Secciones
Servicios
Destacamos
Me estoy grabando en el ascensor. Porque tengo una enfermedad, claro. Que la compartimos mucho, ya, que lo sé. Llamémosla 'videoascensorismo'. Es decir, que subes a un ascensor, tienes el móvil en la mano, y ese rato, asumámoslo, perdido, de subir o bajar en un ... ascensor, lo gastas en grabarte en el espejo. Un ascensor sin espejos es un ascensor muerto. Es una caja de cerillas.
Entonces estamos, estoy, en ese ascensor. Y yo además nunca sé cuánto tiempo tarda el ascensor en hacer sus cosas. Porque vivo en hoteles. Lo asumo. Y como vivo en hoteles los ascensores paran y vuelven y suben y no funcionan igual que en un edificio de viviendas. Se dejan interrumpir. En un hotel los ascensores se dejan interrumpir sin ningún tipo de orden ni concierto y tú vas, arriba y abajo, parando en plantas a veces vacías, porque los pedigüeños del ascensor ya encontraron otro, o se hartaron y corrieron escaleras abajo. Y tú ahí poniendo morritos sin saber si la puerta se abre ya, o nunca, o si llegarás algún día a tu destino.
Retomemos pues. Me estoy haciendo un vídeo en el espejo del ascensor para que todo el mundo sepa que sigo de viaje y que mis maletas crecen y están bien, mi maleta amarilla engordando, ese pequeño Minion con el que viajo que parece mi perro lazarillo. A veces cuando paro un taxi y me pongo a abrir el maletero me despisto y el Minion, mi Minion maleta, se va rodando y cruza la carretera solo. Me ha pasado. Me ha pasado varias veces, de hecho. Parando el tráfico con el Minion, genial.
Le doy al REC. Mi cara busca un buen ángulo y una voz femenina dice por el altavoz: «Subiendo». Yo respondo instintivamente: «Subiendo, subiendo, tu toque me provoca en un momento».
Es una canción. Es una canción que mi cerebro ha rescatado al vuelo, en una fracción de segundo ínfima del cajón más desordenado y oscuro de mi infancia. Es una canción de Emilio Aragón. De su segundo disco en solitario, creo. Se llama 'Subiendo' y os invito a que vayáis a vuestra plataforma favorita y la busquéis.
Es de cuando el gran Emilio, depositario último de la magnífica y grandilocuente tradición de payasos y músicos que su estirpe paseó por el globo, decidió que además de cosas 'de niños', necesitaba hacerse un cantante pop adulto, y colaboraba con Sergio Dalma y cosas así, historia de los primeros 90, esa fracción de década de la que poco se habla y que tanto nos marcó. Había escrito 'tanto daño nos hizo' pero no me ha parecido justo y lo he borrado.
Vale, hasta aquí esta anécdota carece de interés, lo entiendo, y os daría la razón sin duda si no fuera porque en verdad, hacía treinta años que yo no cantaba esa canción, repetía ese verso, ni imitaba esa melodía.
Treinta años en los que jamás, bajo ningún concepto, en ninguna radio, recopilatorio, memorándum, charla, comentario de texto, estudio de grabación o velatorio, treinta años hace, insisto, en los que jamás, jamás, nunca nadie dijo, ni dije yo, «subiendo, subiendo, tu toque me provoca en un momento».
Emilio nunca consiguió el respeto que seguramente merecía, y su carrera como solista se deshizo como una bolita de anís en la boca de aquel ratón chiquitín de su querida 'Susanita' (canción del insigne Pérez Botija, por otro lado), pero la música es un arma.
Un arma tan brutal de la memoria en nuestra infancia, que puede quedar dormida esperando treinta años para viajar a un futuro de redes sociales y fotos en ascensores para volver a aparecer.
Y aquí termino, porque tocando en Elda el otro día, un niño, un casi adolescente, después de un concierto, me pidió una foto y me dio un abrazo tan grande e increíble que me puse a llorar. Estoy algo sensible últimamente, muchos días de viaje. Pero me acordé de mí, aquel día que fui a ver a Emilio Aragón a la Glorieta de Orihuela, y que canté «Subiendo, subiendo...» y pensé que tal vez, si le hubiera dado en aquel momento un abrazo, se lo habría dado con la fuerza y el cariño que yo lo recibí hace una semana de un prepúber fan.
No sabemos cuánto ni a quién podemos estar llegando y marcando con las cosas que hacemos, escribimos y cantamos. Pero es bonito pensar que tal vez, dentro de treinta años, un niño escuchará en algún lado una voz que le dispare la memoria, y seré un poco su Emilio Aragón, por un día.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
El pueblo de Castilla y León que se congela a 7,1 grados bajo cero
El Norte de Castilla
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.