Mesa para cinco

El despropósito

Leo a Rosa Belmonte: «No tengo propósitos de año nuevo ni de ningún tipo» y me doy cuenta de que este año tampoco yo los ... tengo. Recuerdo que hace tiempo sí que solía fijarme algún objetivo específico –dejar de morderme las uñas o alguna relación tóxica; sacarme el carnet de conducir o el B2–, pero nunca he sido de imponerme dietas, gimnasios, lecturas o viajes. En la infancia, siempre que tocaba pedir un deseo al soplar las velas o ver una estrella fugaz yo apostaba por el mismo atajo, ser feliz –espero que se siga cumpliendo aunque haya dejado de ser secreto–.

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El propósito, etimológicamente, es aquello que se pone por delante, que se proyecta hacia o para el futuro. Vamos, que un propósito no es un deseo. Está estrechamente relacionado con el compromiso y se alcanza mediante la disciplina, motivación mediante. Tener un propósito, a nivel filosófico, implica que una acción –o el propio ser– se orienta hacia un fin, un objetivo o una meta que le otorga sentido. O sea, que visto así proponerse ver menos 'reels' o que no se acumule la plancha se me antoja ridículo –aunque sé perfectamente que Dios anda entre los pucheros–.

Instagram

No sé si recuerdan al artista ganés Joseph Awuah-Darko, al que hace unos meses, cuando acusó al pintor Kehinde Wiley de haberle agredido sexualmente, le dediqué una columna hecha exclusivamente con interrogantes. Ahora es él quien debe enfrentar varias denuncias de otros artistas, en este caso por apropiarse, presuntamente, del dinero de la venta de sus obras. Quién sabe. El caso es que para este 2025 se propone acabar «legalmente» con su vida –el despropósito–, aunque, para mi sorpresa, no lo hace como proyecto artístico. En Instagram ha explicado que sufre un trastorno bipolar y que es la única forma de acabar con tanto sufrimiento. Sin embargo, a pesar de que Joseph es una persona de veintiocho años, físicamente sana, no se quiere suicidar, como han hecho tantos otros artistas. Él aspira a una «eutanasia asistida», por lo que se ha mudado a Países Bajos para solicitarla.

En su peculiar 'Ars moriendi' se prepara para la propia muerte con un último proyecto, 'The Last Supper Project' –Jesucristo, dame fuerzas–, una iniciativa con la que espera ser invitado por ciento ochenta extraños de todo el mundo a cenar sus platos favoritos. En otra de sus delicadas y estéticas publicaciones ha afirmado que su novio le ha dejado. Dice no culparlo y haber entendido que el amor romántico es muy absorbente. Se conoce que se está ocupando de unos menesteres más trascendentes: «Quiero volver a encontrar el sentido», ha dejado escrito –cuánto desnortado–. Recuerdo que Viktor Frankl decía que la salvación del ser humano se encuentra en el amor e inmediatamente le pido a mi padre que me preste su ejemplar de 'El hombre en busca de sentido'. En quince minutos lo tengo en mi estudio –Amazon tiene una seria competencia–. La página cuarenta y seis viene ya con la esquinita doblada: «El amor es la meta última y más alta a que puede aspirar el hombre».

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Por convicción, yo trataría de impedir cualquier suicidio. Aún reconociendo que puede tratarse de una decisión perfectamente racional y respetable, y que de algún modo es la máxima expresión de la libertad individual. Solo pondría en suspensión este principio en situaciones muy extremas, como en un campo de concentración. Viktor Frankl confirma que existía este consenso–la piedad en este caso estaría invertida–. Así, yo haría lo posible por no dejar que Joseph se suicidara, pero es que en este caso además creo que su propósito no es honesto ni decente. Por eso es incapaz de asumirlo y necesita que otros se responsabilicen, o, lo que es peor, combustible para su narcisismo. Ojalá encuentre el sentido –el amor, la posibilidad de futuro– en esas cenas.

Afirma Julián Marías, con Aristóteles, que el placer es un fin sobrevenido, que solo aparece cuando no se busca, y lo ilustra con una certera imagen que atribuye a Séneca: el campesino siembra trigo, y cuando llega la primavera encuentra unas amapolas que no buscaba. La felicidad son esas amapolas. Ahora entiendo que el propósito de la vida no puede ser 'ser feliz'. Esa es la consecuencia, el premio, no la meta. Puede ser un resultado, pero no el fin. Hoy encuentro otro propósito, pero no de Año Nuevo, sino vital: formar parte de «la raza de los hombres decentes» de la que habla Frankl. «El hombre tiene la peculiaridad de que no puede vivir si no mira al futuro: 'sub specie aeternitatis'», afirma. De camino a esa eternidad confío en habitar la belleza, la paz y la felicidad.

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