Preparador por la mañana. Cuando vuelves a casa, pasas una hora sin saber muy qué hacer. Es el cansancio. Después, contestas algunos correos y sigues ... leyendo sobre la sombra. Lo tienes todo esbozado, pero necesitarías varias semanas para desarrollar lo que has planteado. Ya es demasiado tarde. Piensas entonces en rescatar un texto que tienes escrito y que puede funcionar para el simposio.
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Te fastidia haber perdido ese tiempo. Si hubieras pensado desde el principio en ese texto, llevarías ya más de una semana de regreso en tu novela. Pero solo se te ha venido a la mente ahora.
Miras tu mesa de trabajo: varios libros sobre la teoría de la sombra. Algunos los has comprado para esto. Podrías continuar y escribir algo que mereciera la pena. El tema es sugestivo. Pero decides dejarlo perder. Ya volverás, si algún día es posible, a eso que has esbozado.
Pasas la mañana preparando la presentación para la charla. Incluso con el texto ya más o menos terminado, se te va media día. Si hubieras tenido que buscar todo desde la nada, no habrías llegado a tiempo. De ninguna manera.
Reunión de contingencia sobre los exámenes. Después, tutoría de TFG. Fisio a la hora de la siesta. Llegas a tiempo para el encuentro con lectores del instituto londinense de María Luisa. Te preguntan si va a haber segunda parte de 'El dolor de los demás'. Les contestas que la has boicoteado tú mismo. En los diarios y en otros libros. Todo lo que ha sucedido con la historia te interesa como persona implicada, pero ya no como escritor. De nuevo, te fascina cómo el libro genera lecturas apasionadas.
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Después, te quedas hablando un rato con Diego y María Luisa. Les ha pillado la pandemia en su estancia en Londres. Las redes y las charlas online te hacen pensar que están cerca, pero en el fondo están lejos. Ha cambiado tu percepción sobre la cercanía con los amigos. Desde que no os veis físicamente, las distancias se han modificado.
Te cuentan que en Londres ya se puede abrazar. Por decreto.
Por la mañana terminas de montar la conferencia.
Comes con Isabel, Carlos, David y Julia. El calor ya comienza a ser insufrible en la terraza de Los Navarros. El vino fresco y la cerveza la hace algo más soportable. También los asiáticos con hielo del Bosque Animado.
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Llegan Belén, María y Rafa y traen un cargador del móvil, por si acaso. También llega Juana. Y, después, Beatriz, que dice estar enamorada.
A falta de libros, firmas un brazo y un post-it. Menos mal que no te han traído una hipoteca. También la firmarías.
No tienes fin. Hoy tampoco. Como si te hubieran clavado a la silla, no quieres irte hasta acabar las cervezas que habéis comprado a precio de oro.
Acompañas a María y regresas a casa. Es la primera noche que caminas por la calle a esas horas tras la eliminación del toque de queda. Murcia es un desierto.
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Te duele la cabeza y tienes sueño, pero abres el Zoom y, de repente, todo se convierte en lucidez. Tienes cara de cansado, pero sientes cómo fluyen las palabras y las ideas. Conectas con una rapidez que te sorprende. Luego te lo dice Isabel: has estado más lúcido de lo habitual.
Confiando en eso, por la tarde, te enfrentas con optimismo a tu conferencia sobre las sombras. Sin embargo, desde el primer segundo, te das cuenta de que la lucidez ya no está del todo contigo. Menos mal que la llevas escrita y decides leer para ser más preciso y evitar divagaciones. Eso te salva. Y poco a poco vas metiéndote en el papel y reconociendo como tuyo el texto que tienes delante. Al final, la intervención gusta y tú por fin descansas.
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A las diez y media estás ya en la cama.
Te levantas cuando aún está de noche y, sin desayunar, escribes el diario. Tienes una reunión temprano y quieres dejarlo enviado. Acabas justo a tiempo para llegar al café con Alejandro. Te regala los libros que ha publicado. Todo son buenas noticias.
Después, en la universidad, videoconferencia con Isabel y Rodrigo. La tesis avanza. Acabáis y visitáis la exposición de Diana Larrea en la Sala de Verónicas. Su trabajo te interesa desde hace tiempo, sobre todo su reflexión sobre las mujeres artistas y la invisibilidad, su investigación a medio camino entre la historia del arte y la práctica. Es uno de los mejores ejemplos de cómo hacer «arte de historia», en el sentido benjaminiano: rescate del pasado olvidado, relación con el espacio, reflexión sobre lo espectral y lo invisible... Y te gusta también el modo en el que trabaja con el humor. El gran retablo que recoge sus trabajos de Instagram. También su instalación sobre Inés Salzillo.
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La artista está allí y os enseña la exposición. Se unen a la visita también María, las dos Belenes, Rafa, Flavia y Marta. Tú tienes comida en el Salzillo, pero antes tomas con un vermú en el Luis de Rosario. Llevabas sin más de medio año. Te das cuenta de lo rápido que ha pasado todo.
Un señor mayor, al salir, os cuenta el 'chiste del covid'. Aunque no tenga gracia, os reís. El vermú hace milagros. Y también desata una ristra de chistes que después regresarán.
Llegas al Salzillo contento. Se te nota en los ojicos, dice Leo. Es que ya he terminado la conferencia y me puedo poner a lo mío, dices. Estoy celebrando. Y te lo crees tanto que celebras de verdad. Con Alberto, Rafa, Fernando, Antonio y Paco. En el restaurante, en el Bosque y en el Bassoa, donde os tratan como reyes y se pasan cinco horas en un abrir y cerrar de ojos. A las doce menos cuarto, cuando encienden las luces, parece plena madrugada.
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Tienes la sensación de que el tiempo se ha diluido. Es todo una nebulosa. También lo posterior, los chistes malos, la falsa paternidad, las pompas de jabón, el repartidor confundido, el móvil extraviado, el instante de pasado, el camino de regreso. Todo pasa en un segundo. Sabes, sin embargo, que regresará como nostalgia.
Despiertas mejor de lo que pensabas y lees los periódicos y suplementos. Se conmemoran 10 años del 15M. Recuerdas aquellos días pegado a Twitter. Y también los días en la plaza de la Glorieta. No llegaste a acampar, pero aquello te emocionó. Al menos hasta cierto momento, en que comenzaste a alejarte. Pero había allí una energía y una fuerza afectiva. Una voluntad de transformación. ¿Ha quedado algo de aquello? Te gustaría pensar que sí.
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Andreu te envía un mensaje y dice que le ha gustado el piloto del podcast. Con eso ya es suficiente. No sabes lo que saldrá de ahí. Pero es un privilegio y te alegra el día.
Por la tarde, ves 'El olvido que seremos', la película que Fernando Trueba ha dirigido a partir del libro de Héctor Abad Faciolince. Conoces bien la historia y comienzas a llorar desde el primer minuto. Tienes que cambiarte la mascarilla a media película, porque está empapada. La película, como la novela, por encima de cualquier cosa, es una carta de amor al padre, y también un homenaje a un hombre bueno.
Al llegar a casa, abres los diarios que el autor escribió entre 1985 y 2006 y buscas el día en que habla sobre el asesinato de su padre. Vuelves de nuevo a emocionarte. Te sigue sorprendiendo el modo en que algo tan íntimo y personal puede llegar a convertirse en una historia universal.
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Te pones al día contestando mails. Escribes a Paco para pedirle algunas imágenes de Mabel para ilustrar lo que queda del diario, estos cuatro últimos artículos. No encuentras mejor modo de terminar que con su obra, aunque ella eso ya no lo pueda ver.
Por la tarde la Julia celebra su cumpleaños. Sus sobrinos han comprado una tarta y la mujer que la cuida ha preparado repostería marroquí. Os juntáis en el patio. La Julia sopla las velas. Dice que nunca ha celebrado un cumpleaños en su vida. Pero hoy sopla y le aplaudís y le cantáis. Y sientes que está feliz, al menos por un momento. A sus 92 años.
Al llegar a casa, abres el documento de la novela. Hoy vuelves. Por fin. Borras la cita de Susan Sontag que tienes escrita en la pared negra del despacho y escribes ahí la cita que abre tu novela: «A veces me he preguntado si la eternidad, después de todo, no será más que la infinita prolongación del momento de la muerte». Graham Greene.
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