Toda una relación de recuerdos y datos personales, propios y ajenos, brota como el agua de una fuente por boca de Juan Bautista Sanz (Murcia, ... 1949), dedicado hoy únicamente a pintar y a leer. «Es lo que me salva», dice este hombre del Renacimiento que ha ejercido como crítico de arte, comisario de exposiciones, director y guionista de programas de televisión y documentales, y director del Archivo de la Filmoteca Regional hasta su jubilación. Muchos lo recordarán por aquellas proyecciones sobre la memoria filmada. «La Filmoteca –entiende– debe ser una institución irreversible: con o sin frío, con o sin pandemia. Cuantas más dificultades pongan, esto es como los luchadores, hay que superarlas».
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Dicen el refrán que aprendiz de mucho, maestro de nada, pero no se puede decir en el caso de Juan Bautista Sanz. Hijo de Pedro Sanz, fundador de Zero, la primera galería de arte abierta en Murcia en 1970, en la que trabajó hasta 1995. «En el 95 empezaron a desaparecer los pintores que a mí me causaban estremecimiento. Gómez Cano, Mariano Ballester, Carpe... la disyuntiva era: seguir con las nuevas generaciones, que a mí me interesaban menos, o abandonar. Y entonces abandoné. Preferí en la balanza hacer otras cosas».
No quería ser juez y parte, porque en 1992 realizó una exposición en el Ayuntamiento de Murcia. «Entonces mis cuadros estaban en las zonas apartadas de la galería, en mi despacho», recuerda. «Estuve 25 años en Zero, y al final vendimos una parte de la colección que yo había atesorado a la Comunidad Autónoma, y me lo planteé como el que trabaja en el banco y le dan una indemnización para jubilarse. Pero me lo gasté pronto. Muchas cosas se han ido vendiendo o cambiando después. A lo mejor me falta una olla Pronto pero me he comprado un cuadro de Alfredo López. Las pocas pesetas o euros que cada uno junta los invierte en lo que le gusta, y yo no puedo evitar estar rodeado de las cosas que me gustan».
A Antonio Ballester, al que conocía desde crío, le compró una de sus primeras obras: un paisaje de Mojácar. «Me cobró 5 duros. Esa operación la he hecho con muchos artistas, les compraba la primera cosa que hacían». Dice ser «un pintor extraño» en el que sentido de que le gusta la obra de los demás. «Me gusta poner en mi casa cosas de otros pintores que no se parecen a mí. A Gaya le gustaba todo el que imitaba a Gaya. Y a mí me gusta lo que no tiene nada que ver con mi personalidad», deja claro. En el libro 'Olvido y memoria' (2016) solo contó cosas buenas de aquellos años como galerista: «Las cosas malas me las guardé». Prefirió fijarse en el brillo de las personas y dejar aparte el barro. «Yo tenía un galerista en Santander que se fue a vivir con Solana, y yo estuve a punto de hacerlo también con cualquier artista que me gustase».
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Sigo planteándose las mismas diatribas que hace años: «Me he planteado si hay una escuela de Murcia, porque para muchos solo existen Pedro Cano o Ramón Gaya, pero hay muchos artistas que hacen similitudes y creo que hace falta una individualización muy importante en cada uno de los artistas. Y ahora hay un poco un cajón de sastre que es producto de las redes y del marketing, porque sigue habiendo gente que hace cosas estupendas y están marginadas». Le parece una tendencia interesante que haya muchos pintores que tengan alumnos. «Pero el mercado va por otro lado, ahora se compra mejor que hace años, y ahora es más barato un cuadro de firma que cuando vivía el pintor. Y eso nos pone los dientes largos a los que nos gusta comprar porque sufrimos todos los días».
En este sentido, comenta que «la administración está completamente ajena, y ahora se podrían hacer cosas espectaculares en la Región dado el bajón del mercado. Pero estamos en el virus, y lógicamente en la salud, que sin salud no se puede hacer nada».
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Reconoce que, pese a la jubilación, está tanto o más ocupado que cuando tenía la galería debido a que le reclaman para exposiciones diversas. «Este año se cumple el centenario de José Francisco Aguirre [del que hay 300 obras en el Museo ABC del dibujo y la ilustración de Madrid] y se va a hacer una exposición en el Mubam, y estoy en ello. También estoy escribiendo para el catálogo de la exposición de Pedro Flores que organiza Darío Vigueras, y estoy con la Fundación de Antonio Hernández Carpe colaborando en la organización de la exposición del centenario, y catalogando su obra. Con Carpe hay una cosa fantástica. Un hombre que murió con 56 años, y que a lo sumo estuvo 40 años en activo, y es absolutamente increíble lo que hizo por toda España. Esta Fundación, de hecho, trata de intervenir en la recuperación de los murales de Hernández Carpe para evitar que sufran atentados».
Dicen los instruidos que la obra pictórica de Juan Bautista Sanz le trae un aire a Matisse. Y no le desagrada la comparación. «Me encantan las vanguardias de los primeros años del siglo XX. Un momento formidable, fantástico. El expresionismo abstracto, en concreto. Pero hay mucho más referentes que Matisse. Decía Muñoz Barberán que estaba mal situado, que tenía que haber nacido en el siglo XIX, pero yo hubiera dado media vida por haber vivido en los años 20 del siglo pasado. Otros hemos estado navegando en páramos». Copiar al vecino no se toma nada mal hoy en día, «pero la gente se escandaliza», anota con una risa casi vandálica, «si te pareces a Matisse, ¡como si a Matisse te parecieras todos los días! Dice Willy Ramos que 'me gusta tanto Matisse que como no puedo comprarlo me lo hago'». ¿Hubo algún tiempo en que Murcia no fue un páramo? Recuerda Juan Bautista Sanz que la segunda exposición del grupo El Paso tras el manifiesto de Madrid fue en el Casino de Murcia en 1960, «y un señor del Casino apagó un cigarro en un Millares». «Escribió don José María Pemán en la prensa que cómo era posible que en una ciudad tan tranquila y apaciguada como Murcia se diese ese grito fuera de tono en el Casino. ¡Fíjate qué consideración teníamos en Murcia!».
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