Si hay algo que ha dado que hablar en los últimos días es el azote de Shakira a Gerard Piqué a través de Sesión #53, la reciente colaboración de la artista con el productor argentino Bizarrap. Se trata de un éxito sin precedentes. El tema ... está batiendo récord en reproducciones y se ha convertido también en todo un fenómeno de márketing. La discusión social está siendo asimismo acalorada. Ante la lluvia de referencias a su ex y a la nueva pareja de éste, no debe sorprender que todos queramos tener una opinión sobre la deslealtad de exfutbolista y el particular despecho de la colombiana.
Las historias sobre traición y abandono apelan fuertemente a nuestras pasiones. Los desengaños a menudo se viven como desprecio y ofensa, despiertan nuestra ira y motivan la venganza. Shakira es nuestra Medea moderna y su música, aun sin desmerecer su valor artístico, se ha convertido en un chisme. En general, en este ejercicio popular por opinar de todo y tener conocimiento de muy poco, no hay pretensión alguna por comprender el engaño y sus aristas. Lo único que importa es condenar la deslealtad, destacar el daño, perseguir al traidor.
El señalamiento moral antecede a la madurez intelectual y emocional. Queremos ser empáticos, pero solo con aquellos que manejan con rectitud nuestros valores morales. Evaluamos con agresividad e intransigencia al infiel y acogemos sin atisbo de duda a su víctima, como si ser víctima de unos cuernos te convirtiera inmediatamente en ejemplo de buena conducta. Lo hacemos de forma grupal y en pro de asegurar los comportamientos civilizados. Solo así podemos imponer las normas morales y exigir su cumplimiento. Sin embargo, la crítica apasionada, basada en nuestras particulares creencias (y no en vedades absolutas) nos aleja de una realidad ciertamente incómoda: la infidelidad es un acontecimiento diferenciado, multifacético y plagado de contradicciones. Así lo describe la maravillosa Esther Perel en su libro 'El dilema de la pareja' y así, una vez más, siento la necesidad de subrayarlo.
Muchas de las personas que hoy celebran que Shakira no perdonara una infidelidad miran con extrañeza y compasión a quien no lo hace. Valga como ejemplo otro personaje de la 'socialité', el cual ha experimentado recientemente las vicisitudes de la infidelidad y su posterior vigilancia social: Tamara Falcó, actual marquesa de Griñón. Parece que elegir quedarte al lado de la persona que te fue desleal y lo hizo delante de todo un país sea un nuevo tipo de vergüenza.
La fidelidad es una expresión de preferencia y entusiasmo. Es la reafirmación de la devoción hacia una persona, esto es, hacia 'nuestra persona especial'. En los últimos años, esta decisión se ha disociado de la monogamia. La infidelidad ya no se describe estrictamente como un comportamiento sexual o emocional concreto sino con una serie de comportamientos que no forman parte de un acuerdo previo entre dos personas que han elegido ser pareja. Aunque la traición hoy se reviste de distintos matices, hay algo que continúa siendo inamovible: perdonar o no perdonar una infidelidad es un marcador de nuestra identidad.
Lo que sí resulta novedoso es que la narración de los sentimientos de una artista se utilice para politizar y apelar a los derechos de las mujeres. Pero, para desencanto de sus defensores, aquí no hay revolución feminista ni despecho con perspectiva de género. La sociedad del siglo XXI está más que preparada para la igualdad, incluso cuando se trata de la cornamenta en clave igualitaria. Y esa distinción, en un momento donde se tiende a infantilizar a las mujeres cuando son engañadas, a justificar sus actos cuando son las que traicionan y a someter al varón infiel a una caza de brujas, es más que relevante. Ya no vivimos en los tiempos de 'Madame Bovary', 'Ana Karenina' o 'La Regenta', obras donde el adulterio se presentaba como una condena para la mujer ante su falta de derechos sociales.
Lo que aquí hay es el inicio de una nueva historia. El despecho tiene un significado distinto a la tristeza por la pérdida. Es algo humano, no una cuestión de géneros. Ya no hay desorden, ya no quedan lágrimas. O, como se atreve a decir Shakira en su canción: «Las mujeres ya no lloran, las mujeres facturan». Del despecho germina a veces la soberbia y en consecuencia, la estimación de creerse superior a los demás: al infiel y a su nueva conquista. Hay que darle tiempo al tiempo para que vuelva el sentido común y el apaciguamiento, especialmente si no queremos alimentar nuestra autodestrucción. Las heridas no cierran con odio ni con venganza. Esas emociones solo se convierten en excusas para reafirmar lo que nos duele: después del amor nos convertimos en enemigos íntimos.
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.