La infidelidad forma parte de nuestra historia cultural. La literatura, el teatro, el cine, y más recientemente, ciertos 'reality shows' así lo reflejan. A lo largo de los siglos, mujeres y hombres, feliz o infelizmente casados, creyentes o no creyentes, en relaciones homosexuales o heteronormativas, ... se han rendido a la tentación. Los mandamientos religiosos y los valores morales que condenan la infidelidad, los intentos de restringir la sexualidad al matrimonio o los castigos contra la persona infiel han sido insuficientes para frenar este tipo de conducta.

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El éxito de estas historias reside en gran parte en la existencia de una identificación total con sus personajes. ¿Quién no ha estado alguna vez en algún punto de este triángulo, ya sea como afectado, infiel o amante? La infidelidad habla de todos nosotros, de nuestras actitudes personales y culturales sobre el amor, el deseo y la vinculación con el otro. Profundizar en las infidelidades ajenas puede ser ciertamente instructivo para resolver nuestros propios dilemas sobre lo que deseamos dar y recibir en una relación, lo que esperamos sentir y lo que creemos que merecemos.

En la actualidad, es difícil estimar la magnitud del fenómeno. Más allá de que muchos de estos comportamientos se dan en el espacio privado, el engaño se presta asimismo a distintas manifestaciones y consideraciones. Los comportamientos que pueden constituir un abuso de confianza y una ruptura de los acuerdos que sustentan la relación, varían entre las parejas monógamas.

A grandes rasgos, la infidelidad suele incluir sexo con contacto, sexo telefónico o a través de aplicaciones 'online', coqueteo y vinculación romántica. Sin embargo, mientras que para algunas parejas el hecho de intercambiar mensajes eróticos con una persona ajena a la relación o hacer cibersexo con una 'webcamer' no es sinónimo de traición, para otras constituye el punto y final de su historia de amor.

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Por otro lado, a día de hoy, ha trascendido la idea de que la infidelidad se limita solamente a los contactos eróticos fuera del matrimonio. Las relaciones no monógamas también han definido nuevos criterios sobre qué es una infidelidad. A tenor de lo que se haya previamente consensuado, cabe la posibilidad de que en las relaciones abiertas pueda ser más ofensivo tener una conexión emocional y romántica con otra persona, aun cuando no hay contacto erótico, que el hecho de participar de forma conjunta en una orgía.

Durante décadas, se ha tratado de buscar una explicación sobre la naturaleza de este engaño: ¿la infidelidad es el resultado de factores biológicos o del condicionamiento sociocultural, en el cual intervienen los roles de género, la jerarquía de las normas y los valores que los seres humanos han adquirido en el proceso de socialización?

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Desde la perspectiva del darwinismo, la necesidad de diversidad sexual se presenta como el factor más influyente en la infidelidad. Maximizar el número de hijos y aumentar la diversidad genética de la descendencia aumentaría las posibilidades de supervivencia en situaciones cambiantes o inestables. La infidelidad masculina quedaría sujeta al éxito reproductivo. Pero, ¿quiere decir esto que las mujeres no experimentan la necesidad de diversidad sexual? Según la antropóloga y bióloga Helen Fisher, la necesidad de diversidad sexual brindaría a las mujeres y a sus descendientes un apoyo y protección adicional. Lo que no puede hacer el marido, lo proporciona el amante. De modo que, en las mujeres, la necesidad de variedad sexual presentaría una función adaptativa.

Si analizamos la infidelidad desde una visión sociocultural, cobran especial importancia aspectos como los determinantes culturales de la masculinidad y la feminidad, las actitudes sociales hacia la sexualidad o la estructura social. Hoy, mujeres y hombres reconocen el goce erótico como un componente fundamental de sus vidas y relaciones. Este cambio cultural nos lleva a problematizar sobre la influencia de la autonomía personal y la búsqueda individual del placer en la infidelidad. Subyacen aquí impulsos egocéntricos y hedonistas, elementos muy característicos de nuestro tiempo.

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Si bien, también encontramos una paradoja: la infidelidad no siempre es indicativo de insatisfacción con la relación actual, ni tan siquiera de que se desee romper con ese vínculo. La vivencia contemporánea de la infidelidad ha dejado de expresarse en términos absolutos. Las complejidades del amor y del deseo ya no se prestan con tanta frecuencia a las etiquetas de 'bien' y 'mal'. Por ello, juzgar la infidelidad simplemente como una cuestión de daños o como una forma de exploración es una narrativa obsoleta. Queremos comprender antes que reprochar y condenar. Y sí, a veces también, incluso cuando la traición abre una herida, queremos perdonar.

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