Recibes varios vídeos y fotos de demolición de la casa de la huerta. Te quedas hipnotizado viendo cómo la máquina derriba la estructura. Hay un momento en que parece una obra de Gordon Matta-Clark. La casa partida en dos. Un gran agujero en el centro. Si no te quebrase a ti por dentro, hay algo estético en la demolición. Una imagen llena de potencia. El triunfo de la gravedad. Como cuando cae a la lona el boxeador. El desmoronamiento sosiega. Es dejarse ir, abandonarse, perder las fuerzas.
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Ves las imágenes en bucle. Con una extraña pulsión masoquista. Te duele, pero no puedes cesar de mirar, de volver a poner el vídeo, una y otra vez. Es el trauma, que no hay modo de asumirlo, por eso se repite sin solución. Intentando que cada vez duela menos. Aunque nunca deje del todo de doler.
Por la tarde, con Santiago, habláis de literatura y escritura. Te dice que deberías haberte llevado un ladrillo de la casa. Alguna reliquia. O que tal vez podías haber ayudado a tirar algún muro. Lo piensas y tiene razón. La pared del baño. O de tu habitación. Como si tiempo después explotase la rabia contenida. Porque en esa casa hubo felicidad, es cierto. Pero también rabia y contención. Ganas de dar puñetazos a las paredes. Una vez, recuerdas, te hiciste sangre en los nudillos. Era la impotencia ante la enfermedad. El no saber qué hacer, cómo salir, cómo escapar. Habría estado bien también tirar alguna pared, sí, le dices a Santiago. Pero ya has perdido la oportunidad. Ahora solo queda el vacío. El hueco en el terreno. El abismo en la memoria.
Después de rehabilitación, cenas con José Manuel y habláis de su novela. Te ha gustado. La has leído con mucha atención y le dices lo que tú harías si fuese tuya, cómo afrontarías algunos pasajes, cuánto tiempo la dejarías reposar... Eres duro. Pero la novela lo merece.
Toda la mañana respondiendo 'mails' y haciendo gestiones para la mudanza. En unas semanas os vais. No quieres ni pensarlo.
Sigues escribiendo el relato de ciencia ficción. Va tomando forma. Parece que incluso tiene sentido.
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Por la noche, tres capítulos de 'Mad Men'. Ya casi está.
Comienzas las clases. Presentación de la asignatura. Teoría de la Historia del Arte. Estás nervioso. No importa el tiempo que pase; el primer día siempre impone. Casi como la primera vez. Te gusta esa sensación de inquietud e ilusión. No quisieras nunca perderla y llegar a clase con el piloto automático.
Por la tarde terminas de escribir el relato y, después, te sientas a ver el último capítulo de 'Mad Men'. El final es majestuoso. Está a la altura de toda la serie. Imaginas a Matthew Weiner pensándolo y dando un salto de alegría. Es lo que ocurre cuando uno encuentra ese giro perfecto, que abre y cierra al mismo tiempo, que hace pensar al espectador, que culmina toda la ficción. 'Mad Men' acaba y se viene con nosotros. Es una experiencia de la que sabes que vas a tardar tiempo en recuperarte. Antes de dormir, volvéis a ver el primer capítulo.
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Gota fría. Ahora la llaman DANA. Las imágenes que ves en las redes te aterran.
Te quedas en casa escuchando llover y comienzas a escribir un texto para la exposición de Sergio Porlán en Art Nueve. Es uno de los artistas que más te interesan. Su obra, sutil y elegante, tiene la capacidad de removerte y hacerte pensar. En esta ocasión, habla de un futuro distópico, de un tiempo por venir en el que los cuerpos se transforman en máquinas y las máquinas en cuerpos. Son obras de gran riqueza conceptual, pero sobre todo son piezas que te atraen estéticamente. Son bellas. Una belleza extraña, en el límite de lo siniestro. Pero bellas, al fin y al cabo. La belleza del arte. La belleza que nos toca y atraviesa. En cierto modo, la belleza surrealista. Como la que defendía André Breton. La belleza que será convulsiva o no será.
Sigue lloviendo. No has dormido en toda la noche. Tu casa está en alto, estás a salvo en Los Dolores, pero no puedes evitar la preocupación. Por los demás y también, de algún modo, por el pasado. Porque esa inundación te hace evocar las riadas de tu infancia. El río desbordado, los huertos anegados, el coche de Protección Civil advirtiendo a los vecinos, las zodias de rescate, el agua en la casa, los enseres en alto, el fango en el carril, las clases cortadas en el colegio..., la Julia subida a la puerta que tus hermanos habían transformado en balsa. Es la memoria de un tiempo que creías pasado. Pero todo vuelve ahora de modo espectral. El miedo al agua de las gentes de la huerta. Las historias sobre las grandes riadas del pasado. Uno cree que estamos en el siglo XXI y todo eso está superado. Pero seguimos en el mismo lugar. Y la naturaleza no perdona. Por muy fuertes que nos creamos.
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Pasas el día encerrado y logras terminar el texto para la exposición de Sergio. Después escribes del tirón el diario de la semana e intentas planificar. Has terminado todos los textos urgentes. Quedan algunos, es cierto. Pero por primera vez en todo el verano -el verano que ya ha terminado- puedes volver a trabajar en proyectos más grandes. Los dos proyectos de este curso que comienza. El libro de ensayos sobre arte que prometiste entregar en noviembre y tu novela. Por supuesto, es la novela lo que te reclama. Pero piensas que tal vez sea más lógico acabar el libro de ensayos y después dedicarte en cuerpo y alma a la novela. También está la opción -necesaria- de descansar. Parar un momentito para tomar aire. Lo que se viene encima no es poca cosa. Ya tienes fecha para la mudanza.
Hoy por fin sale el sol. Lo único malo es que regresan los indeseables al bar de enfrente. Siguiendo al personaje de 'Los asquerosos', la novela de Santiago Lorenzo, has decidido llamar a estos infraseres «la mochufa». Comparten con la mochufa la pulsión de meter ruido sin parar, hacer palmas por sistema y vociferar cosas incomprensibles. En la siesta, por la tarde y en la madrugada. Son constantes. Vienen al bar incluso antes de que abran y esperan en la puerta. Te recuerdan a los zombis de George A. Romero, que, cuando salen de sus tumbas, regresan por inercia al centro comercial. Ciertamente, la mochufa está zombificada. Cuando les pides que se callen, te miran con los ojos vacíos y no parecen entender lo que dices; tú tampoco puedes reconstruir lo que te responden. Pertenecéis a especies diferentes.
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Antes de que cierren el supermercado del pueblo vas a comprar para pasar el fin de semana. Por si acaso la lluvia vuelve y no tenéis provisiones. Al salir, cargado de bolsas, estás a punto de ser atropellado por uno de los mochufos que más jaleo mete, que va subido al manillar de la bici del mochufo que más temprano llega al bar. Habría tenido gracia que encima te tirasen al suelo. Justicia poética inversa. Los mandas a la mierda cara a cara. Te siguen sin entender.
Comienzas a corregir el libro de ensayos sobre arte para Akal. A la hora y media te das cuenta de que lo tenías mucho más avanzado de lo que imaginabas. Aún queda muchísimo trabajo, pero menos del que habías creído. Continúas todo el día y acabas capítulos que habías planificado para octubre o noviembre. En ocasiones uno no finaliza cosas simplemente porque no se sienta a terminarlas. Por dejarlas para otro día porque parecen difíciles. Y, al aplazarlas, en efecto, se convierten en más difíciles de lo que eran.
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Por la noche intentas ver varias series, pero todo te parece una basura. 'Mad Men' te ha dejado huérfano.
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