No hay adolescente que se escape a la siguiente pregunta: «¿qué quieres ser de mayor?». Es una pregunta básica, a menudo empleada para ampliar su mirada sobre el futuro y su sentido de la responsabilidad. Pero también se trata de una pregunta trampa, pues de ... mayor se pueden ser muchas cosas. Por ejemplo, se puede ser un ídolo de masas y un machista integral, una directiva de éxito y una cretina, un buen trabajador y un mal padre. Las combinaciones son infinitas y algunas, poco halagüeñas.

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De mayor yo quería ser periodista y ahora que soy mayor (o menos joven), acabé siendo muchas cosas, pero no periodista. Quizá esa es una lección que alentamos poco en la adolescencia: tienes derecho a seguir creciendo y a ser aquello que no soñaste ser... hasta este momento. Creemos que el futuro profesional de un adolescente debe centrarse exclusivamente en una inquietud, como si el hecho de implicarse emocionalmente en ella, con exclusividad y firmeza, fuera garantía para su porvenir.

Y sí, esto puede funcionar en algunos casos e incluso puede hacer feliz a un grupo de personas. La focalización en un interés relaja mucho al adolescente, pero también a las familias. Cuando uno ya sabe (o cree saber) qué quiere ser de mayor disminuye, ciertamente, la incertidumbre. Sin embargo, los perfiles profesionales de hoy, incluso lo más demandados, recorrieron otros caminos. Más dubitativos y no por ello, menos afortunados. La incertidumbre no siempre es un problema, también constituye un escenario para la oportunidad, el análisis y el descubrimiento. No tenerlo claro es también una forma de existir.

La incertidumbre no siempre es un problema, también constituye un escenario para la oportunidad

En mi caso, tras varios tejemanejes del destino, yo acabé estudiando filosofía por vocación. Cuando hace unos días comentaba esto con mi amiga Julia, yo le confesaba que había sido algo inevitable, tal y como para ella también lo había sido estudiar Bellas Artes. Nadie me orientó para que mi curiosidad y mi corazón exploraran esta disciplina. Pero, ¿quién de mis profesores iba a tener la valentía de sugerirme tal opción cuando la mayoría de empresas buscan perfiles técnicos?

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Elegir filosofía era como elegir morir de hambre o mucho peor, ¡era elegir la nada, el fracaso, el error absoluto! ¡Bastante tenían ya con mi idea de estudiar periodismo! Sabía escribir, tenía una mirada del mundo muy abierta y no se me daba mal argumentar, así que supongo que tenían cierta confianza en mis habilidades. Sin embargo, nadie supo ver que esas habilidades se desarrollarían plenamente a través de la filosofía. Yo tenía amor por las preguntas y devoción por el conocimiento, pero nadie me dijo que eso podía ser muy útil en el mundo.

No les culpo. Cuando yo hice la selectividad corría el año 2009 y sospecho que ellos ya sabían que el camino para la gente de mi generación iba a ser duro y no exento, más de una década después, de cicatrices. El caso es que mi encuentro con la filosofía constituyó una de las experiencias más auténticas que he vivido en estos locos treinta años. Descubrí un puente entre los saberes científicos-técnicos y la humanidad, pero también una caja de recursos muy valiosos para abordar las cuestiones actuales sobre la libertad, la moral, la muerte, el buen gobierno u otros temas, menos trascendentales, pero que tocan directamente al género humano como la prolongación de la vida, la pornografía, el feminismo, los derechos de las minorías, las fake news, la supervivencia del planeta, la sexualidad o la inteligencia artificial.

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No sé si a día de hoy la filosofía me da de comer, pero sí me ha ayudado a destacar en muchas facetas, tanto personales como profesionales. La perseverancia, la curiosidad, el pensamiento divergente, la especulación constructiva y la sensibilidad para atender a una realidad compleja, plural y en continuo cambio son habilidades que aprendí estudiando filosofía y que no dejan de acompañarme a día de hoy, cuando continúo formándome. Porque esa es otra cuestión: la filosofía también me reveló que podía no elegir solo una profesión.

Como es obvio, aprendí todo eso porque había un grupo de personas, que lejos de preguntarse si estudiar filosofía servía para algo, estaban empeñadas en su cultivo en el siglo XXI. Precisamente, ¿qué mayor compromiso con la filosofía que proteger su patrimonio a través de la enseñanza?

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