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¿Confiarías en un psicólogo que va al psicólogo?
Mesa para cinco

¿Confiarías en un psicólogo que va al psicólogo?

Hay psicólogos con depresión, adiciones, trastornos de la conducta alimentaria...

Domingo, 6 de octubre 2024, 10:37

La falta de alfabetización sobre la salud mental puede generar juicios muy crueles. Así lo pensé cuando ponía mi oreja en una conversación ajena. Es lo que tiene el buen tiempo y las terrazas: las inquietudes privadas se airean y puedes permitirte ser cotilla evadiendo la etiqueta peyorativa.

Eran jóvenes y, a la vez, no tan jóvenes. Un grupo de treintañeros y cuarentones, mujeres y hombres, charlaba animadamente sobre la vida y sus calambres. En la mesa contigua, acompañada por un café que se estaba quedando frío, yo escuchaba con ansiosa cuidadosa atención. Cada tema parecía parte de la escaleta de un programa de televisión, un programa que bien podría haberse llamado '¿Cómo sufrimos ahora y por qué?'.

Un muchacho estaba recientemente separado y, empujado por la edad y el desorden vital, se había apuntado como solución al gimnasio. Seguía triste, pero tomaba muchas proteínas, ya no podía vivir sin creatina y estéticamente se encontraba en su mejor momento. Ligaba más que nunca y, en cambio, admitía sentirse sin ilusión y muy perdido en las relaciones. Para los amigos todo eso era un drama: «Joder, tío...», «Y menos mal que al final no tuvisteis hijos...», «Pero, ¿tú que es lo que te notas? ¿Inseguro o como 'aletargao'?».

Estaba haciendo ya mi particular análisis funcional, llenando de posibles factores desencadenantes y mantenedores mi cabeza, cuando una chica hizo la pregunta clave: «¿Has pensado lo de ir a terapia...?» Casi me giro y les doy una tarjeta. Pero no. Me controlé con estoicismo y seguí como si el universo no me interpelara. Él negó con la cabeza e hizo seguidamente un gesto de aprobación. Quizá ya le había dado vueltas. Quizá fuera su propósito antes de que acabara el año. «Yo llevo dos años yendo a terapia, me va muy bien. Deberías probarlo. Hasta mi psicóloga va a terapia. Es algo muy normal», continuó la chica.

Fue entonces cuando otra chica del grupo preguntó si el resto no consideraba raro que un psicólogo fuera a terapia. «A mí me daría cosa...», apostilló. Lo cierto es que tuve que volver a controlarme. El cuestionamiento me parecía carente de sensibilidad, una torpeza. Hay psicólogos con depresión, adiciones, trastornos de la conducta alimentaria (TCA)... Hay psicólogos que están lidiando con una separación de pareja, con un duelo perinatal o con el estrés laboral. Hay psicólogos que sufren al tratar con sus madres narcisistas, que tienen dificultades para ejercer el autocuidado y que, incluso, temen perder el control cuando aparcan el rol de psicólogo y se reconocen como un ser humano vulnerable. Y, nada de esto, convierte estrictamente a una persona en un mal profesional de la salud mental al igual que el hecho de afrontar problemas personales, incluso cuando pueden ser similares a los que se trabajan en consulta, les convierte en mejores en su trabajo.

El hecho de que los psicólogos estemos profesionalmente capacitados para tratar la salud mental de las personas y los trastornos mentales de diferente grado de gravedad, no quiere decir que tengamos una varita mágica para hacer frente, en todo momento y de forma exitosa, a nuestra situación personal. Tengo muy claro que lo raro sería que un profesional de la salud mental, conocedor de la efectividad de las técnicas y tratamientos psicoterapéuticos, renunciara a pedir ayuda para sobrellevar sus propias circunstancias.

Antes de profesionales, los psicólogos somos personas y podemos también demandar ayuda para afrontar un duelo, sobrellevar el diagnóstico oncológico propio o de un familiar, poner fin al 'burnout', lidiar con sintomatología depresiva y/o ansiosa, mejorar su gestión emocional o superar algún acontecimiento traumático, pasado o reciente. También pueden ir a terapia por otras razones que no están relacionadas estrictamente con sufrir un problema emocional como procurar hábitos de vida saludable, potenciar las habilidades profesionales o disponer de un espacio propio donde liberar, de forma segura, la carga mental que puede acompañar a algunos casos o demandas, por su intensidad, gravedad y complejidad.

De modo que, cuando los psicólogos vamos al psicólogo, no solo estamos buscando mantener y contribuir a nuestro bienestar, también esto repercute positivamente en nuestro entorno, en la energía, predisposición y equilibrio que necesitamos para ofrecer la mejor atención a nuestros pacientes. No sé si tenía que haberme colado, educadamente, en aquella conversación. Al final, sorbí lo que quedaba en la taza y me fui. No quería quemarme. Lo que sé es que desconfiar de los psicólogos que van al psicólogo es todavía un estigma por aplacar, pero no solo de cara a la población general y a nuestros pacientes, también en lo que respecta a nuestra propia mirada.

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