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En una sociedad donde el bombardeo sobre 'lo sexual' es constante, resulta paradójico que la educación sexual haya quedado asediada por lo que el sociólogo Stanley Cohen denominó pánico moral. Siguiendo la formulación de este autor, los pánicos morales suelen aparecer en periodos de tensión ... social y, en general, se relacionan con cuestiones que continúan siendo tabú para mucha gente y que contradicen sus valores o intereses.
Sin duda, la sexualidad es un tema que ha suscitado muchas ansiedades sociales a lo largo de la historia, pero ¿existen motivos razonables para seguir creyendo que una moral sexual propia del siglo XIX es positiva para nuestros jóvenes? ¿La revuelta actual contra la educación sexual constituye asimismo un rechazo a un clima sociopolítico cada vez más liberal, tal y como ya ocurrió en la década de 1960?
Detrás del repudio a la educación sexual, a menudo subyacen una serie de reacciones basadas en informaciones falsas o distorsionadas. Hay un fuerte impulso por parte de organizaciones ultraconservadoras de asociar la educación sexual con el inicio precoz de las relaciones eróticas, el adoctrinamiento ideológico, la enseñanza de 'juegos eróticos' en la infancia y la pedofilia, entre otros. Parece que, cuando la educación sexual constituye una amenaza directa a los valores tradicionales sobre género y sexualidad, cualquier abuso de la imaginación vale. No obstante, muchas de estas hipérboles también están diseñadas para asustar a las familias y promover una caza de brujas hacia los profesionales que imparten, con formación y rigor, educación sexual.
Otra cuestión difícil de asimilar y que tiene sus raíces en las creencias religiosas es la educación sexual basada en la abstinencia. Ciertamente, este tipo de intervenciones no brinda la información necesaria para que los jóvenes tomen decisiones responsables y satisfactorias sobre su cuerpo y relaciones. Además, la investigación demuestra que las iniciativas basadas en evitar las relaciones eróticas hasta el matrimonio no retrasan la edad de iniciación sexual, no previenen el embarazo no planificado y/o deseado y por si fuera poco, tampoco reducen el contagio de infecciones de transmisión sexual (ITS) (Brückner y Bearman, 2005; Stranger-Hall y Hall, 2011). Esto es, ¡no funcionan y ponen en riesgo la salud de las personas!
Según la literatura científica, las sociedades que presentan una actitud más abierta y positiva hacia la sexualidad presentan mejores resultados en salud sexual y tasas más bajas de embarazo no deseado (Singh y Darroch, 1999; Boonstra, 2011). Sin duda, datos que merece la pena considerar ante el retorno periódico de determinados pánicos morales. Dicho esto, no quiero perder la oportunidad que me da este espacio para exponer algunas cuestiones relevantes sobre educación sexual, las cuales pueden ser del interés de muchas familias y gobiernos, incluidos aquellos que se muestran a favor del llamado pin parental.
Empecemos por definir qué no es educación sexual. Para sorpresa de muchos, la educación sexual no es follología ni enseñar prácticas eróticas ni hablar de genitalidad ni animar a nadie a masturbarse (aunque la masturbación no presenta ningún inconveniente para la salud). La educación sexual parte de la condición sexuada del ser humano, la cual nos acompaña desde la etapa prenatal hasta la muerte. La educación sexual se centra en esta realidad y para ello, promueve actitudes de comprensividad y aceptación.
Llamemos también la atención sobre lo siguiente: la educación sexual no comienza en la adolescencia. Es en esa etapa donde se inicia la edad fértil, muchos jóvenes identifican su orientación sexual y aparecen a menudo los primeros noviazgos. Es importante hacer educación sexual aquí y abordar aspectos biológicos, psicológicos, relacionales y socioculturales asociados a la sexualidad, la expresión de la erótica y el cuidado de la salud sexual. Sin embargo, la educación sexual debe comenzar en la infancia. ¿Qué significa esto? Fácil: la educación sexual se adapta al proceso madurativo de las personas. De modo que, con cuatro años se puede trabajar el lenguaje correcto sobre los genitales, la intimidad, el apego y el reconocimiento de las emociones, con ocho años podemos dirigir la atención hacia los roles de género, la imagen corporal o la pubertad.
Por último, añadir que la educación sexual parte de la evidencia científica y por tanto, se aleja de proclamas ideológicas y activismos políticos. Así pues, el hecho de luchar contra la discriminación de las mujeres y el colectivo LGTBI, reivindicaciones muy loables y enmarcadas en la defensa de los derechos humanos, no debería confundirse con la educación sexual. Llegados a este punto, ¿no será más escandalosa la ignorancia que la educación sexual?
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