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Una de las grandes carencias de la Historia del Arte en España es el dibujo. Ni a los expertos ni a los coleccionistas ha interesado la obra en papel tanto como en otros países occidentales, de manera que gran parte de la producción gráfica española del pasado está en museos extranjeros. Es algo cultural, tal vez vinculado a la pobreza del material, algo ancestral de lo que tantas veces habló Alfonso Pérez Sánchez, gran amigo de Ramón Gaya y máximo experto español en dibujo de su tiempo. Sin embargo, este relativo desapego por el dibujo es un absurdo en términos artísticos, ya que con frecuencia la pureza de la obra está en el dibujo en sus tres estados principales de 'schizzo' o bosquejo, boceto y dibujo autónomo. El dibujo muchas veces se hace para uno, no para los demás. Si existe la verdad está en el dibujo. Gaya fue un extraordinario dibujante. Fue siempre un gran escritor y un buen pintor en determinadas fases, pero su gran categoría como dibujante era la cuestión que quise tratar en 'La Edad de Plata en Murcia. Cien años del Suplemento Literario de LA VERDAD', organizada por LA VERDAD, la Comunidad Autónoma y el Ayuntamiento de Murcia, que hasta el 4 de febrero se puede visitar en el Almudí.
Si toda la exposición es un homenaje coral, hay tres personas a las que he dedicado un especial foco: Luis Garay, Benjamín Palencia y Ramón Gaya. El primero por el vínculo estrechísimo con 'Verso y Prosa' primero y luego con Sudeste, su amistad con Juan Guerrero (en su casa lo llamaban familiarmente Lois) y una calidad e interés en su obra que no hemos reconocido aún. Palencia fue, con Vázquez Díaz, el primer ilustrador del Suplemento, luego pasó a 'Verso y Prosa', manteniendo una amistad profunda con Guerrero, como prueba la correspondencia cruzada, y estuvo en el meollo durante el mágico encuentro entre Federico y Miguel Hernández que, de alguna manera, cierra el ciclo de esta exposición. Fueron los tres compañeros tal vez más duraderos de esta aventura, si nos ceñimos al arte. Gaya fue, en parte, un descubrimiento de Guerrero. Ya desde la infancia vio sus cualidades. Fueron amigos antes y después de la guerra y algunas de las mejores ilustraciones de este ciclo son suyas.
Dentro de la dificultad que un edifico histórico ofrece a veces, quise hacer una pequeña exposición monográfica de Gaya para mostrar algo excepcional: la mayor colección inédita de dibujo que se conserva, cedida generosamente por una coleccionista murciana para esta muestra. El dibujo era el medio, ya que es como se desarrolló siempre la colaboración con las tres revistas de casi todos los artistas. El espacio se construyó con mimo para la ocasión, generando una pantalla de tela que tamizase la luz de los focos, demasiado fuerte. La mitad de las exposiciones es el cariño y el trabajo que se ponga en ellas; la otra es el discurso. Se ha conseguido un espacio que hubiese encantado al pintor, en el que no hay sombras, no se sobrepasan los 60 lúmenes preceptivos para la obra sobre papel y el negro proyecta una cierta sensación oriental tan querida por Gaya.
Pero lo excepcional son los dibujos, claro.
La serie tiene un interés formidable en el momento en el que constituye casi una pequeña enciclopedia del artista. Proviene de México y fue traída por una de las autoridades del arte murciano, que hizo de mediador para que este tesoro se quedase en la Región de Murcia. Varios dibujos fueron realizados por Gaya en 1952, durante su primer viaje a Europa. Va al Louvre. Dibuja a los paseantes, mujeres sofisticadas con ropa francesa, boinas y abrigos de piel. Elegantes señores con gabardinas, también tan francesas, observan cuadros de marco negro, seguramente holandeses. Recorre los cafés. Cambia de medio y dibuja jóvenes en cafeterías con una inmediatez contaminada, como grabadas por Rembrandt. Sin duda, fue el holandés el pintor que ese día atrajo al murciano. Luego los pescadores del Sena, con el interés por las gabardinas que, tras tantos años en México, le debían resultar atractivamente elegantes. Luego Italia. Florencia tal vez sea el motivo de dos de los dibujos en los que cambia el papel. Para entender esta serie hay que pensar que tenemos cuatro papeles distintos, dos más antiguos. El pequeño gondolero cerraría el ciclo de aquel viaje que duró solo un año. Gaya, desde entonces, trabajó para volver a Europa, cosa que logró hacer en 1956. Los dibujos permanecieron en México, formando parte de la venta de su obra que le permitió regresar.
El espectador encontrará algo desconcertante cuando visite esta sala, y es que las fechas de los dibujos no coinciden con las cartelas. La explicación es sencilla para todo el que conozca la vida de Gaya. Si se observa bien, la mayoría de dibujos están firmados y fechados con un lápiz azul o con un lápiz que no se corresponde con el carboncillo utilizado en el dibujo, lo cual indica que se firmaron a posteriori y en dos tandas, agrupando dibujos hechos en distintos lugares y momentos. Es normal, son bosquejos que el artista hizo para sí sobre la marcha y guardó en una carpeta. Sólo los firmó y fechó para venderlos, como suele ocurrir en estos casos. Entonces, seguramente pasados cuatro años desde la ejecución, confundió las fechas, algo también bastante normal, la casi totalidad de los cuadros que Picasso donó a la ciudad de Barcelona, y que hoy son su museo, tienen fechas erróneas por haberse firmado años después. Gaya fue a París en 1952, no en el 51, por lo que no pudo pintar pescadores en el Sena ni público en el Louvre hasta entonces.
Más allá de este detalle, hay algo a lo que quisiera invitar al lector, y es a disfrutar con la exposición desde su punto de vista. Está claro que es enriquecedor seguir una guía, pero la visita personal, creando su propia lectura de lo que se ve, es la definitiva. Tenemos la suerte de disfrutar de una exposición inolvidable que nos cuenta mucho de lo que hemos sido.
Aprovechémosla.
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Jon Garay y Gonzalo de las Heras
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