El duelo. La otra cara de la muerte

Mesa para cinco ·

Ahogar en nuestro interior aquello que necesita ser expresado es una forma de no asumir la realidad; a veces lo hacemos por vergüenza o por miedo a no ser comprendidos

Domingo, 12 de junio 2022, 08:07

Difícilmente podemos renunciar a la vinculación y, como consecuencia, a la pérdida. La muerte nos acompaña desde los mitos y sin embargo, nadie nos prepara para habitar ese agujero y entender cómo la no existencia del otro se aferra a nuestro cuerpo. Los duelos son ... parte de las experiencias humanas. Estamos hechos de ausencias y de faltas. Aunque no toda ausencia provoca malestar, se comprende que la pérdida significativa de una persona (o incluso de un animal) provoca dolor.

Publicidad

Hablar de muerte continúa siendo un tabú y quizá, por ello, todavía siga siendo complicado reconocer que muchas personas no tenemos capacidad para gestionar un duelo. Es muy posible que, en comparación con una muerte esperada, el sufrimiento sea mayor cuando la pérdida sucede de forma súbita, dramática o violenta. En estos casos, el estrés ante lo repentino y el hecho de no poder despedirse, la impotencia por no haber podido proteger a la persona (por ejemplo, ante un asesinato o un accidente de tráfico) o los detalles sobre cómo fueron los últimos minutos de quien falleció, si sintió mucho dolor o ansiedad, pueden intensificar las emociones que rodean al duelo.

Asimismo, afrontar la ausencia de la persona amada puede ser un proceso más complejo dependiendo de nuestras características de personalidad o si transitamos una historia de depresión, ansiedad o adicción. El sufrimiento, además, puede intensificarse cuando vivimos varias pérdidas a la vez o en un corto periodo de tiempo. Esto último es algo que afecta a muchos adultos mayores y que repercute en su visión del futuro: ¿puede haber felicidad en el porvenir cuando todas las personas que amo están desapareciendo?

Cada duelo es personal e intransferible. Sin embargo, esta descripción no debe reducirse a una cuestión meramente individual. La sociedad apenas nos acompaña en la vivencia del duelo. La exigencia de inmediatez y el afán por exhibir una vida perfecta, o al menos, bajo control, no nos permite conectar con ese proceso psicológico. Es curiosa la forma en que las personas, en nuestra singularidad, nos relacionamos con la vida tras la muerte de un ser querido. En muchas ocasiones, la angustia ante lo desconocido nos lleva, casi de forma automática, a continuar con nuestro particular ritmo sin prestar atención a aquello que sentimos.

Publicidad

Deseamos volver a lo cotidiano y que 'nos vean bien', pese a todo. Deseamos ocupar nuestra mente con el trabajo, la gente, lo mundano. Nos convencemos de que la causa del dolor es un cliché. Llegarán nuevas relaciones, más aventuras, otras historias. Queremos ruido y cuanto más y más alto, parece que mejor nos sentimos... «Tienes que ser fuerte. Ya verás como lo superarás», dicen algunos. «Anímate, ya sabes que le gustaría verte bien», sostienen otros. Se trata de expresiones inocentes y bienintencionadas, que a menudo buscan amortiguar la angustia, el sentimiento de soledad o la tristeza. Sin embargo, no hay distancia ni distracción adecuada cuando te atraviesa una muerte.

Ahogar en nuestro interior aquello que necesita ser expresado es una forma de no asumir la realidad. A veces lo hacemos por vergüenza, por miedo a no ser comprendidos o porque tenemos, en general, dificultades para comunicar nuestras emociones. Independientemente de cuál sea el motivo, lo que no admite ninguna duda es que la negación de ese dolor acumula altos niveles de sufrimiento. Y sí, cuando esto ocurre es importante poner un límite, pues significa que ni nos estamos priorizando ni nos estamos cuidando. Asumidos en ese estado, ¿cómo vamos a conectar de nuevo con la vida?

Publicidad

Prohibirnos el duelo es condenarnos a un asunto no resuelto, a la preocupación constante, a sufrir en soledad. En esos momentos requerimos de presencia, de escucha y puede también que de acompañamiento profesional. Afrontar una pérdida no es una cuestión de progresión sino de aceptación y esto, a grandes rasgos, supone entender que mirar hacia adelante no es olvidar a la persona fallecida. Entre todos los aprendizajes que alberga nuestra condición humana hay uno que, a propósito de la muerte, siempre deberíamos tener presente: nada será igual sin esa persona y sin embargo, la vida continúa, con sus luces y sinsabores, buscando un nuevo significado.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Infórmate con LA VERDAD: 1 año x 29,95€

Publicidad