Dioses y monstruos
Mesa para cinco ·
Mesa para cinco ·
El cine y las series de televisión, como medios destacados de la cultura popular de ficción en nuestra sociedad moderna, han influido históricamente, y lo siguen haciendo, en la generación de opiniones y estereotipos. Y la ciencia y sus protagonistas no han escapado de esta ... tendencia. Si nos preguntaran por científicas o científicos que han aparecido en las pantallas, lo más probable es que pensáramos directamente en personajes como Víctor Frankenstein, el doctor Henry Jekyll, los científicos villanos nazis o en extravagantes profesores chiflados a los que no les falta nunca la bata blanca y el pelo alborotado. Y siendo más modernos, podríamos añadir a Walter White, el profesor de Química metido a rey del narcotráfico en 'Breaking Bad' (2008-2013), a un Alan Turing injustamente representado en 'Descifrando enigma' (2014), o más recientemente a los astrofísicos de 'No mires arriba' (2021), una producción satírica de Netflix también cargada de tópicos. Difícilmente, o solo haciendo un esfuerzo por intentarlo, nos vendría a la cabeza una imagen algo más positiva, como podría ser la de una luchadora y entregada Maria Sklodowska en la película 'Madame Curie' (1943), o la del profesor Jacob Barnhardt que, en 'Ultimátum a la Tierra' (1951), es un personaje clave en la salvación del mundo.
Publicidad
Podemos pensar que, parte de este estereotipo de la ciencia y los científicos en la cultura popular audiovisual, proviene del mal uso de la ciencia y la tecnología en la industria de la guerra. Pero también de una desconfianza hacia la autoridad, provocada por la imagen de la ciencia como el único modelo válido explicativo salvador. Podría ser, pero si miramos hacia atrás en la historia del cine y en sus adaptaciones literarias, los científicos suelen ser los responsables de que renazcan monstruos que permanecían dormidos. Desde monstruos que vuelven a la vida con la electricidad, pasando por los que surgen como mutaciones producidas por la energía nuclear, hasta llegar a la actual manipulación genética. Este horror, cuando lo vemos de frente en una pantalla de cine, nos remueve e impresiona. La ciencia es solo una dimensión más en este teatro del miedo. El guionista no se plantea si su personaje perjudicará a la imagen del científico, si tendrá que dar explicaciones a un colectivo ofendido o si afectará su trabajo en el fomento de vocaciones científicas. No importa, forma parte del espectáculo.
Decía H. P. Lovecraft, un clásico de la literatura de terror, que el miedo a lo desconocido era la emoción más antigua y más intensa de la humanidad. Una afirmación a la que la neurociencia ha dado explicación y localizado inicialmente en la amígdala del sistema límbico. Ahora sabemos que el proceso es algo más complejo y con varias áreas de la corteza cerebral implicadas. En todo caso, cuando vemos comprometida nuestra supervivencia de forma real o recibimos un estímulo de peligro, se activa una cascada de respuestas inmediatas. Pero también ocurre cuando proyectamos en el futuro la posibilidad de que nos pase algo malo. Y esto lo sabía Lovecraft, lo saben los cineastas y lo saben los que comercian con el negocio del miedo.
Y ahí es donde aparecen otros monstruos, que tampoco son modernos. Y si no, que se lo digan a Prometeo, Dédalo o Ícaro, castigados todos ellos por desafiar a los dioses. Pero como se suele decir, la realidad supera a la ficción.
Publicidad
A veces pienso que vivimos dentro de una película de terror de serie B, con vacunas con chips para controlar nuestra mente, fumigaciones desde el aire para acabar con la población, personajes poderosos que dominan el mundo y beben sangre de niños... Y luego está el género cutre de serie Z, donde el último giro de guion ha sido la aparición de unos 'listos' que añaden zumo de naranja a los test de antígenos para pedir a continuación una explicación a la ciencia. Y lo que es peor, que se la damos. Y todo, al mismo tiempo que el telescopio James Webb se despliega en toda su complejidad a miles de kilómetros de la Tierra.
El recientemente desaparecido entomólogo y pensador estadounidense E. O. Wilson afirmaba que el verdadero problema de la humanidad es el de que tenemos emociones del Paleolítico, instituciones medievales y una tecnología propia de dioses. Una reflexión que me ha recordado a Septimus Pretorius, el enloquecido doctor ególatra y amoral de la película 'La novia de Frankenstein' (1935), que en un momento del filme ofrece a su colega Víctor Frankenstein un inquietante brindis alzando su copa: «¡Por un nuevo mundo de dioses y monstruos!». Salud. Y suerte.
Infórmate con LA VERDAD: 1 año x 29,95€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.