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Benjamín Prado (Madrid, 1961). BORJA AGUDO

Benjamín Prado: «Cuando la cultura se considera una molestia es más difícil que prospere»

«En una novela o en un poema cada palabra tiene que surgir de una pelea enorme con las demás», dice el autor, que este jueves mantendrá un encuentro con lectores en Cieza

Miércoles, 3 de abril 2019, 02:03

Este jueves (en el antiguo convento franciscano donde se ubica la Biblioteca Municipal Padre Salmerón, a las 20 horas) viene a la IV Feria Regional del Libro Infantil y Juvenil de Cieza el escritor Benjamín Prado (Madrid, 1961), una voz nítida de la literatura en español, con una facilidad pasmosa para glosar las grandezas de la gran cultura. No es la primera vez que se deja ver por estas tierras. Su producción es vertiginosa, como su verbo, cantarín y civilizado. Ha escrito canciones, se expresa en todos los géneros y, además, está más viajero que nunca.

-Acaba de volver del VIII Congreso Internacional de la Lengua Española en Córdoba (Argentina).

-Sí, tenía una lectura de poemas en el Cabildo, participaba en un homenaje a Sabina también y en un panel sobre intertextualidad. Ha sido muy intenso todo, con muchísimo público en todos los actos, porque allí en Córdoba ellos también se consideran periferia, y como están hartos de que todo el mundo vaya a Buenos Aires cuando vas a Córdoba te tratan como a un príncipe. La periferia tiene también sus ventajas.

«Todos los libros se están preguntando por qué están siendo escritos»

-¿Cómo se siente cuando llega a los sitios y ve que hay gente esperando a ver lo que dice un poeta?

-Siempre me quedo sorprendido y pensando que debe haber algún error. Porque te cuesta verte a ti mismo como alguien que le pudiera importar a la gente, como a mí me importaban escritores a lo largo de mi vida como Juan Marsé o Cortázar. Esto es como una rueda que da vueltas, o una rueda con eslabones, y lo que separa a unos autores de otros es el talento. No se qué cineasta decía que «me separa de García Márquez mi envidia y su talento» (ríe abiertamente). Uno escribe por muchas razones, y una de ellas es para intentar terminar por ser un ladrillo de ese muro. Cuando lo ves desde abajo está muy alto, pero conforme vas subiendo un poquito sueñas con eso. Las ambiciones literarias de todos los escritores son muy parecidas, aunque los caminos sean distintos. Hay muchos estilos, muchas historias posibles que contar, y el sueño de todos es tener lectores, no por tener un número del que presumir, sino por completar la media naranja, porque sin lector no hay nada. Uno sueña con escribir espejos, más que autorretratos. Uno sueña con hacer libros donde lo que importa no es hablar de ti sino de lo que importa al lector. Esos libros son los que duran.

«Da pena que el Instituto Cervantes, que es como un Ministerio de Cultura o de Exteriores, tenga una dotación tan escueta»

-Además, escribe en una lengua como el castellano. ¿Qué vigor tiene hoy el español en el mundo?

-Tiene una vitalidad impresionante. Todo libro es un diálogo con otros libros, y muchas cosas que se escriben provienen de la propia literatura. Uno encuentra lo que no se ha dicho nunca en un libro de los demás. Un libro establece un diálogo con la metaliteratura. Todos los libros se están preguntando por qué están siendo escritos. Y luego establecen un diálogo con el lenguaje. Un diálogo fascinante con una lengua que hablan millones de personas. El poeta Paul Valery decía que la poesía era las mejores palabras en el mejor orden. El problema es que cuando escribes una novela, un relato o un poema cada palabra tiene que surgir de una pelea enorme con todas las demás del diccionario, de esa tensión sale lo bueno, lo que merece la pena ser escrito. Quizás deberíamos hablar de los españoles o de los castellanos, porque uno aprende leyendo a Cortázar, a Borges, a Roa Bastos, o a tantos otros, como Alejandra Pizarnik o a Orozco, tantos, que hay otras maneras de hablar el castellano, otros acentos, otras miradas, y es una suerte que tenemos. Por eso me da pena que una herramienta tan importante para el país y para la cultura, como el Instituto Cervantes, que es como otro Ministerio de Cultura o de Asuntos Exteriores, que tenga una dotación tan escueta. Es una pena que el British tenga cinco veces más presupuesto que el Cervantes, que los alemanes tengan tres veces más, y los franceses más del doble. Si de verdad se quiere cuidar la cultura y la vitalidad del español en el mundo hay que poner un poco más de dinero, porque estamos a la cola en inversión. España no tiene petróleo, pero tiene cultura y tiene turismo, que son nuestros dos petróleos, y tenemos a Goya, a Quevedo, a Cervantes, a Velázquez, a Lorca, y hay mucho que cuidar y que extender.

-En el ámbito cultural, ¿hay muchos yacimientos por explorar?

-Yo creo que aquí lo que hace falta es que alguien se tome la cultura de verdad en serio como algo importante, como pasó en la época republicana, porque de allí salió, ni más ni menos, la Edad de Plata de la literatura. Si la Edad de Oro son Cervantes, Góngora, Quevedo y Calderón, aquí quedar segundos es una pasada. ¿De dónde salió generación, de una casualidad? Resulta que nació Lorca en Granada, Alberti en Cádiz, Cernuda en Sevilla... Salió de la Residencia de Estudiantes, de las Misiones Pedagógicas, de una Institución Libre de la Enseñanza... ¿De dónde salió la incorporación de la mujer en igualdad de condiciones a la cultura y a la ciencia, a la academia, al arte? Hablo de Concha Méndez, de María Zambrano, de María Moliner... El ejemplo de la Generación del 27 sirve bastante bien de cuando se hacen políticas que fomentan la cultura y la defienden, con su pluralidad y sus diferentes miradas... Pero cuando la cultura se considera un adorno y, de vez en cuando, una molestia, es más difícil que prosperen. Pero no sé si es porque en este neoliberalismo que nos arrasa el que piensa es subversivo y la opinión resulta... molesta.

-En su caso no debe haber refriegas entre palabras, porque su producción es enorme. ¡Deben haber aparecido ya todas en sus libros!

-Cada escritor tiene sus palabras que le pueden horrorizar. Blas de Otero decía que podemos dudar si hay que escribir como se habla, pero no podemos escribir como no se habla. Hay que quitar al lenguaje de la literatura toda la pedantería, porque eso no le quita nada del misterio, ni de la profundidad, ni de la capacidad de ser hilo conductor de ideas. Desde los años 80 para acá lo que hemos hecho es normalizar el lenguaje de la literatura, contándola de una manera parecida a una conversación. Esto no rebaja la exigencia. Antonio Machado, uno de los grandes poetas que ha dado esta tierra de todos los demonios, es un poeta aparentemente muy sencillo. Ángel González, maravillo, también, pero detrás de lo extraordinario no hay nada aparentemente fácil...

-¿Qué tal se lleva con Juan Urbano, protagonista de algunas de sus novelas, como 'Los treinta apellidos'?

-Me llevo bien. Dije que haría diez novelas protagonizadas por él, y espero estar a la altura de mi fanfarronada. La clave es que siempre van a tratar algún asunto de nuestra historia, más o menos contemporánea, que conviene que se entienda. Cada uno de los volúmenes va a jugar con un género, 'Mala gente que camina' es novela histórica; 'Operación Gladio' era novela de espías, 'Ajuste de cuentas' era novela negra, y 'Los treinta apellidos' es novela de aventuras. Y me lo he pasado bomba, porque se ha parecido a las novelas que yo leía cuando empecé, como Dumas, Conrad, Julio Verne, Salgari...

-Esta semana murió Rafael Sánchez Ferlosio, ¿qué quedará de él?

-Tuve poco trato con él, pero lo he leído toda la vida, he leído casi todos sus libros, es un escritor de una transparencia que yo solo he encontrado en Carmen Laforet. Esa especie de tensión limpia que tiene su lenguaje. Yo era su admirador y su enemigo, porque sigo admirando dos libros que tiene proscritos, 'El Jarama' y 'Alfanhuí'. Y yo se lo dije un día, por qué reniegas de eso, y me dijo, muy borde, que si llevaba 25 años diciéndolo es porque sería verdad. Es uno de los grandes, sin duda.

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