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Hacer educación sexual siempre ha sido una tarea incómoda. Es cierto que los tiempos han cambiado y difícilmente hoy podemos sostener que los jóvenes 'no saben nada' sobre sexo, relaciones o salud sexual. Las series, las películas, internet y las redes sociales ofrecen muchos contenidos ... sobre sexualidad, los cuales no pasan desapercibidos para los chicos y chicas. De modo que, a pocos les debería extrañar, que muchos de estos jóvenes no sepan decirle a una persona que están enamorados sin poner en riesgo su amor propio y, en cambio, sí conozcan la trayectoria de Mia Khalifa.
Pero, ¿hablamos todos de lo mismo cuando hablamos de educación sexual? Para despejar esta pregunta, compartiré cuál es mi labor como sexóloga en esa ardua y necesaria tarea que es la educación sexual: facilitar que las personas se conozcan, acepten su condición sexuada con naturalidad y responsabilidad y expresen su erótica de forma satisfactoria y sin dañar a nadie.
Pese a la accesibilidad de muchos contenidos relacionados con la sexualidad, esto no significa que la información que se comparte en esas plataformas sea apropiada para su edad, científica, educativa o exenta de estereotipos de género. Pongamos algunos ejemplos: ¿podemos llamar educación sexual a la información que proporciona una empresa sobre higiene menstrual? ¿Y a los cursillos prematrimoniales que asesoran a los novios antes de darse el 'sí quiero'? ¿Son educación sexual los vídeos sobre métodos anticonceptivos que pueda compartir un youtuber o una ex actriz porno en su canal?
No discutiré que pueda existir buena voluntad en estas acciones (y algún que otro interés ideológico y/o económico), pero es muy probable que estas personas no tengan la formación adecuada y suficiente para entender qué es la educación sexual, qué competencias y contenidos incluye y qué importancia tiene en el desarrollo biopsicosocial de las personas y en las diferentes etapas del ciclo vital.
Con respecto a lo anterior, deberíamos tener algunas cosas claras. En primer lugar, cabe subrayar que los chicos y chicas tienen derecho al conocimiento. Necesitan de un espacio seguro para conocer que la sexualidad es un hecho de la vida y que la educación sexual contribuye a su desarrollo físico, afectivo, intelectual y relacional. Aquí no hay lugar para la duda o, al menos, no debería haberlo.
Es importante entender que si los jóvenes no tienen la información adecuada, buscarán información en medios donde los contenidos están distorsionados o no son propios de su edad. En ese sentido, la novedad ha llegado con internet y las redes sociales, las cuales no aseguran una información honesta, científica y confiable. Además, la exposición o la búsqueda de determinados contenidos no capacita para que los jóvenes aprendan a tomar buenas decisiones sobre sus relaciones o salud, desarrollen una buena autoestima (sexual) o incorporen a su repertorio conductual conocimientos y habilidades para un mayor control de sus emociones.
Ese derecho al conocimiento también debe ser facilitado por las familias y no solo por los profesionales. Si bien, la educación sexual transmitida por las familias a menudo fluctúa entre el miedo al exceso, el silencio y la vergüenza. En general, las familias hacen lo que pueden, pero no siempre se sienten capacitadas para responder a todo o disponen de la información más adecuada.
En ocasiones, la tarea de la educación sexual se ha delegado en los centros educativos y en el profesorado. Sin embargo, pretender que los docentes sean expertos en todo es poco realista y no asegura una educación sexual de calidad. Es por ello que se suele encauzar la educación sexual como parte de la educación no formal, invitando al aula a expertos, asociaciones o colectivos. Pero, ¿es esa educación no formal suficiente? Si se trata de charlas anecdóticas y/o impartidas por personal no cualificado la respuesta es rotundamente no.
En segundo lugar, la educación sexual ofrece muchas posibilidades y registros. Como vimos, se puede hacer educación sexual en la familia y en las escuelas, pero también hay iniciativas puntuales por parte de instituciones o colectivos. El problema está en que la educación sexual no es un recurso espontáneo ni una competencia que, especialmente en las aulas, pueda ser desarrollada por todo aquel a quien 'le mole' el tema o tenga cierta formación en ello.
Dado que la educación sexual no puede esperar, conviene enfatizar la importancia de que las intervenciones dirigidas a jóvenes se basen en la ciencia y en la evidencia. Esto es, al margen de anécdotas, modas, pánicos, activismos sin pedagogía y fundamentalismos. Quien se coloca de perfil ante estas amenazas, descuida los derechos de la juventud.
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