Revolución convertida en tesis
CRÍTICA DE CINE ·
El murciano Luis López Carrasco cuadra una película redonda con 'El año del descubrimiento', documental con indudable carga doctrinalCRÍTICA DE CINE ·
El murciano Luis López Carrasco cuadra una película redonda con 'El año del descubrimiento', documental con indudable carga doctrinalEscribo esto aún con los títulos de crédito de 'El año del descubrimiento' desfilando en mi televisor, la película más deslumbrante del FICC 49. Son ... tres horas de abrumador metraje que la ha catapultado a ser una de las mejores películas españolas de la temporada, aún siendo un documental.
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Lo que rememora son las revueltas obreras que se produjeron en Cartagena en 1992, que culminaron con el incendio del Parlamento autonómico. En 1992 hacía 500 años del descubrimiento de América, 21 del FICC y 58 del incendio del Reichstag, último parlamento europeo pasto de las llamas (para sentirse orgulloso de estar en esa lista). Tres décadas después llega una película sobre esos hechos.
Se cuenta a través de testimonios naturalistas a cámara que consiguen que parezca que no hay guion, que la historia se construye orgánicamente, que va creciendo hasta su desenlace final, usando el presente para prepararnos para lo que nos contará sobre el pasado. Explica las consecuencias de lo sucedido antes de contar el suceso. Esa confrontación pasado versus futuro funciona como una dinamo que va iluminando a pedaladas.
Excelente uso de la técnica cuyo principal recurso, además del premiable montaje, y que pone la forma al servicio del fondo, es el de la pantalla partida, que ya vimos en 'La soledad'. Para salvar la diferencia y dar homogeneidad entre lo rodado y las imágenes de archivo se ha usado cinta como las que se manejaban en la década de los noventa (alguna tienda de fotografía por fin ha cerrado el albarán de 1990).
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Capítulo aparte son los protagonistas. Medio centenar de anónimos participantes que muchos tomarán como el buen salvaje roussoniano, una coral de voces que se dan el relevo en monólogos direccionados. Interpelan al espectador con primeros planos que certifican la autenticidad en la que se basa la película (no confundir veracidad con verdad). A esos parroquianos del bar un plutócrata del XIX los llamaría el lumpen, nosotros, carne de contrato precario. Son los perdedores de la sociedad, que siempre son más fotogénicos, si no, que se lo digan a Maradona.
Me ha gustado el bar con solera (como en los que se ruedan los anuncios de la Lotería de Navidad) donde se ha filmado, de esos que solo con verlos la ropa ya te huele a tabaco, la boca te sabe a café requemado y los ojos se te van al 'Marca'. Ese escenario modesto funciona como contraste (¿dialéctica marxista?) con las imágenes de los grandes fastos del 92, y cuyas facturas pagaron, según la tesis de la película, la gente trabajadora. Mientras en Sevilla se inauguraba la Expo, aquí se hacía una reconversión industrial. Mientras el AVE hacía su primer viaje, obreros cartageneros hacían el primero a la oficina del INEM. Mientras en Barcelona se encendía el pebetero olímpico, aquí se incendiaba el Parlamento.
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El resultado es un documental donde encontramos el costumbrismo de Michael Moore, el discursivismo de Loach, el naturalismo de Pasolini, la combatividad de Godard y la crítica de Costa-Gavras. De todas esas fuentes bebe para hacer cine político (que viejuno suena eso) como arma de denuncia social, algo valiente en tiempos post ideológicos. Pero su indudable carga doctrinal no puede ser una excusa para perdérsela, pues hablamos de una gran película.
Luis López Carrasco, el director, no esconde (ni tiene que hacerlo), su absoluta militancia. Personaliza el sufrimiento, subjetiviza los hechos, evita los matices, acentúa el maniqueísmo. No pretende hacer un 'Informe Semanal', sino un 'Salvados'. Cuando el mensaje es tan claro quizás se indigeste a algunos, y cuando es tan puro quizás no consiga demasiado adeptos (Savonarola no fue el campeón de las conversiones). Como cine militante funciona, como cine para conseguir militantes, lo dudo.
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Se puede estar de acuerdo o no con la conclusión de que en el 92 nuestra democracia perdió su inocencia, o que Cartagena se convirtió en la Comuna de París (si puedes comprar el pan la revolución no es revolución), o que de aquellos polvos vinieron estos lodos. Pero lo que no se puede cuestionar es que el director ha cuadrado una película redonda, con mucha fuerza, y que tiene una gran carrera por delante si confirma la alternativa con una ficción a la altura de este merecido éxito. Le seguiremos.
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