La obsesión de fotografiarlo todo, de convertir la vida en fotografiable, de guardar 10.000 fotos en el móvil, responde a esta imagen de los espejos. Pepe Jara (@pepejaraNCactus)

Italo Calvino y la aventura de un fotógrafo murciano

Pepe Jara pone imágenes a uno de los relatos más sorprendentes del escritor italiano por su capacidad de anticipar algunas de las reflexiones más profundas sobre fotografía en el siglo XX

Viernes, 23 de agosto 2024, 23:50

Escrito en 1955, cuando Italo Calvino tiene 33 años, y aparecido en la recopilación 'Gli amori difficili' ('Los amores difíciles') en 1970, 'La aventura de un fotógrafo' es un relato que sorprende al lector del siglo XXI por su capacidad de anticipar algunas de las ... reflexiones teóricas más sesudas y profundas que a lo largo del siglo XX se han ido desarrollando sobre la fotografía en cuanto herramienta y en cuanto arte.

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Antonino Paraggi es el único soltero de un grupo de amigos que, al ser padres, no paran de sacarles fotos a sus retoños. Y como los bebés se convierten rápidamente en niños y los niños en adolescentes, Antonino empieza a pensar que «todo lo que no se fotografía se pierde, es como si no hubiera existido». ¿Cómo apresar, aprehender y capturar para la eternidad los instantes de felicidad que los seres humanos viven de forma a veces inconsciente? Para «fotografiarlo todo», según el protagonista del relato, es preciso «o bien vivir de la manera más fotografiable posible, o bien considerar fotografiable cada momento de la propia vida».

Leída en el 2024 esta frase da mucho que pensar: un día me atreví a lanzar la siguiente pregunta a mis estudiantes: «¿Cuántas fotografías guardáis en vuestros móviles?». Las respuestas variaron entre 10.000 y 30.000 imágenes. A la pregunta siguiente, «¿para qué almacenáis tantas?», más de un alumno me contestó (de forma algo enigmática): «Por si acaso».

La obsesión por Bice, por atrapar la esencia del ser amado, podría explicar esta imagen de la sombra y la de más abajo de la celosía. Pepe Jara (@pepejaraNCactus)

Antonino Paraggi va más allá de la postura de sus amigos recién padres: la primera opción, esto es, vivir de la manera más fotografiable posible, «lleva a la estupidez» (¿cuántos jóvenes o no tan jóvenes han muerto o sufrido accidentes para sacarse el selfie perfecto?); la segunda opción, esto es, considerar fotografiable cada momento de la propia vida, «lleva a la locura» (¿cuántos usuarios de redes sociales ganan un sueldo gracias a esa locura? ¿cuántos influencers se deben a esa obsesión o tendencia por considerar fotografiable cada respiro, cada banalidad, cada detalle nimio de su propia vida, incluyendo la más íntima o la que debería permanecer en la esfera de «lo íntimo»?).

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Pepe Jara (@pepejaraNCactus)

Italo Calvino parece adelantarse tanto a Susan Sontag como a Roland Barthes, cuando, en el desarrollo de la trama del relato, y a través de la máscara de su excéntrico personaje anti-fotos y anti-prole, va reflexionando sobre el carácter eminentemente melancólico de la fotografía: no hace falta recurrir a 'Sobre la fotografía ' ('On Photography', 1977) de Sontag, ni a 'La cámara lúcida' ('La chambre claire', 1980) de Barthes para percibir enseguida y con asombro cómo y cuánto se parecen las reflexiones de la escritora americana y del ensayista francés a la siguiente conclusión de Antonino Paraggi: «La realidad fotografiada asume enseguida un carácter nostálgico, de alegría desaparecida en alas del tiempo, un carácter conmemorativo, aunque sea una foto de anteayer». De ahí que «la vida que vivís para fotografiarla es ya desde el comienzo conmemoración de sí misma» (nota al margen: Barthes cita este relato del autor de 'Las ciudades invisibles' ('Le città invisibili') en su 'La cámara lúcida'; por otra parte, los biógrafos de Calvino nos recuerdan que el autor de 'El barón rampante' frecuentó los cursos que Barthes impartía en La Sorbona en los años 60, esto es, pocos años después de la redacción del relato que nos ocupa).

A la pregunta «¿para qué almacenáis tantas fotos?», más de un estudiante contestó (de forma algo enigmática): «Por si acaso»

¿Cómo captar y cómo capturar la esencia de algo, de alguien, de un momento vivido a través de la fotografía?

El protagonista, de crítico despiadado de los usos sociales (y algo banales) de las fotos, se convierte en un investigador de la imagen, en teórico de la fotografía como medio de expresión de lo que se esconde detrás de las apariencias. El relato se va haciendo cada vez más agobiante y tétrico conforme Antonino empieza a usar una antigua cámara de principios del siglo XIX (cuando el invento de Daguerre era todavía un experimento científico hecho gracias a la luz y a la impresión de los rayos del sol en unas placas de vidrio) para aprehender la esencia, la verdadera imagen de Bice, una joven de la que acaba enamorándose y que convierte en el sujeto objeto obsesivo de su maniático acto fotográfico.

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La chica se harta y huye, en la imagen del paraguas. La ausencia, ejemplificada por el bosque de la noche, en una imagen tomada en el exterior del Palacio de los Deportes de Murcia. Pepe Jara

Con el paso del tiempo, Bice acabará harta de la persecución violenta de Antonino y lo abandonará a sus manías. Antonino acabará fotografiando la ausencia de Bice: la cama deshecha, las manchas de humedad en la pared, los ceniceros llenos de colillas. Le surge incluso la idea de elaborar un «catálogo de todo lo que queda sistemáticamente fuera del campo visual, no sólo de las cámaras, sino de los hombres». El relato termina de forma trágica o quizás tragicómica.

El experimento de Antonino para generar la foto total acabará empujándolo a un círculo vicioso en cuyo centro atisba la locura o la ceguera frente a lo que nos rodea. Y uno se pregunta qué hubiera pensado Italo Calvino de la teoría y la época de la así denominada «post-fotografía»; cómo hubiera reaccionado frente a las imágenes que circulan a través de internet de forma continua e imparable; cómo se hubiera posicionado frente a los nemotipos de Joan Fontcuberta, esto es, frente a esas imágenes que genera la inteligencia artificial e imposibilitan la operación de separar netamente lo que salió de una cámara de fotos de lo que se creó a partir de un ordenador. Quizás hubiera apreciado y se hubiera asombrado al mismo tiempo frente a esa parte de la colección de Fontcuberta que pudimos contemplar en Sala Verónicas (Murcia) donde era arduo discernir la cara de gozo de alguien teniendo un orgasmo y la cara de asombro de alguien recién muerto. Eros y Thanatos siempre de la mano. Como nos demuestra con creces el escritor italiano en 'La aventura de un fotógrafo'.

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