Acaba de regalarnos Dionisia García un sabroso umami poético, 'Clamor en la memoria', con que alimentar nuestro espíritu. Se trata de un verdadero clamor (grito de dolor y queja), de profundo lirismo, hacia su recién desaparecido Salvador, el amor de su vida. Constituye un ... grito callado, sosegado, sin estridencias, que la bardo cuitada ha creado como bálsamo para aliviar el dolor de su herida y restañarla en lo posible. Como nastias de una flor, que abre sus pétalos como respuesta a un estímulo lumínico, Dionisia ha ido componiendo florescencias nostálgicas poéticas tan pronto le llegaba el recuerdo, como consecuencia, por ejemplo, de visionar algunos de sus objetos (sillón, libro, disco, etc.).

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«Como un relámpago entre dos oscuridades» (Vicente Alexandre), la poeta procura que la luz sea lo más prolongada posible y es asombroso encontrar a una nonagenaria tan feraz, que siga escribiendo sin descanso a esa edad. Seguramente piensa lo mismo que Andrés Aberasturi: «Somos el tiempo que nos queda».

El libro consta de tres partes (I, II y III) de significado disimil.

'Despedida' es un poema escrito por impulsos cardíacos; cuando el corazón habla se callan las palabras

En las dos primeras, escritas con sencillez y precisión, se recuerdan momentos felices, como viajes (Chicago, Ankara, Israel, Salzburgo, India, etc.). También lecturas conjuntas de libros, entre cuyos autores destaca a Chesterton (autor preferido también por Juan Manuel de Prada): «Signados con tu nombre. Marfileñas las hojas por el tiempo». «Ahora ya no estás / y releo en la noche». «Cuidaré de los tuyos como nuestros / y dejaré en sus páginas / las miradas aquellas..., / hasta que alienten mis ojos ya cansados». La música igualmente les unía, aunque ella fuera melómana de Mozart y él de Beethoven. «Ahora eres ausencia. / Solo nos queda la música». Le viene a la memoria el anuncio del primer hijo, como «uno de los más hermosos en su caminar junto. ... ese milagro dulce / que el amor acompaña». También se acuerda de las palabras que le dijo Salvador, mientras miraba al cuadro-retrato que le había pintado José Lucas: «cuando yo ya no esté, aquí me tienes». Para ella, él actuó de docente, incluso para sus hijos, que «jamás limitó libertades». Termina esta parte con el poema 'Exequias', que hace referencia a la Laguna (Mar Menor), lamentándose del estado de «muerte y extinción» en el que se encuentra (otro tipo de muerte), como consecuencia de que «los hombres distraídos / para otro lado miran».

La música igualmente les unía; si bien ella era melómana de Mozart y Salvador de Beethoven

La parte tercera es la que presenta mayor carga poética, pues refleja los sentimientos desesperados de un corazón lacerado ante una ausencia irreversible. Comienza con una elegía tristísima, 'Despedida', solamente superada por la que escribió Miguel Hernández a su amigo Ramón Sijé; pues por algo Salvador fue su «compañero del alma». Se trata de uno de los poemas más breves del libro y está escrito por impulsos cardíacos ante una realidad impotente; cuando el corazón habla se callan las palabras. «Quise entrar. / En la estancia / se percibía el frío. / Acercada a su cuerpo, toqué el rostro. / Entre tanto, vigila, / el hombre de la llave. / Me apresuré a besar sin su sonrisa, / sin sus ojos de luz que acompañaban». Era tan grande la empatía que existía entre estas dos personas que, aunque una de ellas ya no puede compartir sentimientos, sin embargo la otra se manifiesta, le habla, incluso parece escuchar sus mudas respuestas, estableciéndose un diálogo. En 'Al fin': «–Lo insólito no tiene explicación, / estamos juntos, eso ya es un milagro. –No pongas ese gesto. / –Discúlpame, querido, no entiendo la respuesta. / Comprenderás mas tarde. / Confía, espera». Conforme se va avanzando en este capítulo, la poeta se interesa por saber cómo es el «más allá» y refleja el deseo de acudir pronto a su reencuentro: «Un día escaparé a tu territorio / para seguir allí nuestra costumbre». «No sé donde te alojas». «Cuéntame alguna historia / de las allí vividas /... Dime si la palabra amor / significa lo mismo allá en el cielo». «En vez de tu silencio, / dime, al menos, si puedes, / cómo es ese lugar, / si hay ventanas y puertas, / estrellas, noches y día».

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Pero cuando llega la noche es cuando la nostalgia y murria se hacen más persistentes; sueña «He soñado contigo» o ensueña «¿Fue sueño o realidad? /Me cogiste de la mano, / y yo noté el calor... Nada podrá arrancar / el calor y la fuerza / de las manos ausentes». A veces le asalta la duda de si realmente Salvador sabe hasta qué punto su amor hacia él era y sigue siendo inconmensurable. «No sé si al otro lado / sabrás que te he querido / antes, en y después». Como en todas sus obras, aparece la figura de Dios y en ésta, aunque lo hace en solo dos o tres ocasiones, la súplica no es para lograr su bien, sino el de su amado: «Oh Dios, consuelo, dime / de tu amparo hacia él». Termina despidiéndose: «Nos veremos muy pronto, / como antes, como siempre».

Es un canto de amor eterno de Dionisia enamorada.

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