Lunes 7 de octubre

Llegan los albañiles para reformar el baño. Atestan los pasillos de cartones y maquinaria y a las ocho y media comienzan a tirar azulejos al suelo. El estruendo es tal que decides ir al Mercadona y comprar una caja de bombones para regalar a los vecinos de abajo y al lado. Es una tontería, lo sabes, pero también un modo de pedir disculpas por las molestias y no comenzar con mal pie en la comunidad.

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Por la tarde, la casa se ha llenado de polvo y cuesta trabajo respirar. Lo notas en la garganta y los ojos. Apenas puedes dormir.

Martes 8 de octubre

Temprano, albañiles haciendo ruido y levantando más polvo. Te duchas como puedes, en medio de capazos de escombro, y caminas hacia la universidad. Siete minutos hasta la entrada del campus. Sientes en ese momento que el polvo, el ruido, la incertidumbre y los desvelos merecen la pena.

La clase sobre el concepto de genio acaba en una especie de teoría sobre la Historia del Arte como disciplina burguesa y la necesidad de pensar a los artistas como sujetos ordinarios, no como genios tocados por la magia. El artista como trabajador. Como un ciudadano más, sin privilegios de ningún tipo.

Por la tarde, primera clase del taller de escritura. También lo tienes al lado, más aún que la universidad. Al terminar, después de cenar, te acercas al piso de Los Dolores y continúas recogiendo las cosas que faltan por sacar.

La casa te expulsa. Todo es extraño. Ni siquiera sabes salir del garaje marcha atrás. En dos días se ha borrado la rutina. Esa casa ya no es un hogar; es un sitio como cualquier otro.

Miércoles 9 de octubre

La casa amanece empolvorizada. El polvo se ha metido en los armarios y en todas las cosas que se os había ocurrido colocar. En clase, hablas de J.J. Winckelmann y la Historia del Arte como legitimación del presente.

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Coméis en Los Cazadores y seguís trayéndoos cosas del piso. Duermes una siesta en el sofá, lo único que habéis dejado. La última siesta, piensas. Con la casa ya vacía. Hace una semana que os fuisteis, pero parece que hubieran pasado años. La casa ya no quiere que duermas ahí. No te sientes a gusto y te vas antes de la cuenta.

Por la tarde, segundo grupo del taller de escritura. Hablas de los espacios y tiempos de la escritura. De la importancia del escritorio, del espacio propio y del tiempo propio. Eso mismo que tú ahora intentas volver a conquistar. Para volver a escribir, para al menos poder leer. Eso que esta noche el cuerpo cansado no te permite hacer.

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Jueves 10 de octubre

La casa sigue empolvorizada, pero los albañiles dejan de armar estruendo. Solo pequeños golpes al colocar los azulejos. Un ruido asumible. Respiras por ti, pero sobre todo por los vecinos. Deberían importarte menos los demás; serías más feliz.

A la una, el Nobel. Peter Handke y Olga Tokarczuk. Habías apostado por Don DeLillo y Margaret Atwood. Vuelves a fallar.

Leíste bastante a Handke al terminar la universidad. Fue uno de los primeros modelos de escritura. Llegaste a él fascinado por el guion de 'El cielo sobre Berlín' y encontraste en su literatura un modo especial de detener el tiempo y ampliar la experiencia de lo cotidiano. Recuerdas haber comenzado un cuento temprano con una frase tomada de 'En una noche oscura salí de mi casa sosegada': «Un grumo de resina, segregada de una ramita que había allí, atravesado ahora por un primer rayo de sol, la más diminuta de las lámparas». Aunque hace tiempo que no has vuelto a leerlo, algo de su capacidad de observación y reflexión sobre lo ordinario sigue aún contigo. Como también sigue reverberando en tu memoria uno de sus libros más especiales, 'Desgracia impeorable', un homenaje a su madre difunta que Javier Castro te regaló cuando murió tu madre. Junto al 'Diario de duelo' de Roland Barthes, influyó de modo determinante en tu 'Cuaderno [...] duelo'.

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Es curioso, piensas, Handke ha estado ahí, detrás de mucho de lo que has escrito, influenciando tu forma de mirar lo cercano y pensar lo que te rodea y, sin embargo, cada vez que te han preguntado por tus escritores, nunca lo has mencionado. Tal vez sea que interiorizaste y te apropiaste tanto de su escritura que has llegado a creer que ya es tuya.

Te prometes releerlo para celebrar el Nobel. Ahora tienes todos los libros en cajas, pero cuando vuelva el orden a tu vida, también regresarás a Handke.

De Tokarczuk no has leído nada, tan solo los primeros párrafos de la novela que va a publicar Anagrama. Te gusta. Parece Sebald. Conociste a su agente en la fiesta de Anagrama y le dijiste que tenías muchas ganas de leer esa novela que había ganado el Man Booker. Le envías un mensaje privado para felicitarla por el premio. Ya tiene un Nobel en su agencia.

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Por la tarde, encuentro de lectores en San Miguel de Salinas. Llegas justo y tienes que respirar hondo para meterte en el papel. En la mesa están Graciela, Inés y Nerea. Te presentan e inician las preguntas sobre la novela. Rápidamente, el público se anima. Las casi dos horas de charla se pasan volando. Después, te quedas solo un poco a la cena y disfrutas de la conversación. Llegas a casa cerca de la una.

Viernes 11 de octubre

Hoy firmáis la venta de la casa. Antes de ir a la notaría, acabáis de sacar las últimas cosas. Ahora sí, dices a Raquel antes de salir, es la última vez que pisamos la casa.

Das una vuelta y contemplas todas y cada una de las habitaciones. Miras el dormitorio, la cocina y el salón, donde habéis sido felices. Observas tu despacho -ahora es simplemente otra habitación-, donde has escrito todas tus novelas y prácticamente todos tus libros. No ha quedado nada, dices antes de cerrar. Y en el fondo sabes que sí han quedado cosas. Quince años. Un trozo de vida. El hogar en el que habéis vivido todo este tiempo ahora vive en vuestra memoria.

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Firmáis la venta y dejáis las llaves sobre la mesa de la notaría. El cheque que os dan ya tiene nombre.

Al llegar, los albañiles están recogiendo. Quitan los cartones del suelo y la casa vuelve a ser una casa. Te duchas rápidamente y sales para la televisión. Entrevista en Murcia Conecta. Estás fuera de lugar y no tienes muy claro qué haces ahí. Después, inauguración de la exposición de Verónicas. Pepe Espaliú y Juan Muñoz, dos artistas descomunales. Te prometes volver con más tiempo. Esta noche, apenas puedes saludar, echar un vistazo y caminar hacia el mexicano, donde cenas con Juan, Rafa, Jorge y Leo. La noche es divertida y se alarga. Demasiado. A las cinco y media vuelves a casa. Acompañas a Isabel al taxi y regresas en unos minutos. Estás tan cerca que apenas te da tiempo a asumir la noche. Piensas que más de una vez tendrás que dar una o dos vueltas a la manzana para airearte.

Sábado 12 de octubre

Hoy sí: resaca. Y tienes comida familiar. El primer vermut te la quita. El vino de la comida y las copas de después te envalentonan. A las ocho de la tarde seguís de tardeo en el Black Tag y, aunque no puedes con tu alma, estás a gusto en familia. La noche termina con un recluta en Las Jarras y un ardor de estómago que dura hasta el día siguiente.

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Domingo 13 de octubre

Te despiertas con las imágenes terribles del Mar Menor convertido en una laguna muerta. Muestran un desastre concreto y cercano, pero también son síntoma de algo mucho mayor, un mundo en descomposición. Un 'catastrofozoico', como titula sus imágenes Eduardo Cortils. Un planeta que no cesa de gritar en un lenguaje que no queremos entender.

Por la noche, llega un mensaje. Ya sois dos extraños. Las palabras pierden significado y la memoria se resiste a comparecer.

La Dormidina hoy no funciona contigo.

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