Lunes 23 de marzo

Como cada mañana, despiertas con sensación de incredulidad. No llega la certidumbre hasta que no abres internet y miras los periódicos. Sí, todo sigue ahí. Te preguntas hasta cuándo durará.

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Comienza a faltar la comida. Estáis los dos supuestamente contagiados y no podéis salir. El servicio a domicilio de los supermercados está saturado.

Los síntomas han remitido, pero tienes un frío extraño hoy.

La noticia de la muerte de ancianos en las residencias te desarma. Te quedas sin palabras y ni siquiera puedes reflexionar aquí. Te deja fuera de juego. La indefensión. El final de la vida así. Imaginas que todos son tus padres. No puedes seguir leyendo.

Hoy es extraño. Tal vez porque llueve. Porque el cielo está más gris de la cuenta. Porque todo te duele. Porque no te sale nada.

Es día de impotencia. De sol negro. Ni siquiera te apetece hablar por teléfono. Sólo acostarte. Echarte en la cama y dormir.

De nuevo, pesadillas. Raquel tiene que despertarte. No ves el fin.

Martes 24 de marzo

Amanece lloviendo. Sin sol todo es más triste. Al menos parece que has recuperado el gusto y el olfato. Si es el virus, ha sido leve.

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Intentas escribir. Retomas el ensayo sobre la siesta. Pero estás bloqueado. Tampoco crees que tenga mucho sentido escribirlo ahora.

Al final del día encuentras un servicio de entrega a domicilio. Ya estabais en el límite. Eso lo cambia todo. Y transforma tu humor. Te alegras por algo que creías que tenías garantizado. Eso te hace pensar. Cómo se modifican las prioridades. Las pequeñas alegrías ante problemas que no imaginabas que podías tener. Encontrar alguien que os lleve la comida te resulta hoy más importante que cualquier libro que pudieras leer o escribir.

Veis varios capítulos de 'Future Man'. Al menos reís con los homenajes a las películas de ciencia ficción.

Antes de dormir, desde la cama, descubres otro supermercado que sigue teniendo servicio a domicilio. Haces una compra. Sueñas con entregas y compras de fruta.

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Miércoles 25 de marzo

Parece que el tiempo ha dado un respiro. Después de desayunar, pasas unos minutos en el balcón, mirando hacia el sol. La ciudad está desierta, pero al fondo intuyes algunos operarios trabajando. También ves pájaros en los árboles del colegio de enfrente. Los escuchas cantar. La vida continúa sin vosotros.

Sales a leer al balcón. 'A su imagen', de Jérôme Ferrari. No te está apasionando. Tal vez seas tú, que no encuentras el modo de concentrarte y siempre tienes la cabeza en otro lugar.

Envías e-mails y escaneas documentos para los alumnos. No quieres sobresaturarlos de trabajo. Esto está siendo difícil para todos.

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España supera a China en número de muertes. Ves las cifras y no te lo crees. Más de tres mil quinientas –no quieres pensar en las que habrá cuando esta entrega del diario salga publicada–. Es inimaginable. Son cifras. Pero también son historias. No puedes procesarlo todo. No es posible. Se nubla la imaginación.

No apuntas los días. Ni los que pasan ni los que faltan. De repente, solo vives en el presente. No piensas tampoco en los proyectos. Ni en las cosas por venir. Es como si el tiempo se detuviese y se hiciera espeso. Como si pensar en el futuro ahora mismo no estuviese permitido. Quizá porque en el futuro está también el miedo a lo peor.

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Adviertes que ahora tu diario, como cualquier escritura, solo se fija en lo inmediato. Eres incapaz de ladear la mirada. No hay manera de hacerlo. Tal vez por eso no puedes concentrarte en leer o en escribir cualquier otra cosa.

Estas notas son, de hecho, lo único que consigues escribir. El único espacio en el que fluye la escritura. Probablemente porque miran al presente, porque surgen de ahí. Pensamientos que se te escapan entre los dedos porque ya no caben en tu interior. Escritura de urgencia. Sin forma. Espejo atónito de la realidad.

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Veis 'El hoyo'. Tal vez no sea la película para disfrutar en estos días. Demasiado cercana a la realidad del encierro. No te agrada nada el final.

Jueves 26 de marzo

Miras las noticias siempre con un ojo en España y otro en Murcia. Las comparecencias de Pedro Sánchez, pero también las del presidente de Murcia. Vives en un país, pero también en una región, y en una ciudad. Y porque no sabes nada de lo más cercano, tu calle, tu edificio, tu planta. En situaciones de urgencia, la escala de acontecimientos se mueve constantemente entre lo lejano y lo absolutamente cercano.

Llega el pedido que hicisteis. No os cabe en el congelador. Respiras. No imaginabas lo mucho que te iba a alegrar recibir comida.

Comienzas a leer 'Libro de familia', la novela de Galder Reguera. Por primera vez en este confinamiento, un libro te absorbe.

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Viernes 27 de marzo

Videoconferencia por la mañana. Te sirve un poco para desconectar totalmente. El París de las vanguardias. Durante las dos horas, parece que estás allí.

Te cortas las uñas. Es la segunda vez que lo haces desde que estáis confinados. Por extraño que parezca, ese acto trae la rutina a lo extraordinario. Te habla del tiempo que ha pasado mejor que el calendario. Tiempo corporal. El que tardan las uñas en crecer.

Los aplausos de los balcones cada vez te pillan más de súbito. ¿Las ocho ya? Luego se oyen las caceroladas. Es curioso. Una cosa y otra marcan las horas, como el canto del gallo. Supones que, al terminar este encierro, esa rutina quedará en la mente durante algún tiempo.

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Veis varios episodios más de 'Future Man'. Está en el límite del surrealismo, pero sirve para salir de este presente extraño.

Sábado 28 de marzo

Mañana de limpieza. Es el único ejercicio que haces en toda la semana.

Llega el pedido último del supermercado, con huevos y fruta. Temías que no se hubiese confirmado cuando lo hicisteis. Ya tenéis comida para las próximas dos semanas.

Terminas el libro de Galder Reguera. Lo conociste hace más de quince años en Murcia, cuando ganó el premio de crítica de arte de la AMUCA. Has seguido manteniendo contacto durante todo este tiempo y lo consideras un buen amigo. También por eso el libro te toca tanto. Porque la historia triste que cuenta te emociona especialmente. El recuerdo del padre perdido, la historia amarga de la madre, la búsqueda de los orígenes en el pasado, pero también la conciencia de la felicidad, de los que quedan, de la familia y del futuro. Subrayas frases constantemente. «Él es para mí el pasado que no tuve, y yo para él el futuro que se le negó». «Una definición parcial de la felicidad. Poder mirar atrás y pensar que recorrerías de nuevo el camino, a pesar de todo».

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Sabes lo difícil que es escribir un libro así, tan valiente, una historia sin ficción de la que es imposible separarte. Y Galder logra que el libro sea, por encima de cualquier cosa, una gran novela. Por lo que cuenta, pero también por el modo en que lo cuenta, por la escritura, por la estructura, por la manera de apresar al lector y mantenerlo ahí en todo en momento. Eso es tal vez lo que ha hecho que te sumerjas en sus páginas y que durante unas horas hayas podido escapar de esta realidad extraña y terrible que te desborda.

Domingo 29 de marzo

Hoy han cambiado la hora. Solo se nota a las ocho de la tarde, cuando los aplausos en los balcones se producen a plena luz. Ahora se observan los detalles, los cuerpos, los rostros. Es menos épico, pero quizá más feliz.

Antes de acostarte ves un vídeo con las calles y las plazas vacías. Las ciudades desiertas que solo es posible observar a través de las cámaras, como si los humanos hubiéramos desaparecido. Como si ya no existiéramos.

Es extraño estar juntos sin poder estar cerca. Sin tacto, sin tocarnos.

Piensas en el mundo que saldrá de aquí. No será exactamente igual al que dejamos. Seguro que pronto nos acostumbraremos. Pero algo habrá cambiado. Tal vez para siempre. Eso es lo que realmente te angustia. Por supuesto, la muerte y la enfermedad. También la crisis. Pero secretamente esto: que el mundo no vuelva a ser igual. Que algo de lo que somos se haya perdido para siempre. Eso es lo que más temes. Salir a un mundo diferente. Un mundo que no reconozcas. Un mundo cambiado. Un mundo que se te haga más difícil habitar.

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