauguración de una magnífica exposición de fotografías, dibujos y textos comisariada por Jesús Marchamalo, que se inauguró inmediatamente después de tal mesa. Los profesores de la Universidad de Alcalá habían cuidado completar los aledaños de la exposición central, con otra de paneles hechos por los propios estudiantes, que nos regalaron dibujos, viñetas, cómics. Pocas veces he visto tanto entusiasmo como el de tales estudiantes. Ellas y ellos participaron, no se limitaron a escuchar lo que decíamos los ponentes invitados.
Les contaré una anécdota de la que he sido único testigo, pero que refleja bien la bonhomía de Luis Mateo Díez. Nos dirigíamos juntos por la Gran Vía de Madrid hacia el hotel de la plaza Callao en que el homenajeado había invitado a un grupo de familiares y amigos suyos, fuera ya de protocolos. Venía de leer en el Círculo de Bellas Artes el inicio del Quijote, tradición ya afianzada de la tarde del día 23 de abril. Caminábamos juntos él y yo por la Gran Vía, seguidos de dos de sus hermanos y uno de sus hijos. De repente, nos paró una pareja de turistas mexicanos, de este modo. «Perdone, ¿usted es un escritor famoso, verdad? Le hemos visto en la tele». Quien había estado junto a los Reyes y otras autoridades, no dudó en aceptar hacerse un selfi con este matrimonio, que contará alborozado esa anécdota cuando regresen a su Comala. Habían conocido al autor de Celama.
Cuento esta anécdota para señalar que nunca he visto tanto cariño y tanto calor en la gente como hacia Luis Mateo.
Quizá porque estamos hartos de que las palabras digan poco o engañen o manipulen. Por eso, cuando alguien las usa para decir lo más hondo del corazón humano o para reír con la gracia de sus posibilidades de humor (sobre su humor versó mi intervención), la gente se da cuenta de una verdad auténticamente cervantina. La fantasía y la imaginación literaria dicen a la mujer y al hombre como nadie puede decirlo, porque compartimos ese tesoro de la palabra que los maestros auténticamente grandes guardan para nosotros. Gran lección de Luis Mateo Díez, que he querido compartir con los lectores de mi comunidad.
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