Cuando despiertas, el estado de alarma sigue ahí. Todo es cada vez más extraño, más denso, más incierto. En el I.E.S. La Basílica, charlas con los alumnos sobre 'El dolor de los demás'. Es la primera vez que te enfrentas a un auditorio tan grande desde el confinamiento. Hace también bastante tiempo que no hablas de la novela y tienes que ponerte en situación. El alumnado está atento y en silencio, y eso lo hace todo más fácil. Por la tarde, en casa, continúas el texto del catálogo de 'Interrupciones'. Supuestamente, conoces el tema y debería de ser fácil. Pero se te está atragantando. Veis dos capítulos de 'Veneno'. Es excepcional. En todos los sentidos. En forma, pertinencia y contenido.
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Nada más abrir los ojos, tienes una notificación en el móvil: «Mira lo que escribe Vila-Matas en 'El País', Mahn». Pocas maneras mejores de comenzar la mañana. El escritor que admiras escribe sobre tu pequeño libro. 'Padre nuestro que estás en las siestas'. Tienes que pellizcarte para tratar de despertar del sueño. Ni siquiera el pinchazo de la vacuna de la gripe logra sacarte del estado de euforia y alegría. Es posible que incluso se note en las dos horas de clase que, esta vez sí, se te hacen cortas. Los ojos te brillan. A finales de la tarde, club de lectura 'online' en Valencia Negra. Santi ha propuesto 'El dolor de los demás' y hoy contestas a las preguntas de los lectores. No puedes escapar a la historia de esa novela. Regresa una y otra vez. Al menos hoy la hora y media se pasa volando. Después de cenar, te encierras con el texto de 'Interrupciones' y lo acabas de madrugada. Lo envías a tus compañeras de 1er Escalón y devuelves los libros a las estanterías antes de acostarte.
Hoy sale a la venta 'El don de la siesta'. Antes de entrar a clase, pasas un momento por la librería para comprobar que ha llegado. Le haces una foto al escaparate. Es también un momento especial para todo escritor, ver el libro ahí, solo, llamando la atención sobre sí mismo, tratando de hacerse visible, disputándose la lectura con los demás. Después de clase, preparas la presentación de 'Malaherba', la novela de Manuel Jabois que se adentra en este intervalo difícil entre la infancia y la adolescencia en el que uno comienza a descubrir su cuerpo. El deseo aún sin culpa y sin palabras. Un libro también sobre la incomprensión y la violencia que te hace volver a los años ochenta y que retrata así mismo una sociedad castigada por la droga y la crisis.
A mediodía se anuncia el cierre perimetral de la Región y de todos y cada uno de sus municipios. Vas a poder ir a Cartagena esta tarde casi de milagro. Allí, te tomas una cerveza con Jabois y Ana y, casi sin tiempo, comienzas la charla con él en el Nuevo Teatro Circo. Estás a gusto y te sabe a poco. Como también a poco te sabe tener que volverte corriendo sin cenar ni tomar algo después de la presentación. Regresas a casa intentando llegar antes del toque de queda, como si estuvieras huyendo de esa Nada que devoraba poco a poco el Reino de Fantasía en 'La historia interminable'. Escapas de algo siniestro e invisible. Casi lo percibes. El virus, avanzando detrás de ti. Sientes alivio al meter el coche en el garaje y subir en el ascensor.
Se te va la mañana sin saber muy bien cómo. Una carta de recomendación, fichas de terceros para las conferencias, burocracia sin fin, cada vez más sinsentido. Por la tarde, jurado del Premio Jara Carrillo en Alcantarilla. Hay bastante acuerdo y no se alarga demasiado. No podéis quedaros a cenar. Vuelves a casa de nuevo con la sensación de que algo te persigue.
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Escribes por la mañana el diario. Después cargas por toda Murcia una caja de obras de arte para la exposición que montas la semana que viene con Ana e Isabel. Parecía que no pesaba y que era fácil de transportar, pero a medio camino ya notas cómo se te clava en los brazos y comienzas a quedarte sin fuerzas. Carmen y Marta os ayudan hoy.
Tomáis una cerveza y luego coméis en un hindú. Se te ha olvidado tomarte el omeprazol.
Organizáis la disposición de las piezas en el Almudí. Aunque estás cansado y te duele el brazo, estás chispeante hoy. Sientes una especial rapidez en cómo llegan las palabras.
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Solo por la tarde, por fin, un momento de descanso y soledad. Aunque te duela todo el cuerpo. Luego, te encuentras con Alberto, Ana, Yayo, Alicia y Leo y tomas una cerveza con ellos en la terraza del Bosque Animado. Después, un pastel de carne rápido en la azotea. Quietud y placidez mientras contempláis el cielo de Murcia. Entonces se escuchan las campanadas de la catedral y alguien dice: son las diez y cuarto, hay que irse ya. Jamás habrías imaginado esta situación. La campana de la catedral y el toque de queda. Parece un viaje al pasado.
De camino a casa observas a la gente regresando a casa, muchos lo hacen a paso ligero, casi corriendo. También parece que huyen o se resguardan de algo. Ralentizas el paso y los ves a todos caminar aún más rápido. Motos a toda pastilla por la calle Correos, gente huyendo como si fuesen a salir los vampiros a la calle.
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Sin lugar a duda, se está transformando la percepción de la realidad. No sabes si 'saldremos más fuertes', lo que está claro es que saldremos siendo otros, a un mundo diferente.
Te sentó mal la comida del hindú y has pasado mala noche. Al despertarte, todo te duele. Tienes los músculos inflamados y los brazos amoratados. Como si te hubieran dado una paliza. El peso del arte. Apenas puedes hacer nada. Lees los periódicos y contestas emails. Te cuesta trabajo incluso escribir.
Duermes una siesta larga. Te levantas ya casi de noche.
Es Halloween y te apetece ver una película de terror. A Raquel no le gusta ese tipo de cine, pero a ti te apasiona. Hay algo de placer masoquista en el miedo que pasas frente a la pantalla. Pones 'Malasaña 32' mientras ella lee. Te asustas varias veces y te sientes satisfecho.
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Después, pedís una pizza y acabáis de ver 'Veneno'. Lo certificas: es una serie fabulosa. De las mejores de este año.´
Otro año que no subes al cementerio. Ya van dos seguidos.
Sales con Raquel a pasear y a tomar algo en la ciudad. Las calles están entre llenas y vacías. Igual que los bares. Más aplacados de la cuenta. Una calma tensa, como la que precede a la tormenta. Lo percibes.
Por la tarde, terminas de escribir la conferencia que tienes en Málaga el sábado próximo. De nuevo, creías que estaba todo preparado, pero no es así. Aprovechas lo que tienes, recortas y pegas y apenas introduces nada nuevo. Un pequeño giro en la argumentación, unos nuevos ejemplos... y poco más.
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Recuerdas lo que te contaron que hacía Ángel González –el profesor, no el poeta–. Preparaba una conferencia al año y esa era la que daba, fuera donde fuera. Lo escuchaste en Murcia. Una conferencia magistral, aunque no tenía demasiado que ver con lo que le habíais pedido en un primer momento. Pero era la conferencia de ese año; no iba a ponerse a preparar algo diferente. Hoy, en la era de las redes sociales, es más difícil repetir conferencia. Todo está ya a disposición de todos. Pero tampoco tiene sentido preparar una conferencia de la nada. Es demasiado esfuerzo para un momento que rápidamente se desvanece.
Terminas a media noche y te queman los ojos. Antes de acostarte, lees 'El silencio', la última novela de Don DeLillo. Habla de un mundo en el que se apagan las pantallas y todo se transforma. La gran desconexión. A veces lo imaginas. Eso sí que lo cambiaría todo.
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