Jorge Luis Borges, cuya tumba está en Ginebra (Suiza), junto a otros famosos escritores. Eduardio Di Baia / AP

La inquietante tumba de Borges en Ginebra

Literatura ·

En el cementerio suizo de Plainpalais el escritor argentino, cuya lápida ha sido objeto de interpretaciones, comparte espacio con Robert Musil y Denis de Rougemont

Martes, 19 de septiembre 2023, 19:57

Desde la ventanilla del avión se divisan las cumbres de los Alpes: la nieve sigue ahí a pesar del calor insoportable. Cuando aterrizamos en Basilea, nos acoge la misma temperatura tórrida de Murcia. ¿Estamos en Suiza o seguimos en el Levante español? Las indicaciones están ... en alemán; en inglés; en francés, a veces también en italiano. Así será durante todo el viaje, siendo Suiza uno de los países más cosmopolitas y multilingües que haya pisado nunca en mi vida (es la suerte de quienes viven en el corazón de Europa). Al acercarnos al Rin, el imponente y apacible río que cruza la ciudad, nos topamos con un espectáculo digno de 'felice recordación': un ejército de hombres y mujeres de cualquier edad se dejan arrastrar plácidamente por la corriente al ritmo lento de las aguas. Llevan colgados en la espalda o se agarran fuerte a balones de colores. Solo después descubriremos que se trata de las famosas Wicklefish, mochilas de plástico impermeables en las que los ciudadanos de Basilea guardan su ropa para darse el paseo marítimo refrescante por el Rin y luego volver a la verticalidad y a lo secano. Y uno se pregunta: ¿pero hacia dónde van?, ¿dónde se acaba el recorrido?, ¿cómo se frena en el Rin?

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Las bicis ocupan casi más espacio que los coches. Las aceras están repletas de todo tipo de modelos: las hay rehabilitadas de los años 60 y 70 y las hay recién estrenadas.

Al día siguiente entramos en la catedral y allí rendimos culto a Erasmo de Rotterdam. El autor del 'Elogio de la locura' (lectura que tanta huella dejaría en Cervantes, entre otros muchos autores del siglo XVI y del XVII) murió un 12 de julio de 1536. El 12 de julio de 2023 hizo exactamente 487 años que el humanista descansa en esta tumba en la sombra y en el frescor de esta iglesia. Los turistas pasan por delante sin ni siquiera notarla ni darle importancia. ¿Qué hubiera sido de la cultura europea sin Erasmo? ¿Cómo habría evolucionado el pensamiento sin los azotes de este filósofo católico? Me imagino su sonrisa al contemplar desde arriba a sus conciudadanos que se dejan llevar por la corriente del río, perezosos y felices, un río, que como otro cualquiera, nunca para y en el que -Empédocles 'docet'- nunca nadie podrá bañarse dos veces.

Desde Basilea el destino académico nos empuja hacia Neuchâtel: la Universidad está ubicada en una zona privilegiada. Desde las aulas de la Facultad de Letras se contempla el lago, enorme, luminoso, inabarcable. Basta con andar pocos metros para pasar del mundo de los profesores serios y sesudos al de los suizos que disfrutan del sol como los madrileños en La Manga. Una montaña de toallas a la orilla del lago; las duchas para amoldar el cuerpo a la temperatura gélida del mismo; gafas de sol, juventud y libros o auriculares para desconectar, mientras las gaviotas se dan un paseo por las playas de roca entre niños alegres y padres cansados. Neuchâtel sorprende al visitante por su casco antiguo, su castillo en la cumbre de la ciudad, su pasado histórico y religioso. Hay librerías de viejo, pero también un museo de arte contemporáneo cuyo acrónimo nos hace sonreír: MAHN (así es como a veces firma Miguel Ángel Hernández Navarro, el escritor del que he venido a hablar en el congreso de la AIH, esto es, Asociación Internacional de Hispanistas; enésima causalidad: hay una exposición temporal que se titula 'Le plaisir du texte' -título más barthesiano imposible- así que… el círculo se cierra).

Finalmente, el último día viajamos a Ginebra. El lago de esta ciudad es todavía más grande. Da vértigo pensar en la cantidad de pueblos y ciudades surgidas en sus orillas. Tras la experiencia del barco en el lago y la visión cercana del famoso chorro, es imposible no ir al cementerio de Plainpalais (también conocido como Cimetière des Rois, esto es, el Cementerio de los Reyes). Es un lugar famoso, porque allí descansan o duermen su sueño eterno escritores de la talla de Robert Musil, Jorge Luis Borges o Denis de Rougemont, entre otros.

A las 9.30 de un sábado por la mañana el cementerio está casi desierto. Se nota inmediatamente que se trata de un lugar monumental: las tumbas son esculturas y obras de arte refinadas y bien conservadas. Los senderos de piedra blanca marcan el camino en el medio de una suerte de pequeño bosque que invita al descanso. Un hombre de torso desnudo y pantalones vaqueros rotos y sucios nos mira y nos pregunta: «Cherchez-vous le poète?». Es curioso: a Borges aquí lo recuerdan en cuanto poeta y, además, parece que Carmen y yo lo llevamos escrito en la frente: «Somos profesores de literatura y sí, estamos buscando a Borges», le contestamos afirmativamente.

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El hombre se presenta: se llama Jacques y, cuando nota mi acento italiano, me cuenta que estuvo viviendo dos años en Italia, para ser más exactos, en Rimini, ciudad de la costa adriática. «Podéis llamarme Giacomo», dice sonriendo y con una lata de cerveza de medio litro en la mano (la muñeca llena de pulseras; el brazo izquierdo lleno de tatuajes). Carmen y yo le damos las gracias. Nos cuenta que ese cementerio es un lugar de descanso también para los vivos: todos los días ve a un empresario que se sienta en el césped con su toalla y come ahí su comida rápida tras quitarse corbata y chaqueta. Probablemente sea alguien que trabaja para algunos de los grandes bancos de esta ciudad. Se le notará feliz cuando abre el túper de la comida y se olvida por un momento del mundanal ruido. A Giacomo le gusta mirar ese tipo de personas.

Preguntas

Llegamos a la tumba del argentino más famoso del universo (junto con Carlos Gardel y Julio Cortázar). La inscripción pone lo siguiente: «And ne forthedon na». Solo tras la relativa búsqueda en internet podremos interpretarla y descubrir que son versos que provienen de un poema del siglo X. Hay bolígrafos y lápices de colores en la base de la lápida, y también una hoja de papel en la que alguien cita lo que parece ser un poema del mismo Borges: «Es el amor, con sus / mitologías, con sus / pequeñas magias inútiles… / el nombre de una mujer / me delata… / Me duele una mujer / en todo el cuerpo» (J. L. Borges) Para Anata (12/06/2023). Me pregunto quién será Anata y quién le habrá dedicado esos versos de Borges (si es que son de Borges y no una creación inédita de quien se los dedica a Anata). Luego rememoro una frase que aparece en el relato Tlön, Uqbar, Orbis Tertius: «Los metafísicos de Tlön no buscan la verdad, ni siquiera la verosimilitud: buscan el asombro. Juzgan que la metafísica es una rama de la literatura fantástica. Saben que un sistema no es otra cosa que la subordinación de todos los aspectos del universo a uno cualquiera de ellos».

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Me pregunto qué papel jugará Giacomo con su amabilidad y simpatía en este cementerio y en el universo en general. Y si algún día podré contemplar al mismo empleado de un banco suizo del que solo sé lo que Giacomo me contó. Me pregunto si para Borges la búsqueda de la verdad hay que intentarla en la vida 'real' y no solo en la literatura; y si las obras literarias crean un sentido de tipo humano (y, por ende, siempre interpretable) que es imposible alcanzar en la vida 'real', la que vivimos hoy aquí, en este cementerio suizo lleno de gente interesante y de esculturas que eternizan vidas ya pasadas y quién sabe si ya olvidadas o quién sabe hasta cuándo rememoradas. Creo que es en 'La muerte y la brújula' de Borges donde alguien dice algo como que el mundo es un laberinto del que es imposible huir. En Hamlet, en cambio, alguien dice que la muerte es un «territorio desconocido del que ningún viajante vuelve». Quién sabe si Borges intenta huir o volver. O si prefiere quedarse ahí donde esté: «And ne forthedon na».

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