Carl Sagan, autor de la analogía 'Dragón en el garaje'.

Tengo un dragón en mi garaje

Mesa para cinco ·

La ciencia se basa en la evidencia, la observación y la experimentación. Una afirmación científica debe ser verificable y falsable, en contraste con la pseudociencia

Domingo, 17 de diciembre 2023, 07:35

Imaginen que un día les revelo un secreto increíble, un hecho extraordinario que rompe con sus ideas preconcebidas, con todo lo que han aprendido en escuelas y universidades, algo fascinante que solo yo, o unos pocos elegidos, tenemos. Imaginen que les digo que tengo un ... dragón en mi garaje. Y no es un dragón de juguete o una maqueta, sino un dragón real. Un animal vivo, un dragón que vuela y escupe fuego por la boca. Seguro que harían todo lo posible por ver algo tan insólito. Pasen y compruébenlo ustedes mismos.

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Pero al abrir la puerta del garaje no ven nada, más allá de un hueco para aparcar el coche, bicicletas y otros trastos. El dragón está ahí, lo afirmo de nuevo, pero lo que no les he dicho antes es que es un dragón invisible. Tras la decepción inicial y mi insistencia sobre que digo la verdad, podrían sugerir maneras de detectar su presencia. Podríamos esparcir harina en el suelo para capturar las huellas del dragón. Pero les explico que, aunque es un dragón grande y poderoso, camina con una gracia tal que no deja huellas, como si desafiara las leyes de la física.

No se dan por vencidos y proponen usar un sensor infrarrojo para detectar el calor de su fuego. Nuevamente, tengo una respuesta: el fuego de mi dragón es de un tipo especial, frío al tacto y no detectable por medios convencionales. Es un fuego que arde en una frecuencia que los sensores infrarrojos no pueden captar.

Para cada una de sus sugerencias, tendré una explicación. Si proponen fotografiarlo, les diré que es completamente transparente a las cámaras. Si me dicen que lo rociemos con pintura, les diré que su piel repele la pintura. Si pretenden grabar el sonido de su rugido con un sofisticado equipo, les explicaré que su voz transmite en una frecuencia que el oído humano no puede escuchar ni los dispositivos pueden registrar. En cada paso, mi dragón se vuelve cada vez más esquivo y difícil de detectar. A medida que me propongan nuevas formas de verificar su existencia, cada vez más ingeniosas y científicas, yo contrarrestaré con explicaciones cada vez más fantásticas y convenientes para mi propósito.

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Llegados a este punto, si no se han marchado antes maldiciéndome por hacerles perder el tiempo, nos enfrentamos a la cuestión crucial: ¿qué diferencia existe entre un dragón que es invisible, intangible, levita y exhala un fuego que no calienta, y uno que simplemente no existe? Si mi afirmación sobre este dragón no puede ser desmentida, si no existe ningún experimento posible que pueda refutarla, ¿qué significado tiene realmente decir que mi dragón es real?

Las afirmaciones que no pueden ser sometidas a prueba, aquellas que son inmunes a cualquier intento de refutación, en realidad carecen de utilidad, por más que puedan estimular nuestra imaginación o maravillarnos. Lo que les he pedido es que, en ausencia de cualquier evidencia concreta, simplemente acepten lo que digo. Esto plantea un desafío no solo a la lógica, sino también a la manera en que entendemos y aceptamos las verdades del mundo que nos rodea.

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La analogía del 'Dragón en el garaje' que les acabo de contar, añadiendo mis propias reflexiones, la propuso por primera vez el astrofísico y divulgador científico Carl Sagan en su libro 'El mundo y sus demonios', publicado en 1995. Lo hizo como una crítica a los argumentos 'ad ignorantiam' (que consisten en defender una proposición, argumentando que no existe prueba de lo contrario) que se utilizan en las pseudociencias.

La ciencia se basa en la evidencia, la observación y la experimentación. Una afirmación científica debe ser verificable y falsable. En contraste, la pseudociencia se asemeja al dragón en el garaje.

La historia está repleta de ejemplos donde la pseudociencia ha evadido el escrutinio a través de tácticas similares a la historia del dragón. Por ejemplo, la alquimia, con su búsqueda de la piedra filosofal y la transmutación de metales en oro, ofrecía promesas grandiosas, pero nunca proporcionó pruebas concretas de sus afirmaciones. En el mundo moderno, tenemos ejemplos como la ufología, que no es más que un universo de especulaciones y testimonios cuestionables. O la homeopatía, que, a pesar de su popularidad, no ha superado pruebas científicas ni clínicas para demostrar su eficacia más allá del efecto placebo. De manera similar, los charlatanes de la medicina alternativa que afirman curar enfermedades graves recurren a explicaciones vagas y anecdóticas que no pueden ser verificadas de manera rigurosa. Y así, hasta el infinito y la desesperación.

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Nadie tiene un dragón en su garaje.

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