Duermes mal. Ahora tus sueños apocalípticos son reales. Despiertas a peor.
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Continúas con fiebre, tos, dolor de cabeza y malestar. Raquel, por su parte, ha perdido el olfato y el gusto. Todo, según leéis, son síntomas del coronavirus.
Llamáis por teléfono y os dicen que sí, que por la tarde os harán la prueba. A media tarde os llaman y os explican que, aunque parece muy claro, están tan desbordados que a partir de hoy no harán pruebas a quienes no presenten síntomas graves. Os recomiendan que actuéis como si estuvieseis contagiados. Aislamiento hasta que remitan los síntomas. Y después, quince días más.
En el fondo, piensas en que es mejor tenerlo. Al fin y al cabo, vas a estar confinado igualmente. Mejor que sea el coronavirus que una gripe normal. Al menos así lo habrás pasado.
A la Julia no le dices nada. Cada vez que llama, le cuentas que estás perfectamente, y que esto no es nada, que pasará enseguida, que en la tele exageran.
Hablas por teléfono más que en los últimos años. De repente, quieres hablar con todo el mundo. Parece que, en estos momentos, la voz es necesaria. Más que el texto. La voz de los demás, que acompaña, acuna y protege.
Intentas escribir y no puedes. Ni siquiera leer. Nunca te había pasado. No te concentras en ningún libro. Imaginas que antes o después te acostumbrarás a esta rutina. El ser humano tiene una gran capacidad de adaptación. Lo que ahora es excepcional acabará siendo normal. Y entonces llegará la posibilidad de la lectura y la escritura. Mientras tanto, en medio del desbordamiento de la realidad, no puedes hacer nada más que continuar viendo la televisión, escuchando la radio y buceando en internet.
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Despiertas mejor. No tienes fiebre. Te duele la cabeza y algo la garganta. Pero el malestar ha comenzado a remitir.
Pasas la mañana buscando imágenes para la reedición de 'La so(m)bra de lo real', que próximamente va a publicar la editorial Holobionte. Relees y corriges el prólogo a esta nueva versión. Poner y quitar comas. Es lo único que ahora sabes hacer.
Piensas en lo aburrido que va a ser este diario del encierro. O en lo mucho que se va a parecer a la experiencia de los demás. Porque ahora todo el mundo está encerrado. Los que pueden quedarse en casa.
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También piensas en la suerte que tienes. Estás en casa, con Raquel, con libros, series, películas... Barajas todas las demás variantes. Estar solo. Estar con niños. Con mayores. Todas las situaciones difíciles. Eso te hace pensar que no estás tan mal. Que no tienes derecho a quejarte.
No cesas de hablar por teléfono. La cabeza te funciona a mil por hora. Y sin embargo no hay manera de centrarse en nada. Por la noche sientes que tienes que desconectar. Es la única manera. El exceso de información te está dejando sin energía.
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Comenzáis a ver 'Hunters', la serie de cazadores de nazis protagonizada por Al Pacino. Está llena de clichés y no pinta demasiado bien. Pero necesitas algo así, que te distraiga y no requiera mucha atención.
Amaneces mejor de la congestión. Aunque aún te duele la garganta y sigues con la tos. Como cada día, antes de despertarte, piensas que esto es una pesadilla.
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Sigues leyendo 'Vivir abajo', la novela de Faverón. Es infinita. Hoy, por fin, parece que puedes concentrarte un poco más.
Tantas llamadas, tantas iniciativas por internet... en el fondo acabas teniendo menos tiempo que antes. Es también vida social. Aunque dentro de la casa.
Es curioso, estás encerrado, pero la realidad no para de moverse.
Miras las noticias y ya empiezas a no entender nada. La rapidez con la que sucede todo hace que los tiempos se mezclen. Lees la noticia de que los chinos han encontrado la vacuna. Se mezcla entre las demás. Cada cierto tiempo, una vacuna, un medicamento, una solución. Y nunca nada que sea la gran noticia.
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Decides no leer y no escuchar nada más. Solo puedes hacer una cosa: estar en casa y guardar la calma. Y tal vez escribir. Lo único que sabes hacer. Cambias el modo de escritura del diario. Dejas el documento de Word abierto en todo momento. Cada vez que algo te pasa por la cabeza, lo escribes. Es, más que nunca, un diario de ideas. Un dietario del confinamiento en el que nada sucede.
Por la noche, dos episodios más de 'Hunters'. Es mala, pero entretiene. Quizá eso es lo que más necesitáis en estos momentos.
Despiertas mejor. Sin dolor de cabeza y poco dolor de garganta.
Toda la mañana hablando por teléfono y contestando WhatsApp. Como si fuera Navidad, pero encerrado.
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Te asomas por la ventana y todo sigue en silencio. El patio del colegio continúa vacío. Miras los balcones y comienzas a ver detalles nuevos. Cosas que habían pasado inadvertidas. Ahora todo es más preciso. La cotidianidad es un universo lleno de detalles.
Todo el mundo hace cosas para sobrellevar el encierro. Demasiadas cosas. No hay tiempo para tanto. Alguien lo comenta en un vídeo. De este confinamiento salimos estresados.
Supones que es la necesidad de no parar para no pensar. De hacer cosas constantemente. Pero a ti te satura. En realidad, tu rutina no ha cambiado demasiado. Haces lo que solías hacer, escribir y leer. Y si antes las salidas no te lo permitían, ahora son las llamadas y los mensajes. Así que decides desconectar. Es la única manera. Para poder hacer algo. Aislamiento dentro del aislamiento.
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A las ocho, aplauso en el balcón. Alguien pone 'Resistiré' en un altavoz y se te saltan las lágrimas. Por el momento. Pero también por la situación. Por lo que aún falta.
Por la mañana, clase virtual. Dos horas que se te hacen eternas. Hablas sin saber quién está al otro lado. Es difícil comunicar sin ver el rostro de los demás.
Hoy tu obsesión es no poder comprar. Estáis los dos en aislamiento y, aunque aún queda comida, piensas que en unos días se acabará. Miras todos los supermercados con reparto a domicilio. Está colapsado. Al final, encuentras uno. Aún no sabes si llegará.
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Los aplausos en el balcón comienzan a las 19:57 h. Siempre hay alguien que se adelanta. Es la ansiedad por salir y hablar con las manos. Con esas que, paradójicamente, no pueden tocar a los otros.
Antes de acostarte descubres que no hueles nada.
Despiertas sin olfato y sin gusto. Si quedaba alguna duda del contagio, ya se ha disipado.
Terminas por fin el libro de Faverón. Tienes la sensación de haber leído una obra cumbre de la literatura contemporánea.
Se te va la mano con la afeitadora y casi te quedas sin barba. No te preocupa. Crecerá y seguiréis ahí.
Sacas de una caja la Nintendo Wii. En enero de 2010, te recuerda la máquina, jugaste la última partida.
Cacerolada. Te gustan los aplausos, pero no tienen sentido las caceroladas. Se trata de estar todos juntos. De hacernos fuertes en eso que nos une. Los balcones son espacios de comunidad y esperanza. Ya habrá tiempo para la rabia. Ahora no es el momento. No lo es.
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Te duele la espalda y están cansado. Te acuestas a las diez y media. Duermes para intentar escapar. Pero los sueños son cada vez más extraños. Esta noche hay un entierro en el pueblo. No conoces al difunto, pero das el pésame a los familiares. De repente, ves allí a tu madre. Trata de abrazarte y tú la apartas. ¿Es que no vas a abrazar a tu madre?, te pregunta. No podemos, mamá, le dices. Y te alejas de ella. Despiertas sobresaltado. Un 'noli me tangere' al revés.
Sigues con dolor de espalda. Tal vez sea de la inactividad. Pones un vídeo de YouTube y haces algunos estiramientos. Acabas con más dolor del que has empezado.
Hueles algo más que ayer. También Raquel. Parece que el olfato va regresando nuevamente. Anosmia, se llama. Vais a aprender todos los términos.
Salen a dar explicaciones los políticos. Piensas que todos lo hacen lo mejor que pueden. Están desbordados. A Pedro Sánchez le ves el cansancio. Como si estuviese a punto de llorar. Tú ya te habrías derrumbado.
Veis acabar 'Hunters'. El giro final es sorprendente. Pero no acaba de levantar la serie.
Te acuestas angustiado. Todo es una montaña rusa emocional. Por momentos, parece que nada sucede. Otros, piensas que es el fin del mundo. Esta noche lo parece.
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