Elia Barceló | Escritora
«¡Lo de estar viva me parece la repanocha! Como es corta la vida, y sé que se va a acabar, procuro disfrutar de todo lo que viene»Secciones
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Elia Barceló | Escritora
«¡Lo de estar viva me parece la repanocha! Como es corta la vida, y sé que se va a acabar, procuro disfrutar de todo lo que viene»«Hablar de libros es un gozo siempre, aunque sean míos», dice con una seca carcajada Elia Barceló (Elda, Alicante, 1957), autora superventas de literatura negra y traducida a más de 20 idiomas. Es la próxima invitada del Aula de Cultura de LA VERDAD, y ... presentará 'Amores que matan' (Roca) el próximo jueves 27 de abril, a las 19.30 horas, en el Salón de Actos de la Fundación Cajamurcia (Gran Vía, 23, Murcia), con entrada gratuita y aforo de 240 personas.
La escritora, que lleva 40 años viviendo en Austria, desempeñándose como profesora de Estudios Hispánicos en la Universidad de Innsbruck, cuenta en esta entrevista por qué Santa Rita es un lugar lleno de amor, humor y mucho odio, en un anticipo de lo que será su inminente encuentro con los lectores murcianos. En 'Amores que matan', segunda parte de una serie que arrancó con 'Muerte en Santa Rita', ambientada en la primavera, y que continuará con al menos dos entregas más (otoño e invierno), Barceló centra la historia en el verano en ese lugar que fue un balneario y antiguo sanatorio, cuyas paredes guardan innumerables misterios, todos ellos deseando ver la luz...
-El pasado 30 de marzo salió por fin en librerías 'Amores que matan', publicado en Roca Editorial, donde rescata a los personajes de Santa Rita, con sus problemas e historias. Acaba de volver de París, y este próximo jueves 27 de abril estará en Murcia.
-Sí, he llegado a Madrid hace apenas unas horas [la entrevista se realizó este jueves, telefónicamente], había unas colas en el aeropuerto, como si regalaran algo en Madrid este fin de semana. Hemos tardado 45 minutos en la cola de los taxis, imagina, y con lo rápidos que van siempre. En París fue todo muy bien, fui para cuestiones de literatura juvenil. Me invitaron del Liceo Español en París, y de un instituto que es un internado de señoritas que son todas hijas, nietas y bisnietas de Caballeros de la Legión de Honor. Estudian español como segunda lengua, y son muy simpáticas y muy bonicas. Ya te puedes imaginar, van con uniformes, y son muy serias. El sitio es precioso porque está en Saint-Denis, donde está la basílica donde eran enterrados los reyes de Francia, y esto es todo lo de alrededor, con la abadía y todos esos edificios.
-¿Algún parecido con Santa Rita?
-¡No, no! Porque Santa Rita tiene palmeras, buganvillas y piscinas, y en París hace mucho frío. Me tocó una semana muy lluviosa, frío de llevar cazadora y plumas. He pillado un constipado horroroso [ríe con pillería]. Me invitan mucho a Alemania, ahí voy mucho, y a Francia e Italia, donde acaba de salir un libro mío traducido. Pero en España tengo aún mucho que hacer con 'Amores que matan' [ha tenido presentaciones en Elda, Madrid, Barcelona, Valencia, Alicante y Elche, este mismo fin de semana]. A finales de mayo voy a la Feria del Libro de Sofía, en Bulgaria; y luego empalmo con la de Madrid. Cuando en junio vuelva de la Semana Negra de Gijón creo que voy a estirar así todas las patas, las de arriba y las de abajo, y no voy a hacer nada durante dos semanas.
-La maleta siempre preparada...
-Es un peñazo. Porque cuando son tres o cuatro, incluso cinco, días yo me llevo la de cabina y combino las cosas y ya está. Pero claro, cuando estás dos semanas por ahí, y en unos sitios donde en Madrid tienes 26 grados y en París tienes 8 grados, pues tienes que llevar de todo. Zapatos más gordos y zapatos más finos... ¡horror!
-¿Siempre esperó esta vida de escritora, o hubo algún momento en que podía haber cambiado?
-Yo cuando empecé a escribir nunca pensé que esto era un trabajo completo. Yo escribía porque me gustaba, pero el trabajo que me permitía pagar facturas era el de la 'Uni'. Yo tenía mi familia y mi trabajo en la Universidad y tal, y luego de vez en cuando me invitaban a alguna cosa, tenía que pedir permiso para que me dejaran ir, porque no era plan perderte clases. Era muy bonito, pero yo no pensaba nunca que esto iba a llegar a más. Ahora es mucho más, pero no me quejo en absoluto.
-¿A qué escritoras admiraba?
-Yo me he pasado la vida leyendo, leer es el alimento básico en mi vida. Y, por ejemplo, de las primeras que recuerdo cuando era pequeñita era Louise May Alcott, autora de 'Mujercitas', que me impresionó mucho. Luego leí a muchos señores, porque la mayoría de los que publicaban eran hombres, pero luego descubrí a Ursula K. Le Guin, que me emocionó muchísimo y me sigue pareciendo una de las más grandes; Daphne du Maurier, que me gusta tanto; Carmen Martín Gaite, Connie Willis, Antonia Byatt... ¡son tantas! Leo mucho escrito por mujeres, ya me pasé muchos años con literatura de hombres, y sigo leyéndola, pero hay que darle también oportunidad a las mujeres.
-¿Qué es lo que más están destacando los lectores de 'Amores que matan', una obra que también reivindica a las mujeres olvidadas en la historia del arte?
-Aún no ha dado tiempo a hacer clubes de lectura, pero la gente que ya se lo ha leído me dice: «¡Qué bien me lo he pasado!». Yo me figuro que eso tiene algo que ver con que es una novela que yo he hecho para vindicar y reivindicar a las mujeres. A las mujeres normales y a las mujeres artistas. A las lectoras les hace ilusión esto porque se identifican de verdad. Se identifican con señoras que ya no tienen 20 años y que están en situaciones que ellas conocen de primera mano o que han visto amigas a su alrededor que han pasado por ello. Cuando eso lo planteas en un plan de crimen, hay muchas que dicen: «¡Qué guay! ¡qué pena no poder hacerlo...!». Pero cuando lo lees lo disfrutas mucho.
-Todos escondemos secretos, no es posible compartirlo todo de uno mismo, ¿pero los personajes de Santa Rita hasta qué punto desean compartirlos?
-Por ejemplo, Sofía [la dueña de Santa Rita, la escritora nonagenaria que controla todo lo que pasa en su casa y que sabe mucho más de lo que explica] cuando es un secreto de la época de sus abuelos casi prefiere que se descubra para no tener que seguir guardándolo toda su vida y lo pasa a Greta [sobrina de Sofía, invitada a heredarlo todo] como diciendo ahora la carga es tuya y tú verás lo que haces. Pero cosas que has hecho tú, o que te han hecho a ti, pues a lo mejor no te apetece que lo sepa todo el mundo, porque llevas quizás décadas escondiéndolo. Todos tenemos cosillas que no son necesariamente tener un cadáver en el suelo del sótano. A veces hay cosas que si las supieran no sería tan trágico. Pero todos tenemos cosas que prefieres no decir. Yo por lo menos creo que todos.
-El expresionismo le venía al pelo a esta novela...
-El expresionismo no es mi movimiento favorito del arte, le veo muchísimas cosas buenas, y sé por qué surge, y sé que es una revolución, pero yo soy más del impresionismo, soy más clásica, digamos. Pero el expresionismo me venía fenomenal porque yo quería reivindicar a una artista mujer, y que no fuera Frida Kahlo, porque yo ya estoy hasta las narices, da la sensación de que no ha habido más pintora en el mundo que ella. Y entonces quería que me coincidiera que fuera posible que hubiese sido la madre de Sofía. Y cuando descubrí a Marianne von Werefkin [artista que existió de verdad, la llamada «joven Rembrandt», impulsó el movimiento de la abstracción, clave para la escuela de El Jinete Azul y mentora de Jawlensky] me pareció perfecta [de ella son algunos cuadros encontrados por casualidad en un doble muro de Santa Rita; un experto en arte, el profesor suizo Marco Heyni, se plantará en el lugar con una maleta llena de muchas intenciones...]. Por su carácter también. Porque de la misma época era también su amiga Gabriele Münter, una gran artista, pero tenía un carácter más dulce, más apagado, y la verdad es que me apetecía más destacar a Marianne.
-El papel que tiene la inspectora Lola Galindo es importante, un personaje rescatado de 'Muerte en Santa Rita'. Supongo que seguirá tirando de ella en futuras entregas.
-Lola [la inspectora que llevará el caso de un bebé descubierto entre paredes] se queda, claro que se queda. Todavía me quedan dos novelas, la de otoño y la de invierno, de modo que va a pasar todavía mucho, veremos evolución. Yo con Lola quería hacer una profesional, una policía, que fuera normal. Quiero decir: no quería exagerar. No quería que fuera una obsesa, de esas que se meten en un caso y ya no come, no vive ni duerme y no puede ir con amigos a tomar una caña. Lola lo hace bien, es muy buena profesional y tiene vida, eso me parece muy importante. Quería hacer una mujer, mujer. Quiero decir, no hacer un hombre con faldas, si nos aclaramos. Hay inspectoras literarias que, de hecho, es como si fueran un tío, pero que tienen nombre de mujer, y son brutas y mal habladas, que igual podrían ser un señor con barba. Y Lola es una mujer normal, a veces un poco seca, pero es una mujer. Y es lo que quería.
-Le ha costado encajar todos esos deseos en la novela, ¿ha ido sobre ruedas a la hora de sumarlos a la trama?
-La verdad es que lo notas al leerlo. Porque yo tengo la sensación de que conozco Santa Rita, de que he estado ahí, sé dónde está todo, quiénes son ellos, y entonces no tengo particulares dificultades al hacer los personajes, y al ponerlos a hablar en diálogos. Son todos amigos míos, son encantadores y buena gente, ¿no?
-Siempre vivió en Elda hasta que se fue a Austria. Y ahora se mueve entre Elda, Santa Pola, Elche, Alicante...
-Más o menos por ahí queda Santa Rita, Benalfaro es Santa Rita...
-¿Cuánto tiempo de su vida lleva en Innsbruck?
-Desde 1981, en septiembre hará 42 años. Llevo allí mucho más que aquí. En 'Amores que matan' se nota menos esa influencia, aunque tengo a Greta, que ella sí ha vivido en Alemania prácticamente, en Alemania del sur, a un paso de Innsbruck, mi ciudad. Tengo otras novelas que transcurren en Innsbruck, como 'El vuelo del hipogrifo' (2002), que tiene una gran parte en Roma y otra en Innsbruck. Tengo dos casos criminales en Edebé que suceden en Innsbruck. Tengo una, 'La noche de plata', que sucede en Viena. Tengo muchas novelas que transcurren en Europa, sí.
-¿En qué época escribe más?
-Si puedo, y me dejan, el otoño me gusta mucho para escribir, porque ya empieza a hacer frío, los días son más cortos y te encierras en tu casa, y pones tu velita, y tu tetera y tu taza de té, y te pones a trabajar la mar de a gusto. Pero si estoy de viaje y metida en una novela trato de hacer, aunque sean párrafos, una página, en el avión, en un tren, en un restaurante... para no descolgarme de la novela, aunque no es lo ideal.
-¿De dónde le viene este carácter tan risueño y optimista? ¿Dónde encuentra la alegría en un mundo que tantas veces se presenta hostil e ingrato?
-Alguna vez he dicho que en mis novelas se mata con cierta alegría [risas imparables]. Cuando lees cosas mías de ciencia ficción, la mayor parte son bastante más oscuras, porque el futuro no se plantea muy alegre que digamos. Pero yo soy muy vitalista. ¡Lo de estar viva me parece la repanocha» Porque como es corta la vida, y sé que se va a acabar, trato de disfrutar de todo lo que viene. Y eso hace que sea optimista. Trato de ver la parte buena del desastre, fijarme en lo bonito, porque siempre hay, trato de hacerlo.
-¿Qué hay en todas partes?
-Mala gente y brutalidad hay en todas partes. A mí me preocupa mucho la violencia contra mujeres, porque ya está bien: ¡Estamos en el siglo XXI! Y hay gente que no se da cuenta de que estamos viviendo en un mundo civilizado. En cuanto a los asesinatos, cuando estaba escribiendo 'La noche de plata', leí que la policía de Viena tenía una tasa de resolución de crímenes del 100%, es un mal sitio para cargarse a alguien, te van a pillar seguro. Trato de no dejarme asustar por las estadísticas de criminalidad. Ves a personas ancianas, como mi madre, que ven la tele, y como la tele no da más que sustos, pues piensas: «¡Tampoco es para tanto, narices!». Todos los que tenemos ya unos años tenemos que seguir disfrutando. Pero cuando aparece el cadáver de un bebé en 'Amores que matan', eso hay que investigarlo inmediatamente, porque hacerle daño a un niño es de lo peor que encuentro.
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