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'Antología del veintisiete en Murcia' (La Fea Burguesía, 2024) es un libro que agradecerán mucho los lectores interesados en «un tiempo en que la lectura, la admiración y la creatividad prometían otro mundo». En efecto, en Murcia se obra «un milagro», como lo define ... el catedrático emérito de Literatura Española Francisco Javier Díez de Revenga, pues la mayoría de autores de la Generación del 27 publicarán textos en revistas ('Verso y Prosa', 'Sudeste' y 'Presencia'), diarios y semanarios como el Suplemento Literario de LA VERDAD, del que se conmemoró en 2023 su centenario. Pero José Luis Martínez Valero (Águilas, 1951), autor de esta antología del 27 en Murcia, va más allá y nos habla, no solo de los que más contaban en la actualidad cultural de aquellos años 20, sino del paisaje y la atmósfera que envolvía aquellas capacidades creativas recibidas como un plácido y regenerador chaparreo. «Juntos somos más», remarca Martínez Valero en la introducción, en alusión a todo este torrente humano dispuesto a compartir intimidades y pequeños descubrimientos de la vida. «Somos sujetos de la Historia, no protagonistas. Tras los años veinte, treinta y cuarenta del siglo pasado, tan complejos en la evolución del país, con algunos especialmente tristes, pese a todo, pese a la distancia del exilio exterior e interior, permanecen actitudes, amistades, cartas, dedicaciones, lecturas, palabras. Entre las algas de los inviernos siempre encontramos restos del verano anterior», evoca el antólogo, formidable poeta y poseedor de una claridad admirable sobre este tiempo en que artes y literatura se dan la mano y se abrazan sin ruindad.
Martínez Valero presentará este volumen el lunes 24 de junio, a las 19.30 horas, en el Centro Cultural Las Claras de la Fundación Cajamurcia, donde recordará cómo fue la Murcia de aquellos años y a algunos de los protagonistas de esta historia. En el libro encontramos a Andrés Cegarra Salcedo, Jorge Guillén, Juan Guerrero Ruiz, José Ballester, Ramón Gaya, Luis Garay, Miguel Valdivieso, José Rodríguez Cánovas, Antonio Oliver Belmás, Carmen Conde, María Cegarra, Andrés Sobejano –quien le dio al propio Valero clases de «latín vulgar»–, Raimundo de los Reyes y Carlos Ruiz-Funes, además de un imprescindible capítulo de «admirados», con Juan Ramón Jiménez, Gabriel Miró y Miguel Hernández como portaestandartes, y unas oportunas alusiones a los que hacían pintura y escultura, «hermanas de la poesía», en ese momento en que «unos pocos hicieron mucho», proclama Valero.
–Ya estamos casi a las puertas, aún quedan tres años, para las celebraciones del centenario de la Generación del 27. Murcia no puede quedar descolgada, pues es protagonista de ese tiempo.
–Pienso que ha venido muy bien todo lo que ha hecho LA VERDAD en 2023 porque, en cierta medida, se ha preparado el terreno, tanto con los números especiales en Ababol dedicados a los autores que aparecieron en el Suplemento Literario (1923-1926) de LA VERDAD como la exposición 'La Edad de Plata en Murcia. 100 años del Suplemento Literario de LA VERDAD', que comisarió Nacho Ruiz. Como digo en el libro, al producirse la diáspora, tras la guerra civil, ya no queda otra vía de unión que la correspondencia entre esta gente. El sombrerero Carlos Ruiz-Funes, Juan Guerrero y José Ballester fueron sus mejores representantes. Porque a través de las cartas mantendrán su voz contra el silencio, en busca siempre del diálogo y la amistad.
–Dejó fuera a Eliodoro Puche.
–Sí, lo incluí y luego lo quité, por una razón. ¿Qué consideración tenían los poetas y esta gente? Hay una antología de Federico de Onís, en la que trabaja incluso Juan Guerrero, en la que aparecen los del 27 como poetas ultraístas. Es el comienzo del ultraísmo, que no es un movimiento demasiado rupturista, pero la síntesis que hace tiene cierto parecido con el movimiento vanguardista. Por eso podía haberlo incluido, porque Eliodoro Puche era un escritor vanguardista.
–Raimundo de los Reyes, periodista, poeta y editor de 'Sudeste', fue un personaje importante en esta historia. Y quizás no tan reivindicado. A Carlos Ruiz-Funes, sombrerero, usted lo sitúa como el más moderno de todos ellos.
–Quizás Raimundo está difuminado en la provincia, pues ya en los años 30 está en Madrid trabajando en el diario 'Ya'. Trata cine, ciudad, deporte, radio... Fue un activista cultural, con Ballester, en 'Sudeste' publica el primer libro de Miguel Hernández, 'Perito en lunas' (1933) y no hay que olvidar que en su casa, en la calle Merced, 16, coinciden por primera vez Miguel Hernández y Federico García Lorca en enero de 1933, cuando La Barraca llega al Teatro Romea. Pero, sin duda, el más moderno que hay aquí es Carlos Ruiz-Funes. Fue un tipo bien interesante y, gracioso, además. Cordial, excelente lector, amigo de la tertulia, crítico certero, amante de la música, de la pintura y del cine, marido de Ana Puig, pianista, profesora del conservatorio de Murcia. Un tipo viajero, escritor de cartas que durante años fueron el puente que nos unió con aquel mundo disperso de los exiliados. Para mí la correspondencia, como digo en el libro, pertenece a un género literario que tiene un algo de diálogo interrumpido, elíptico, de confesión, mucho de estado de ánimo, un poco del lugar del que parte. De hecho, cuando está escrita a mano, conserva el gesto de quien la ha escrito.
–El estudio de la calle Riquelme, ya mitificado como lugar de reunión de estos espíritus creativos inquietos, también aparece.
–Yo creo que ese tipo de lugares estaban en todos los sitios. En Cartagena será el maestro Vicente Ros quien haga que aparezcan todos por allí, y, entre ellos, un policía que tomaba café todos los días con ellos para saber de qué iba aquello. Pero en Murcia yo creo que estaba muy dirigido, sin estar dirigido, por Juan Guerrero, porque es Guerrero quien introduce a todos estos escritores y artistas murcianos en Juan Ramón Jiménez. Guerrero quiere que los amigos participen de su descubrimiento, gocen de la lectura, y, como entre lector y autor, se establecen vínculos, desearía que esos amigos disfruten del mismo privilegio. Guerrero piensa que si se difunde una verdad, un poema, un cuadro, todos ganan, que quien expone aumenta su conocimiento, porque no solo tendrá lo que él ha visto, sino aquello que los otros aportan. El círculo juanramoniano de Murcia se consolida y es fruto de la hermandad fecundada que pone en relación, por ejemplo, a José Ballester y Andrés Sobejano, o, más adelante, a Juan Bonafé, Ramón Gaya, Luis Garay, Antonio Oliver, Carmen Conde...
–Esta antología podría tener continuidad con todos esos personajes en la órbita del Grupo del 27.
–Eso me lo he planteado, pero no lo he investigado tanto. En Cartagena había más gente, más poetas. En Lorca también, pero el único que me interesó es Eliodoro Puche, a quien además conocí. En el libro hablo, por ejemplo de Miguel Valdivieso, un poeta de Cartagena que no publica nada mientras vive, pero que tenía conocimiento de todos. Es curioso que cuando publican su obra póstuma, es Jorge Guillén quien la prologa, pues eran muy amigos.
–El legado que nos dejan estos autores es, no ya solo joya de archivos, hemerotecas y bibliotecas, sino patrimonio de los murcianos.
–Cuando vino Irene Mochi-Sismondi, la mujer de Jorge Guillén [catedrático en la UMU], Dionisia García me llamó y me dijo que quería conocerme. Le llevé todo lo que yo había hecho, tenía muchas cosas de Jorge Guillén, pues hacíamos cosas en el instituto, rutas literarias... Párraga me hizo un dibujo y se lo regalamos. Luego tuvimos mucha relación, diez años de correspondencia, me contaba cosas, fuimos a verla Cati y yo a Málaga, era interesante su conversación. La última carta de ella, creo, la tengo yo, porque empieza así: 'No crea usted que me he muerto y estoy enterrada...'. Estaba yo contestándola cuando supe de su fallecimiento. Hicimos una película sobre Jorge Guillén en el instituto, y vivía en el Palacio de Ordoño, uno de esos lugares donde ocurrieron cosas, como en la calle de la Aurora, la calle Merced, o el propio Malecón. Hay ahí una ruta interesante del 27 en Murcia, indesligable, sin duda, de esta generación. ¡Es que sabemos incluso dónde estaba la clase de Jorge Guillén! Da una idea de ese otro espíritu de Murcia. Todo lo que se escribe, en cierta medida, dura más.
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