A María Teresa le gustaba contar esta anécdota parisina... Estaban tres amigos, sentados en un parque, cuando alguien les preguntó qué hacían. Cervantes contestó:
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–Aquí estamos representando nuestro Siglo de Oro: a mi izquierda Murillo (Amalia) y a mi derecha Velázquez (José Luis).
Fue ... mi amigo José Luis Velázquez, año sesenta del pasado siglo, quien me habló de una amiga poeta llamada María Teresa Cervantes.
Cruzamos algunas cartas, aunque fue con motivo del primer premio Emma Egea, 1994, Cartagena, concedido por su libro 'El desierto', cuando nos conocimos. De aquel encuentro quiero recordar algunas notas:
La poesía no necesita de la actualidad, está reñida con ella, es el presente. Decir poesía es decir «desierto». En su vacío parece que nada ocurriera, el horizonte es arena, el aire cielo y, sin embargo, es ahí donde acontece el ser. 'El desierto' es comparable al desnudo, muestra lo esencial, el único acontecimiento necesario. María Teresa en sus libros habla de algo que nos lleva lejos. Devuelve la palabra a su condición original: la metáfora.
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Tierra de profetas es el desierto, pero no es profeta sólo el que anticipa. Dice en 'Molinos de mi tierra', poema de su libro 'El viento': «Hoy os veo abatidos y al azar / de un viento que desgarra vuestras telas. / Gigantes ya vencidos para siempre. / Molinos de mi tierra».
Esta profecía es hija de la historia, constata lo que sucede. Hay otra profecía, producto de la visión. El profeta hace que todo lo que vemos recupere su misterio, que lo que está ahí se presente ante nosotros como por primera vez.
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Si poeta es el río que se hace estanque, la imagen que refleja es la duda, como si el propio espejo se preguntase si es cierto lo que ve.
Hace unos días leí en la calle un viejo grafiti que decía: «Todos somos inmigrantes». Lo que puede traducirse por todos somos desterrados. María Teresa lo hizo realidad. El espíritu del desterrado se transparenta en su biografía.
Desde sus primeros versos late la preocupación existencial, una existencia que interroga todo lo que la rodea. Quizá intuyó que el ser humano sólo era una pregunta.
Su libro 'El desierto' se sitúa entre la emoción y la inteligencia, no se conforma con referir lo que ve, sino que lo descubre, descorre el velo. Culmina aquí una cuestión que había sido enunciada, con tono juanramoniano, recordemos 'La estrella en el agua': «Que se desnuden las cosas / que quiero ver la pureza / de la estrella y de la rosa».
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La desnudez y el tiempo la conducen a descubrirse: «Desterrada en el tiempo, sin nombre, sin lugar, sin fecha exacta».
Se inscribe así en la línea original de nuestra literatura, porque si hacemos memoria, ya el Cantar de mío Cid, trata de un desterrado. Pero, la separación aquí, es ahora, condición humana.
Tras presentar la fragilidad, el azar y la muerte, el desierto exige al poeta la vigilia permanente: «¿Qué hora es la que marca la vida en esta hora?». Tentación quevedesca que a todo español persigue, pero no cae en ella, por el contrario, se salva y nos salva por la luz, porque frente a la dualidad que encarna el mundo, sólo la luz unifica. La luz, única verdad.
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