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Las redes sociales se han convertido en una plataforma donde proliferan todo tipo de seductoras ofertas y promociones, algunas de las cuales prometen resultados espectaculares con poco o nulo esfuerzo. Una de las más llamativas es la aparición de unos individuos o empresas que aseguran ... tener la receta financiera secreta para hacerse rico rápidamente. Por supuesto, siempre con su fórmula, método, curso, actitud o como queramos llamarlo. Estos personajes, que se suelen exhibir rodeados de coches de lujo y viviendas de ensueño, bombardean a su audiencia con historias de éxito instantáneo y transformaciones de vida milagrosas.
Sobre este tipo de atajos ya dediqué un artículo en esta misma mesa compartida el día de Nochebuena de 2022. Pero hoy les quiero contar una historia real de éxito, la de un estudiante que se convirtió en uno de los hombres más adinerados de su época. Gracias a la química. Y a una serendipia.
William Henry Perkin nació en 1838 en el East End de Londres y era el menor de siete hermanos. Con tan solo 15 años fue admitido como estudiante en Real Colegio de Química de Londres. Durante su estancia en esa prestigiosa institución coincidió con alemán August Wilhelm von Hofmann, que en aquel momento investigaba la síntesis artificial de la quinina, una sustancia de origen natural con mucha demanda en las colonias británicas como tratamiento de la malaria. En la Pascua de 1856, mientras Hofmann estaba visitando a su familia en Berlín, Perkin oxidó anilina con la esperanza de obtener quinina. Era solo una idea, un experimento aleatorio más, pero Perkin se encontró con un insólito sólido de aspecto negruzco. Mientras lo limpiaba con alcohol, un compuesto de intenso color se reveló ante sus ojos. Había obtenido el primer tinte sintético, lo que conocemos ahora como púrpura de anilina o mauveína.
Perkin probó la mauveína sobre distintos tejidos y telas. Al ver que no desteñía pensó en el potencial práctico de su descubrimiento, lo patentó y construyó una fábrica con ayuda familiar.En poco tiempo se convirtió en el único productor de tinte sintético en Europa. Tal fue el éxito de su empresa, que hasta la reina Victoria de Inglaterra usó un vestido teñido de color malva con la mauveína de Perkin para la Exposición Real de 1862.
Antes de la síntesis de la mauveína a partir de la anilina los únicos materiales disponibles para la coloración de los tejidos se obtenían de plantas o de animales. La extracción de estos tintes se hacía con un rendimiento muy bajo, lo que encarecía el producto final. Por ejemplo, para obtener una tonalidad rojiza se empleaba el insecto cochinilla del carmín. Se necesitaban 150.000 insectos para producir un kilogramo de este colorante.
El crecimiento y desarrollo de la industria de tintes fue imparable. Se comercializaron otros tintes sintéticos mejorando las propiedades y ofreciendo tonalidades de todo tipo. En el ámbito médico, los tintes artificiales derivados de la anilina, como el descubierto por Perkin, jugaron un papel crucial en el avance de la microbiología y la histología. Permitieron a científicos como Paul Ehrlich y otros pioneros en el campo de la medicina colorear células y tejidos para observar mejor sus estructuras bajo el microscopio, lo cual fue fundamental para el desarrollo de nuevos tratamientos y técnicas de diagnóstico.
Recientemente, los colorantes naturales han vuelto a ganar popularidad, impulsados por la creencia de que son más seguros y ecológicos que los de origen sintético. Sin embargo, esta percepción no siempre se corresponde con la realidad. Aunque puede parecer que los tintes naturales son inofensivos, algunos de ellos pueden ser igual de tóxicos que los sintéticos. Además, su producción no es precisamente inocua con el medio ambiente: cultivar las plantas de las que se extraen estos colorantes implica el uso extensivo de tierra, agua, fertilizantes y plaguicidas, lo cual puede tener un impacto ambiental considerable. Por otro lado, la tecnología de los tintes sintéticos ha avanzado significativamente, ofreciendo opciones más seguras y sostenibles.
Perkin fue millonario con 21 años, pero abandonó el mundo empresarial quince años después para dedicarse exclusivamente a la investigación en química orgánica. Vendió sus empresas y convirtió su mansión de Harrow Road en un moderno laboratorio. Hasta su muerte, en 1907, publicó alrededor de un centenar de artículos científicos. Perkin vivió modestamente, empleó su dinero en obras sociales y en mejorar la calidad de vida de su entorno. Sus tres hijos fueron brillantes estudiantes que acabaron como destacados profesores de química en las universidades de Oxford, Manchester y Leeds... Su fórmula para hacerse 'millonario' quizá no fuera solo una cuestión de química.
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