«Cuidado con Putin, ¿él es la encarnación del mal y nosotros somos los buenos?»
Autora del ensayo 'Decir el mal. La destrucción de nosotros', participa este martes en la Biblioteca Regional en el ciclo 'Bibliosofía'
Puede que sí, que eso hagamos a veces, lo que cuentan estos versos de Inger Christensen: «Caminas por / las calles, haces como los demás, que / ... sin una palabra, al pesar empujan». Le encanta esta imagen poética, tan triste, tan realista, a Ana Carrasco-Conde, 43 años, conocida como 'la filósofa del mal'. Autora, entre otros celebrados ensayos, del bellísimo e inquietante 'Decir el mal. La destrucción de nosotros' (Galaxia-Gutenberg), este martes participará a las 19.00 horas, en la Biblioteca Regional de Murcia (BRMU), en el ciclo 'Bibliosofía'. 'Vergüenza de especie' se titula su charla. Curioso: con ella te adentrarías más tranquilo en el corazón de las tinieblas.
«El mal, aun a distancia», describe Carrasco-Conde, «nos acaba alcanzando aunque no lo percibamos de forma consciente o no veamos sus marcas, como el dibujo de las ondas provocadas por el caer de una rama sobre la superficie del agua que nadie percibe porque está ocupado, y cegado, en no ahogarse en la corriente imparable de los días». «La herida del mal», precisa, «está ahí como lo están sus ondas y sus corrientes». Y, justo por eso, «es preciso mirar al mal de frente, porque no es meramente una rama que cae, sino un golpe que derrumba».
Hay una imagen que se repite en 'Decir el mal' bajo diferentes formas: «El gesto de una mano que sujeta a un niño con fuerza sobre lo alto de una muralla hasta que la mano se abre, suelta al infante y este se despeña. Por ejemplo, Neoptólemo, hijo de Aquiles, así arrojará al hijo de Héctor y Andrómaca desde las murallas de Troya».
Pero, ánimo, no nos quedemos en el horror, propone la autora. También «una mano puede tener otros gestos: la que se extiende para ayudar, la que reconforta, la que no deja caer, la que se hace cargo, la que es consciente de la importancia del vínculo que se establece entre los seres vivos.
–¿Fue una niña buena?
–Ni buena ni mala, o las dos cosas a la vez. Era una niña que me lo cuestionaba todo, que preguntaba por todo y que seguro que le haría perder a mis padres un poco la paciencia. Creo que empecé muy pronto a interrogarme por todo y a querer comprender todo aquello que no entendía. También empecé a interesarme pronto por el misterio y el terror, queriendo buscarle una explicación a lo que parece inexplicable.
«Era una niña que me lo cuestionaba todo, que preguntaba por todo y que seguro que le haría perder a mis padres un poco la paciencia»
–¿Qué hacía, por ejemplo?
–Soy la pequeña de cinco hermanos, con los que además me llevo bastante diferencia de edad. Recuerdo perfectamente que cuando ellos estaban haciendo sus deberes y yo los míos, me encantaba estar pendiente también de los suyos, sentía curiosidad por todo y tenía muchos deseos de aprender.
–¿Qué más ha tenido siempre?
–Mucha inclinación a intentar alumbrar zonas de sombra.
–¿Diría usted que somos malos por naturaleza?
–¿Y por tanto no somos responsables de hacer el mal? Solemos hablar del mal como algo totalmente ajeno a nosotros, o bien como algo para lo que no tenemos remedio. Si somos malos por naturaleza, ¿qué responsabilidad tenemos entonces en serlo? Por lo tanto, eludes toda responsabilidad y no contemplas que tú puedes intervenir para modificar las cosas que provocan dolor, sufrimiento... Lo más fácil es pensar que tú no tienes nada que ver con el mal, sin plantearte hasta qué punto colaboras en ciertos desórdenes que generan diferentes tipos de daño. Además, en el momento en el que se hace la pregunta de si somos o no malos por naturaleza, parece que solo hay dos respuestas posibles, sí o no.
«Cuando el daño está muy lejos, el dolor, el mal, lo contemplamos como un espectáculo. Y esto me parece muy peligroso»
–¿Qué respondería usted?
–Si por naturaleza somos malos, entonces hagamos lo que hagamos vamos a acabar mal. Si por el contrario decimos que es la sociedad, las circunstancias, la que nos aboca a la maldad, entonces lo que haremos es volvernos irresponsables con respecto a nuestras acciones.
Poner límites
–¿Qué error cometemos?
–Tenemos cierta tendencia a pensar en el mal que sufrimos pero no en el mal que causamos; y no solo el que causamos de un modo directo, sino el que causamos por poner límites a ciertas acciones de los demás. Es muy fácil cargar las tintas contra los otros, porque hacen daño, cuando al mismo tiempo tú miras para otro lado, como si ese no querer ver nos liberase de toda responsabilidad. Por otra parte, cuando el daño está muy lejos, el dolor, el sufrimiento ajeno, el mal, lo contemplamos como un espectáculo. Y esto me parece muy peligroso porque genera muchísima indiferencia y, sobre todo, insensibilidad. Y creo que esto tiene que ver con una cierta desconexión con respecto al ser humano, y con el hecho de que ese daño cercano que experimentan los demás sabemos que, de alguna manera, nosotros lo estamos consintiendo. Y consentirlo nos hace cómplices. Y no queremos hacer un ejercicio de autocrítica y de responsabilidad.
«Tenemos cierta tendencia a pensar en el mal que sufrimos pero no en el mal que causamos»
–¿Para qué escribió 'Decir el mal'?
–Yo no pienso en el mal porque disfrute pensando en él, sino porque intento comprender formas de neutralizarlo y de hacer el bien. El objetivo es hacer el bien. No estudio el mal por masoquismo o morbo, sino para comprender en qué colaboramos nosotros con él. Podemos tomar cartas en el asunto, podemos confiar en el ser humano; en vez de tenernos miedos, confiar en que tenemos capacidad para cambiar las cosas.
–¿Hemos perdido la confianza?
–Tras la pandemia y con la crisis energética, medioambiental, etcétera, pensamos que no podemos cambiar absolutamente nada, que la especie humana es vergonzosa y que estamos todos condenados al mal y a la catástrofe. Son unos pensamientos muy catastrofistas, tenemos en nuestras manos la posibilidad de cambiar las cosas.
–Vladímir Putin.
–Cuidado con Putin, ¿él es la encarnación del mal y nosotros somos los buenos? Es verdad que está causando mucho mal y que está incumpliendo, pero también lo es que quizá no nos estemos dando cuenta de cuáles son las actitudes que estamos tomando nosotros, sin un pensamiento crítico, justamente con el otro polo, porque [Volodímir] Zelenski tampoco es especialmente bueno y se le está dando mucho reconocimiento. Quizá deberíamos también reflexionar y cuestionar lo que él está haciendo y también lo que estamos haciendo todos nosotros.
No matarás
–Un día le preguntaron si vería bien que Putin fuese asesinado o que a Hitler lo hubiesen eliminado de niño.
–Y respondí que no.
«Si alguien me ataca yo tengo el derecho de defenderme, pero una cosa es defenderme neutralizando, bloqueando, y otra cosa es matar»
–¿Qué propone?
–Por ejemplo, salir de esa inercia de buenos y malos, porque en la vida no hay personas absolutamente buenas o malas, salvo raras excepciones. Lo importante es que sepamos que el mal se puede cambiar.
–¿Hasta dónde llegar actuando en defensa propia?
–No soy partidaria de la violencia, que quede claro, pero sí que entiendo que a veces hay que ejercer una acción con fuerza para parar una hostilidad; pero esto no quiere decir que la fuerza que yo ejerzo para parar una violencia contra mí sea a su vez violenta, sino una fuerza para ofrecer resistencia. Si alguien me ataca yo tengo el derecho de defenderme, pero una cosa es defenderme neutralizando, bloqueando, y otra cosa es matar. Que se considere que para neutralizar una violencia sea automáticamente necesario acabar con la fuente de la violencia, para extirparla, me parece muy peligrosa; no creo que directamente el objetivo deba ser acabar con el contrario.
–¿Todas las vidas humanas tienen el mismo valor?
–Sí.
–¿Está 'El exorcista' (1973) entre sus películas preferidas?
–Me interesa bastante, sí [risas]. Ahora están proliferando las películas sobre exorcismos, y es curioso porque mientras hablamos de la secularización de la sociedad, de la no creencia en Dios, en pleno siglo XXI se recupera la idea del exorcista y del demonio, el mal aterrador con entidad propia y ajena a nuestra naturaleza, frente al que estamos indefensos.
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