JAM ALBARRACÍN
MURCIA
Lunes, 10 de diciembre 2018, 20:06
Polifacética y multidisciplinar, entusiasta y provocadora, insolentemente encantadora y de Calasparra. Ana Elena Pena es una dinamitera de límites y prejuicios que lo mismo te canta una de punk, que te monta un cabaret histérico o te cuenta el paso de la infancia a la ... madurez -con sus brujas, sus amores desvencijados y sus pequeños crímenes cotidianos- con una crudeza formal solo comparable a su ternura de fondo. Eso es justo lo que ha hecho en 'Aquelarre de muñecas', su último libro para la editorial Aguilar. Una mezcla de narrativa y verso que este jueves 13 presenta en Expolibro Diego Marín, a las 20.00 horas y con Mara Mira como 'partenaire'. La llamo a Valencia, donde reside, y le pido explicaciones.
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Cuándo Jueves 13, a las 20.00 horas.
Dónde Expolibro Diego Marín.
Cuánto Entrada libre.
Presenta Mara Mira.
-Pues un poco pintamonas y juntaletras. Yo siempre me he considerado por encima de todo artista plástica, pero últimamente prefiero escribir porque me permite expresar más cosas y llevar un vida más tranquila. Así que me voy quedando solo en escritora, aunque hago algún concierto o cabaret de vez en cuando, sin abusar.
-La madurez es dura porque tienes obligaciones y responsabilidades, pero no tiene por qué ser aburrida. Pero cuando eres niño y adolescente también te enfrentas a otras muchas cosas: a la apertura de la vida, el aprendizaje del sufrimiento, el dolor que provocan los afectos no correspondidos. Más allá de los terrores nocturnos, está la vida frente a nosotros con una boca inmensa llena de caries, dispuesta a tragarnos si no esquivamos sus bocados.
-Me apetecía jugar con los dos formatos. Los poemas hacen un poco de pausa, son también como el licor digestivo después de una copiosa comida. Se supone que aligeran, pero también emborrachan, aturden un poco. Creo que algo así es la poesía.
-Hay que ser muy fuerte para mostrarse vulnerable. Recuerdo la vergüenza que me daba, cuando era niña, que supieran que meaba la cama. Entiendo que haya personas que elijan no exponerse, porque no soportan que los demás conozcan su debilidad, su defecto, su incapacidad. Temen ser atacados por ello, que el mal se filtre por las grietas. Yo me atrevo a decirlo en voz alta porque, primero, soy una bocazas; y segundo, mis debilidades no me definen, mucho menos después de haberlas superado. Si todos fuéramos más confiados, más abiertos a mostrar nuestra fragilidad, seguro que encontraríamos apoyo y alivio, incluso en quien menos esperamos.
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-Sí, suelo ir cada dos o tres meses. Mis padres y hermanos viven allí. Mis mejores amigos hace mucho que se fueron del pueblo, pero también regresan en fechas señaladas. Y, bien, por la calle siempre te cruzas con alguien conocido. Da mucha alegría, no puedo negarlo. Los murcianos son muy cariñosos.
-Me sorprende esta pregunta [ríe] pues con según qué cosas suelo ser bastante tibia, buscar el equilibrio a ver si así me vuelvo más virtuosa o algo. Claro que para encontrar el equilibrio una tiene a veces que oscilar salvajemente. Será eso.
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-Han pasado ocho años y eso se nota. Cuando hago poesía o relato corto, me gusta hacerlo en primera persona, aunque hable de experiencias ajenas, porque de esa forma la comunicación es más directa. Quien lo lee siente que está asistiendo a una confesión, no hay intermediarios. Este libro es más personal, no lo niego, y muy duro de escribir en ocasiones, pero dentro de esta singularidad cualquiera puede identificarse en sus líneas.
-Sí. Y yo soy tan solo una chica como otras tantas de mi generación que se verán reflejadas en el libro, con sus contradicciones y sus aspiraciones. Todas tenemos en algún cajón cerrado cartas perfumadas, fotos del viaje de estudios con chicos con camisas a cuadros y gafas metálicas, laca de uñas reseca de Penumbra y casetes con trozos de canciones grabadas de la radio. Un colgante con nuestro nombre escrito en un grano de arroz...
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-La vida es, y debe ser, extraña y rara. Y nosotros con ella. No podemos perder la capacidad de sorprender y de sorprendernos porque si no, vaya coñazo. Y como decía Michi Panero: se puede ser de todo menos un coñazo.
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