En estos tiempos convulsos e inciertos, creo que merece la pena recordar la figura del escritor vienés Stefan Zweig. Humanista, activista y observador agudo de ... la historia, Zweig vio con desesperanza cómo la Europa que amaba caía bajo el peso del fanatismo. La década de 1930 fue un periodo de sombras que cubrió el continente, con el auge del nazismo en Alemania, el fascismo en Italia y el avance de regímenes autoritarios que amenazaban con sofocar la libertad de pensamiento. Zweig, un pacifista convencido y defensor del ideal europeo basado en la cultura y el humanismo, observó con horror la progresiva destrucción del mundo ilustrado en el que había crecido. Su obra fue prohibida en Alemania tras la llegada de Hitler al poder y su identidad judía lo convirtió en un exiliado sin patria, obligado a desplazarse de un país a otro mientras veía cómo sus contemporáneos eran perseguidos o silenciados. Su exilio en Brasil no le dio el consuelo que buscaba y, convencido de que la partida estaba perdida, se suicidó junto a su esposa en 1942. Pero su obra sigue resonando y resulta inquietante leída en el contexto histórico actual. Mi favorita es 'Novela de ajedrez', donde el juego se convierte en una metáfora del encierro, la obsesión y la lucha por la cordura en tiempos de opresión.

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El ajedrez ha sido siempre más que un desafío. Es una metáfora del poder, la estrategia y la anticipación, donde cada movimiento importa y las decisiones erradas pueden tener consecuencias irreversibles. Como en la política y las relaciones internacionales, el ajedrez exige paciencia, cálculo y una comprensión de las múltiples posibilidades abiertas en cada momento.

Desde tiempos antiguos, el ajedrez ha servido como modelo de pensamiento estratégico. Reyes, generales y filósofos han encontrado en él una representación de la toma de decisiones en contextos de incertidumbre. Cada pieza cumple un rol, cada movimiento es parte de un plan mayor y, como en la diplomacia, lo que no se ve es tan importante como lo que se muestra en el tablero.

La complejidad matemática del ajedrez es asombrosa. Claude Shannon calculó que el número de partidas posibles asciende a 10 elevado a 120, una cifra que supera el número estimado de átomos en el universo observable. Esta vastedad de opciones refleja metafóricamente la naturaleza incierta de la política mundial y el comportamiento humano, donde las decisiones pueden abrir caminos insospechados y alterar el equilibrio global.

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El ajedrez no ha escapado a la revolución tecnológica. Desde la histórica victoria de Deep Blue sobre Garri Kaspárov en 1997 hasta los logros recientes de AlphaZero, la inteligencia artificial ha demostrado que la creatividad y la innovación no son exclusivas del ser humano. AlphaZero, aprendiendo sin datos previos, mostró una forma de jugar inesperada, con movimientos que desafiaban la lógica tradicional, sorprendiendo incluso a los grandes maestros.

Pero esta transformación no es exclusiva del ajedrez. En la geopolítica, la ciencia y la tecnología han cambiado las reglas del juego: la información circula a velocidades nunca vistas, las estrategias se redefinen constantemente y el poder se ejerce de formas cada vez más sofisticadas y retorcidas. Como en una partida de ajedrez, los actores globales deben equilibrar la improvisación con la planificación a largo plazo. El ajedrez es un reflejo de la lucha humana por el control y la supervivencia. Es un juego de belleza y precisión, pero también de sacrificios inevitables.

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Zweig observó con creciente angustia el colapso de un mundo que él consideraba racional y ordenado, un mundo en el que las certezas de la ciencia, la razón y la cultura parecían inquebrantables. La desolación que lo embargó ante el desmoronamiento de esos ideales lo empujó a tomar una decisión extrema, cuya comprensión y juicio no nos corresponde, pero que, sin duda, le impidió presenciar el desenlace del torneo que marcó su vida.

Hoy, el tablero mundial sigue en juego y, al mismo tiempo, en llamas. Las piezas, cargadas de incertidumbre y tensión, se desplazan con rapidez, los equilibrios de poder cambian vertiginosamente, y el desenlace sigue siendo incierto, como un final de partida que aún se escribe. Al igual que en una partida de ajedrez, aquellos que logren anticipar los movimientos, leer entre líneas y comprender la lógica que guía el juego serán los que finalmente definan su curso. Sin embargo, a diferencia de Zweig, debemos recordar que ninguna partida está realmente perdida hasta que cae el rey. Mientras el juego continúe, siempre habrá una oportunidad para un nuevo movimiento, una nueva jugada que nos permita cambiar el rumbo y reinventar el futuro.

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