Desde bien temprano, corriges prácticas y exámenes. Esta es una semana de cerrar cosas, te dices, también este diario. Y eso te hace experimentarlo todo ... de modo diferente. Incluso la cotidianidad más extrema, atravesada estos días por una conciencia del final.
Publicidad
Es lo que sientes en el preparador personal: el último lunes, las últimas agujetas del diario. También después, en la universidad, cuadrando por fin la ordenación docente del departamento. Un pequeño triunfo. La burocracia doblegada.
Rocío invita por su cumpleaños. Están los demás, contentos por haber terminado ya los exámenes difíciles. De nuevo, la celebración del fin.
Por la tarde, clase en el taller. No acabas de conectar del todo hoy. Tienes la cabeza en otro lugar. Mañana sales para Madrid y, antes, esta noche, debes escribir un texto para una exposición. Es lo que haces justo después de cenar; sentarte frente al ordenador y no levantarte de ahí hasta conseguir terminarlo. Aunque te sale más rápido de lo que esperabas, es el último que vas a escribir en mucho tiempo. Ha llegado el momento de decir no a todo y ser inflexible en eso.
Sales en el coche con los amigos del Eje hacia Madrid. Alberto, Rafa y Tonino actúan esta noche en Madrid Fusión. Jota y Luis hacen de 'backliners'. Leo y tú, de espectadores.
Viajáis en dos coches. Es lo más parecido a un viaje de estudios, aunque os pille ya creciditos. También entiendes el viaje como una especie de despedida antes de la gran reclusión que te espera a la vuelta de la esquina.
Publicidad
En Madrid, os encontráis con Yayo, que os ha invitado al evento. Murcia es hoy la protagonista en Madrid. Os sentáis con Carlos y Lorena. Conocéis a algunos ganadores de Masterchef, a la camarera de First Dates. Hay allí gente famosa y elegante. Periodistas, empresarios, también políticos. Teodoro pasa cerca de vuestra mesa, te mira y te dice que te lee. Aquí lo llevas. A ver si es verdad.
Al final de la cena, llega la música. Te sientas en primera fila como un groupie de tus amigos. Cuando terminan, Carlos, Leo y tú os animáis y comenzáis a cantar La Parranda a voz en grito. Algunos os miran estupefactos. Otros se unen y se produce un momento de comunión extraña. Supuestamente sois gente seria, pero a veces no podéis evitar dar la nota.
Publicidad
Os quedáis en el hotel Riu. Otra vez. Suena ya a déjà vu. De perdidos al Riu, dices en algún momento. «Miguel Ángel está entre el Nobel y una paguica», contesta Alberto. Y todos ríen. Habéis conseguido una sintonía fuera de lo normal. Es, sin duda, una de las cosas más hermosas que han sucedido en estos dos años. Esta amistad sincera, este cariño desbordado. Te alegra que el diario haya sido también testigo del nacimiento de ese afecto teñido de admiración.
La vuelta a casa es agradable a pesar del cansancio. Tonino lleva el coche hasta Albacete, donde coméis con hambre voraz. Después, tú conduces hasta Murcia.
Caes a una siesta enorme. Estás mejor que creías.
Publicidad
Respondes correos y declinas varias proposiciones: conferencias, textos, prólogos. Imposible, contestas, voy a retirarme unos meses del mundo.
Te acuestas temprano.
Intentas ponerte al día y continúas respondiendo mensajes. Has estado un día y medio fuera y la bandeja de entrada se ha desbordado. Contestas mails, whatsapps, mensajes de Facebook, privados de Twitter y de Instagram. Es imposible no dejarte nada.
Recibes la prueba definitiva del piloto del podcast. Tenías dudas, pero te fascina cómo ha quedado. Con la música y la producción es otra cosa. Se lo envías a Leo. Suena bien, le dices, pero es que ¡es El Terrat! No os lo acabáis de creer.
Publicidad
Por la tarde, clase en el Club Renacimiento. Corregís los ejercicios en la terraza. Hay hoy un ambiente especial y se transmite. Después, cerveza con María, Isabel, Aurelio y Miguel Ángel. Son también un descubrimiento.
Por la noche, terminas el penúltimo diario y lo envías. Sientes aún más cerca la presencia del final.
Examen por la mañana. Gestiones y reuniones para la organización del curso próximo. Después, tomas un vermú con Isabel para celebrar que habéis logrado cerrarlo todo con éxito. La burocracia no va a poder con vosotros. Estáis decididos a plantarle cara.
Noticia Patrocinada
En el Orly almorzáis y se unen Belén y María. Al terminar, propones una copa en El Parlamento. Ha sido también uno de los escenarios de tus diarios. Allí has vivido días maravillosos. Regresar a ese espacio alejado del paso del tiempo y volver a escuchar a Pedro llamarte «profesor» también te sirve como recapitulación.
Viene Rocío y, cuando termináis, os acercáis a la Glorieta. Junto al Ayuntamiento, un grupo de personas espera la salida de unos recién casados. Os aproximáis y les preguntáis si podéis tirar arroz a los novios. Os miran extrañados, pero os llenan las manos.
Publicidad
Aparece por fin la pareja. Tiráis arroz y aplaudís. Faltaba una boda en el diario. Fernando y Paula. Les deseas felicidad.
Te despiertas temprano y sales para Mazarrón. Asistes al I Encuentro de las Letras Murcianas, que organiza Lola Gracia. Allí te encuentras con otros escritores (Charo, Jerónimo, Manolo, Inma, Marisa y Lola). Manolo te pregunta si has terminado ya el diario. Este será el último, le dices. El último sábado.
De regreso a casa, notas una euforia extraña. Cantas en el coche. Es la satisfacción por el trabajo bien hecho. Y también porque esto acaba y pronto podrás encerrarte a escribir.
Hoy han puesto la segunda dosis de la vacuna a Raquel –por eso no ha podido acompañarte–. A ti te quedan unos días. Aquí también hay algo que empieza a finalizar. Una pesadilla de la que, poco a poco, comenzáis a salir.
Publicidad
Por la noche, veis 'Mare of Easttown'. Kate Winslet está increíble. Te gusta todavía más que antes.
Tienes pesadillas sin venir a cuento. Los extraterrestres también vuelven esta semana.
Una calma inusitada se apodera del día. Todo se mueve a cámara lenta.
Terminas de corregir exámenes y pones las notas. También subes al aula digital los informes de TFG. Quieres dejarlo todo acabado. Todas las gestiones, todo lo que se interpone entre tú y ese tiempo de escritura que se avecina.
Publicidad
Vuelves a situar el manuscrito de la novela junto al ordenador. Lo hojeas. Sabes ya lo que tienes que hacer, los fragmentos que eliminar, las partes que introducir, los personajes que deben crecer, los diálogos y espacios que necesitas perfilar. Es trabajo. Mucho. Pero ya solo necesitas una cosa: tiempo. Tiempo por venir. Y tranquilidad. Y concentración. Y silencio. El de los demás y también el tuyo.
Así que sabes que ha llegado el momento de cerrar.
Han sido cien semanas, algo más de dos años, domingo tras domingo. Un periodo de tu vida en el que muchas cosas han cambiado. Has comenzado una etapa feliz en la ciudad y has abandonado definitivamente la huerta, has conocido a gente sorprendente, amigos especiales que te dan la vida, has escrito dos ensayos y te han hecho director de departamento, has ido a la tele y has comenzado un podcast, has dormido la siesta, has amado y has disfrutado. Pero también has llorado y has sufrido. Has perdido seres queridos, algunas cosas que creías irrompibles se han roto para siempre y, en medio de todo, ha llegado una pandemia que ha resquebrajado el mundo tal y como lo conocías.
Ha sido un tiempo incierto, el más extraño de todos los que te ha tocado vivir. Y, sin embargo, nunca has dejado de escribir. De algún modo, el diario también te ha salvado. Convirtiendo en palabra la incertidumbre, dando sentido a la experiencia, transformando la vida en literatura. En realidad, el diario ha sido tu verdadera novela. El testimonio de estos días que guardarás para siempre en la memoria.
Ahora, cien semanas después, cierras por fin el cuaderno en el que lo esbozas. Seleccionas también la última imagen. Una fotografía de Mabel Martínez. Los restos de una acción. Recuerdas aquella exposición en el Centro Puertas de Castilla, cuando Mabel estaba llena de vida. 'Nada es permanente', se titulaba. Todo acaba, todo pasa. Pero también quedan huellas, restos, vestigios. Eso ha sido, más que otra cosa, este diario, la memoria del tiempo que fluye, la huella del cuerpo y las emociones, lo que permanece de nosotros en un sitio –en un tiempo– cuando nos hemos marchado a otro lugar. Lo que queda en el espejo cuando dejas de mirarte.
Publicidad
Dedicas la noche del domingo a escribir estos párrafos. No olvidas dar las gracias a quienes te han leído y acompañado semana tras semana. Nos encontraremos en las calles, escribes. Porque la vida continúa. A pesar de todo. Más allá de la escritura. Fuera de campo. En un tiempo por venir.
Primer mes por 1€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.