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Carmen Baena (Benalúa de Guadix, Granada, 1967) ha tenido un mes la mano escayolada. «Me resbalé, con agua, y caí apoyándome con la mano con ... la que trabajo habitualmente, la derecha. Espero que esta semana me quiten la escayola». Cuando sucedió ya tenía embalada toda la obra que se exhibe hasta el 29 de marzo en la galería BAT Alberto Cornejo (C/ María de Guzmán 61) de Madrid bajo el título 'Los colores del viento', una invitación a descubrir cómo interaccionan pintura, arte textil y escultura. Seis esculturas y una veintena de cuadros de pared, que Baena cuenta mentalmente. «Soy muy mala para recordar cifras», se disculpa sin tener por qué. Hilo bordado sobre lienzo, con una base de acrílico, haciendo veladuras. «Está yendo genial, la gente se ha interesado mucho por esta técnica», afirma.
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Son piezas en las que la artista afincada en Molina de Segura desde hace décadas –comparte vida con el también artista Pepe Yagües– ha trabajado con ahínco. Desde el año 2010, Baena trabaja con la técnica del bordado, y ya entonces expuso en la galería La Aurora de Murcia una serie de fotografías atrapadas en parafina y en círculos bordados en negro. Y, especialmente con papel artesanal, «que tiene una cierta rigidez que permite bordar». Ha ido probando y experimentando, haciendo cosas nuevas, «hasta llevarlo a lienzos de cierto tamaño».
El acrílico, apunta, le permite dar intensidad a algunos tonos y círculos. En la obra 'Jardines verticales', por ejemplo, «vemos como la pintura acrílica se combina con hilo verde, creando veladuras que desdibujan los contornos y generan una atmósfera cambiante, evocadora de la delicadeza del viento y la transformación de la naturaleza. A lo largo de la exposición, la paleta de colores fluye desde los tonos de verde a los amarillos y los azules, en un ciclo natural que se refleja en piezas como 'Las flores de invierno'. El hilo crea brillos dependiendo de si está más inclinado o menos». En la inauguración, se sonroja, «me dijeron que tenía que patentar esta técnica, porque yo no sé si la utiliza más gente, a veces te sorprendes descubriendo que muchos han llegado al sitio antes que tú».
Baena se muestra fascinada por las veladuras: «Siempre he utilizado, sobre todo, metacrilato, y la parafina, que también creaba veladuras y dejaba ver la fotografías en unos puntos sí y en otros no; e incluso resina de poliéster, cuando he atrapado ramas y objetos». En la exposición 'Témpanos de tiempo' (La Aurora, 2004) aplicó esta técnica sobre fotografías, «las figuras se quedaban atrapadas en el hielo, y también había veladuras». ¿Por qué esa tendencia? «Me gusta la sensación de acercarte a un cuadro y no verlo todo en el primer impacto, sino que tengas que ir mirando e ir descubriendo cosas diferentes».
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¿Hace 20 años hubiera firmado que su carrera iría por estos derroteros? «Es un pensamiento recurrente mío pensar en lo que haré dentro de 5 o de 10 años. Porque si entrabas en mi estudio hace 20 años solo veías mármol blanco, y resina de poliéster con negro, algo de oro... apenas había color, y trabajaba muy poco sobre papel. Solo hacía escultura con hierro, con maderas, con objetos encontrados... he ido cambiando según me pedía el cuerpo, y una cosa me llevaba a otra».
La técnica del bordado la aprendió «con 12 o 13 años», cuando vivía ya en Ribarroja de Turia (Valencia), por aquella tradición de que las mujeres debían bordarse el ajuar. «Yo soy la menor de cuatro hermanas, y nos bordábamos las sábanas y las toallas con las iniciales, y así aprendí yo. No me importaba hacerlo, igual que antes [hasta los 11 años vivió en un pueblo de Guadix: Belerda] había aprendido a hacer ganchillo». Precisamente las esculturas que muestra en Madrid estos días, a modo de paisajes espirituales, son una interpretación de los recuerdos de Baena sobre los entornos de su infancia en Belerda. «El contraste entre la abundancia del verde y la aridez de las tierras rojizas, junto con los barrancos y llanos que caracterizan la región, se ha integrado en su práctica artística de manera intuitiva. Las esculturas evocan la espiritualidad y la memoria de esos escenarios, utilizando el oro como un símbolo de lo sagrado y lo trascendental», aseguran desde la galería. A este paisaje volvía, por muy lejos que viviera, cada verano, donde estaba la casa familiar, y, de hecho, Baena ha restaurado una cueva de su familia, que comparte con su hermana mayor. «Belerda es –confiesa– mi lugar en el mundo».
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La artista ha explorado conceptos como la dualidad, el espacio y el tiempo desde su faceta escultórica. Pero en esta ocasión, la atención se centra en sus obras más recientes, que incorporan el uso del textil y una amplia paleta de colores vibrantes, algo que, como decía, no abundaba en otros momentos de su trayectoria, especialmente en la escultura. Esto se debe, confirma la creadora, a que está viviendo un momento feliz. «Hoy está todo lleno de verdes, amarillos, rojos... pero he ido con mucho cuidado, muy poco a poco, tal vez porque me daba cierto miedo utilizarlo de una manera banal. Porque yo siempre he sido minimalista, y he tratado de quitar a mi obra todo lo superfluo, y quedarme con lo mínimo, y el color me daba como respeto».
Es la tercera exposición individual que tiene Baena en la galería BAT Alberto Cornejo, y estará con ellos en la feria Art Madrid. «La vida del artista es una vida de altibajos, a veces quieres dejarlo todo, me ha pasado más de una vez, y otras que estás eufórica, como yo estoy en este momento».
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